Allí estaba, altivo, orgulloso, seguro de sí. Era el hombre de moda y estaba recibiendo un nuevo homenaje, y por supuesto, con su mirada despectiva y su sonrisa de autocomplacencia, daba por hecho que era merecedor de ése y otros muchos más. Caminaba entre las mesas disfrutando de los halagos que recibía a cada paso, cada adulación le hacía hincharse como un pavo real hasta parecer por un momento que iba a estallar.
Era el rey, ¿que rey?¡Un emperador! Eso era como se sentía, tenía el mundo a sus pies y podía hacer lo que se le antojase pues su imagen pública era intachable y el gris mortecino de su patética alma estaba camuflado en el colorido disfraz de falsedad. Había pintado de valentía a sus miedos, de carácter a la ausencia de personalidad, de seguridad a sus complejos; y así , reinventado por sí mismo, recibió el galardón agradeciendo a todos aquellos que le ayudaron a conseguirlo, a los que había usado en su propio provecho engañándoles, robándoles las ideas, menospreciándoles o ninguneádoles.
Se subió al coche arrojando con desprecio el trofeo sobre el asiento, pensó en que con un poco de suerte en el próximo homenaje el menú fuese mejor, incluso tendría el atrevimiento de diseñarlo él, al fin y al cabo era por él por el que se hacían esas fiestas. Entró en su lujosa mansión y se dirigió a la cocina, sacó una botella de cava y se sirvió una copa;que raro, sabía extraño, el que se la regaló le dijo que era un vino excelente con un toque dulce y a él le sabía amargo, le entró un gran sopor y cayó inconsciente.
Se despertó en un callejón vestido de andrajos, sucio y maloliente, sentía un gran malestar en las manos y la cara así como un sabor acre inundaba su boca y el dolor reinaba en su cabeza. Se quitó los estropeados guantes que llevaba, intentó gritar de pánico cuando vió todos sus dedos sin falanges pero solo puedo exhalar un sonido gutural; tambaleándose por el estupor y la flaqueza de fuerzas llegó hasta un escaparate, en él vio reflejada una cara que no era la suya asi como una enorme cicatriz en el cuello, alguien le había convertido en aquel deshecho humano, le había robado su identidad convirtiéndole en uno de esos seres anónimos que siempre tanto despreció.
Alguien le había aplicado una rotunda y cruel cura de humildad.
Alguien había castigado su soberbia.
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