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No recuerdo bien como fue que llegó esta historia hasta mí.
Sí tengo la certeza que fue después de mucho rodar, y solo rodando es como verdaderamente las historias cobran forma.
Era un muchachito de las afueras de Salvador de Bahía, locamente enamorado de Maria, tierna mulatita de pechos en flor.
Tiago padecía, ni bien vislumbrarla en el mercado, la capilla o bien en el almacén de Don Fulgencio, un rubor excesivo para su oscura tez y una mudez absoluta, para su sorpresa.
Tiago vivía apenas con su abuelo materno, quien mantenía jugando domino en la plaza o bien en el bar de Amarancio, reinventando historias de principio de siglo, y dándole a la bandera nacional siempre nuevos tintes y hazañas.
Tiago amaba las palabras. Desde muy niño en su temprana horfandad aprendió a jugar con ellas; no hubo para el juguete más preciado.
Tiago, mantenía un gran secreto; su casa era la casa de las palabras, su boca sólo su eco.
Diariamente daba una limpieza a la casa, recogía las palabras que hubieran caído por accidente al suelo. Pasaba un trapo a esas viejitas caídas en desuso.
Solía tener un mural donde iba pegando con chinches las palabritas pequeñas, tiernas y traviesas.
"Las palabras se las lleva el viento"- le repetía su abuelo cada vez que Tiago prometía no faltar a clase e irse al Almacén de Don Fulgencio desde temprano, donde Maria hacia las compras diarias para la madre.
Tiágo, sí creía que las palabras se las llevaba el viento, pero un viento mucho más humano, el viento del olvido.
Por eso iba clavando palabritas tiernas y jóvenes en el mural.
Muchas veces ocurrió que al llegar Tiago a cenar, luego de la farra con los otros muchachitos, encontraba entre la comida y las latas de conserva, un bochinche juguetón; Montones de palabritas nadando y haciendo bulla en la sopa, o bien jugando fútbol con un garbanzo.
Tiago, que se sentía responsable por ellas, las regañaba un poco contra su voluntad y las sentaba en fila india mientras él comía y las escuchaba cuchichear bajito.
Así se sentía siempre acompañado, las miraba, las mimaba, y ellas le contaban cosas.
Una noche sucedió todo esto.
Tiago se fue a dormir, y sus palabras también.
Despertó de madrugada, sobresaltado.
Las palabras habían organizado un gran fogón en el centro de su habitación, algunas cantaban, otras desafinaban, pero todas decían la verdad.
Tiago se acerco en silencio, descalzo, no quería interrumpir.
Las palabras hablaban entre ellas.
Tiago calló, lloró en silencio, emocionado, al oír todo lo que sus palabras decían.
Esa noche no pudo volver a dormir.
La imagen de Maria lo seguía abrumando, y más lo angustiaba su mudez ante ella.
Él, el dueño de la casa de las palabras, no tenía palabras para hablarle a Maria.
Aquella mañana volvió del almacén de Don Fulgencio amargadísimo, con mucha bronca; con bronca contra él, contra Maria por ser hermosa, contra su padre, porque ya no estaba y él necesitaba que estuviera, contra el viento, que ahora sí se llevaba sus palabras.
Tiago llego a su casa, cerro la puerta de su habitación, y se tumbo en la cama a llorar su desgracia.
Afuera, sin que él lo supiera, las palabras se reunían todas para hablar su situación.
¿Cómo no ayudar ellas a quien las cuida, las limpia y mima?, ¿Cómo no ser ellas quienes ayuden a Tiago?.
Se fueron juntando. Primero en grupos por afinidad, luego hubo votaciones, casamientos, bautizos, y por fin, cuando Tiago decidió salir de su encierro, y con la cara hinchada de llorar, millones de palabras, alegres, le dieron la buena nueva: tenían a las encargadas de intervenir en su ayuda. No eran muchas, pero eran….
Tiago las cargo en su mano, les sonrío, alegre, por su colaboración, las guardo en el bolsillo de colores de su chaqueta, y salió al encuentro de Maria.
Recorrió el pueblo una y otra vez.
La divisó en el mercado y se le fue acercando tímidamente. Asombrado vio, con un hermoso canto, de su bolsillo, brotar las palabras, resonar entre los toldos de las tiendas del mercado: .
"El brillo y el perfume de tu rostro es, entre las cosas del mundo, lo mas hermoso que el sonido de la evocación me canta al oído".
Todas las palabras que rondaban gritando y riendo por ahí callaron vergonzosas.
Maria no pudo disimular su sorpresa, y una docena de huevos se precipito al suelo.
Maria quedó muda.
Se cuenta, que unas semanas después, se la vio a la mulatita frecuentar la casa de Tiago, la casa de las palabras. Se dice también que fue éste quien le develó la clave para salvar su súbita mudez.
Cuentan, que fue Maria recuperando poco a poco las palabras perdidas, y también paulatinamente perdiendo el aliento, encaramada como estaba, en los besos de pasión que Tiago le daba.

Texto agregado el 27-04-2008, y leído por 454 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-05-2008 Qué hermoso cuento. Realmente hace onor la forma al contenido. Un cuento como este no puede menos que ser poético, y lo has logrado de una manera admirable, cálida, elegantemente sensilla. Me recuerda a algunos cuentos de Cortázar. Un inmenso placer leer este cuentito. Supongo que a todos los que jugamos, soñamos y peleamos con las palabras ese es un cuento en el que nos sentimos plenamente identificados. Saludos!! romquint
 
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