Con una mochila colgada de su hombro izquierdo y la maleta arrastrada con la mano derecha, el joven que se aproximaba a la fuente de soda, cantina, o bar por el polvoriento camino; tenía todo el aspecto de un Capitalino: Rubio, delgado, y con cara de despistado. Vestía jeans gastados y una playera.
El pueblo, como pomposamente lo nombraban sus habitantes y los peones y campesinos de los fundos o haciendas cercanas, tenía solo cuatro calles. No tenía estación de trenes o terminal de Buses, ni farmacia. Solo una residencial y el indefinible local de esparcimiento: cantina, bar, al que se dirigía el recién llegado.
Se acercó al mesón y pidió un refresco “cola”. Todos los ojos se turnaban para observarlo, atentos a la inevitable pregunta… Sr. ¿Dónde puedo encontrar al Sr. Justo Peña? Me dijeron que preguntara en el bar…
--- Ah, Usted debe ser el nuevo Veterinario--- Lo están esperando. Informó Anselmo el propietario del local. Volviéndose hacia un invisible empleado, gritó: --- ¡¡ José aquí está su pasajero!! Apúrese moledera
Hecho lo cual con una desdentada sonrisa le dio la bienvenida al nuevo cliente. Aquí lo veremos entonces cuando baje al pueblo don…
--- David, me llamo David --- Dijo el joven sonrojándose ligeramente, turbado por sentir varios pares de pupilas pendientes de sus movimientos.
David, sonrió al recordar su llegada al Fundo Esperanza en la región de la Araucanía; aún le dolía la espalda del viaje en el coche tirado por un robusto caballo, por un camino imposible entre los cerros para llegar después de 12 horas en bus y una hora y media en el carruaje, del tal José.
Ahora, dos meses después, podía decirse que había acertado al aceptar el trabajo en la pequeña lechería. El Fundo Esperanza, nombrado en honor a la esposa del dueño, Don Justo Peña; le entregaba un sueldo aceptable y al mismo tiempo la tan valiosa experiencia para los recién egresados profesionales. Pero había algo más: Doña Esperanza, veinte años menor que su esposo, era una mujer de una belleza agresiva, voluptuosa y provocativa. Ya en el bar las miradas hacia el joven no eran de burla, sino de envidia.
Mientras caminaba hacia la casona de los patrones se deleitaba anticipando el porqué de la invitación, minutos antes había visto a Don Justo salir a caballo hacia los cerros circundantes con el rifle al hombro. El hombre gustaba de la cacería y eso le tomaba a veces hasta dos días entre cerros persiguiendo una buena presa, generalmente un jabalí. Mientras tanto, David, le daba a Esperanza una presa para saciar su afiebrado apetito sexual, el cual parecía no ser agotado por Don Justo.
Esa noche, los preámbulos estaban de más, rápidamente se metieron a la cama y se entregaron al desenfreno que Esperanza exigía y David a sus 24 años podía entregar. Tan apasionada sesión les hizo olvidar las precauciones y sus verdaderos aullidos de placer se adueñaron de las gruesas paredes de adobes, donde rebotaban y volvían a sus oídos amplificados, para aumentar su lujuria.
¡¡Dámelo mi niño!! Gritaba Esperanza retorciéndose para obtener una penetración más profunda, aferrada a las nalgas de su joven amante como un panda aferrado a su bambú en una tormenta. David, resistía los embates con bravura y con roncos gruñidos trataba de detener lo más posible su inevitable e inminente descarga. Su espera dio sus frutos y ambos llegaron al clímax juntos, unidos en el más estrecho de los abrazos, desentendidos del mundo, fundidos en el más sublime de los orgasmos.
Tardaron en advertir los aplausos, y más aún en enfocar a quien les premiaba su esfuerzo. Allí sentado a horcajadas en la única silla del dormitorio estaba Don Justo, observándolos a través de la mira de su rifle.
El pánico sustituyó a la lujuria en el imberbe rostro de David, Esperanza hundió su cara en las almohadas y se quedó inmóvil con su terso y hermoso trasero estremecido por sus sollozos. David aún choqueado por el abrupto final de su aventura, balbuceaba, tratando de proferir una disculpa. Justo se levantó con parsimonia, como un avezado gato que se divierte con su ratón antes de engullirlo; tomó una cuerda de finas hebras de cuero y a punta de fusil amarró las muñecas y los tobillos de David al pesado catre de bronce, dejándolo semi arrodillado boca abajo sobre el borde de la cama, exponiendo su culo lampiño, aún marcado con las uñas de Esperanza.
Justo dejó caer sus pantalones revelando una enorme erección y sin decir agua va apoyó su descomunal miembro en el pequeño orificio del joven empalándolo de un solo impulso. David sintió que algo ardía en su trasero y gritó, pataleó y gimió, consiguiendo solamente sentir cómo sus entrañas se desgarraban ante el despiadado ataque. Consumada la violación, Justo tomó a Esperanza y le pidió que desatara al tembloroso joven. Una vez libre, David se vistió cabizbajo y como pudo caminó hasta la puerta.
Justo lo detuvo antes de salir, y con tono sosegado y calmo le dijo: --- Ahora puede ir al bar a comentar sus experiencias sexuales en el Fundo Esperanza ---
--- Cuénteles que nos gozó a los dos… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
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