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Inicio / Cuenteros Locales / la_otra_mirada / Envidia ( 4 de 7 Pecados )

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No entendía nada. Atado de pies y manos, amordazado, con los ojos vendados, encerrado en el maletero del coche, el malestar del cuerpo entumecido se unía al dolor que le provocaba los golpes provocados por los baches; su cerebro era incapaz de racionalizar aquella situación; no era rico, nunca había hecho mal a nadie al menos conscientemente, siempre había llevado una vida tranquila, nunca se había metido en problemas de ningún tipo y no le constaba tener enemigos. ¿Entonces porque se encontraba así?¿Cual podía ser el motivo de todo lo que estaba sucediendo?.
El automóvil se paró,tal vez ahora supiese que coño era lo que pasaba. Se abrió el maletero su cuerpo desnudo dió un respingo cuando sintió el viento frío sobre su piel. Unos brazos tiraron de la cuerda que unía a la espalda pies y manos haciendo que cayese al suelo como un saco. Las piedras del suelo se unían a algunas ramas secas para clavarse en él por la inercia de la caída, la entereza que había mantenido se diluyó en las lágrimas de desesperación por no comprender nada. La sangre empezó a mojar su piel aliviándole paradójicamente de la quemazón de las rozaduras provocadas al estar siendo arrastrado.
Su desconcierto era tal que su mente se bloqueó anulando cualquier sensación de dolor, sólo tenía un pensamiento, ya no le importaba el porqué ahora sólo anhelaba el quién. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la oscuridad no forzada de la noche, la luna lucía en todo su esplendor iluminando las rocas y los escasos árboles que poblaban aquellos acantilados. Una figura ensombreció su visión del paisaje, cuando se agachó hacia él para quitarle la mordaza distinguió sus faciones, su asombro fue grande cuando descubrió que su secuestrador era su propio hermano. Le ayudó a incorporarse esbozando una malévola sonrisa, le dió la vuelta y con un cuchillo cortó las ataduras, sin permitirle girarse lo acercó más al precipicio; el sonido de las olas de un mar embravecido se mezcló con el sonido de la única palabra que le susurró al oído.
La caída parecía eterna,le dió tiempo a recordar su infancia llena de ropa y juguetes nuevos de los que disfrutaba bajo la mirada de frustración de su hermano vestido con la ropa que a él le quedaba pequeña y con sus juguetes usados en unas manos que los arrastraban con desidia. A continuación vino la visión de la celebración de su licenciatura, todo el mundo felicitándole mientras lo ponían de ejemplo ante un adolescente ceñudo y con los dientes apretados. El adolescente dio paso al joven que furioso daba un portazo mientras arrojaba las llaves de un coche usado. El mismo joven recibía una bronca de su hermano y jefe delante de los demás empleados. El odio se asentó en aquella mirada rencorosa cuando le obligaron a brindar por la boda de la mujer que amaba con el cretino que había tenido la suerte de nacer el primero.
Lo entendió todo de golpe y lo lamentó. Lamentó el impacto de su cuerpo contra las rocas, no por su muerte inminente sino por no poder borrar la mirada de envidia de los ojos de su hermano.

Texto agregado el 26-04-2008, y leído por 116 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-04-2008 buen cuento divinaluna
 
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