Había una vez
un jardín encantado,
con flores hermosas,
eran rosas por todos lados.
Habían margaritas,
tan grandes,
alcanzando el cielo,
queriendo llegar al sol,
queriendo alcanzar las estrellas
e iluminar ese rincón oscuro,
ese rincón triste,
ese rincón sombrío.
Allí había un gran castillo,
había una gran torre
custodiada por un gran dragón.
En el último piso de la torre
vivía una hermosa princesa,
llena de sueños,
llena de esperanzas,
imaginando a su príncipe azul,
soñando con acostarse en las margaritas,
mirar las nubes,
mirar las estrellas,
mirar la luna,
quedarse allí
no en ese gran castillo,
no en esa gran torre,
no con ese gran dragón.
Solo ella, entre las margaritas,
tratando de alcanzar el sol,
que su príncipe la trajera la luna,
que le prometiera las estrellas.
Sin embargo para esta princesa,
esos no eran más que sueños,
ya que vivía en esa gran torre,
atrapada por una horrible bruja,
que por celos,
por odio
y por envidia,
la alejo del mundo,
de su príncipe azul,
le quito todo,
excepto sus sueños,
sus esperanzas,
las que permitieron que un día llegara un príncipe azul,
derrotara al dragón,
la salvara de la bruja,
la bajara de la torre,
la llevara entre las margaritas,
le prometiera las estrellas,
le trajera la luna.
Esa luna llena de amor,
llena de sueños,
esa luna que mantuvo la esperanza de esta princesa encantada,
que cumplió sus sueños,
que ayudo a las margaritas
enviando una estrella
para que le pidiera al sol
que iluminara ese rincón oscuro,
que ya no tenía un gran castillo,
con una torre gran torre,
y un gran dragón.