Ramiro era un hombre que gustaba de las plantas, sobre todo de las flores. Con su esfuerzo y dedicación había podido construir un enorme jardín en el patio de su casa. Cada día él cuidaba de cada una de sus flores. Sin embargo, sentía que su hermosa obra no estaba completa, que a su amado edén le hacía falta color y vida. Si encontraba aquello, sabía que su felicidad estaría completa.
Pasó días y noches pensando en qué era eso que le faltaba a su jardín, qué era lo que podía hacerlo brillar. Un día, mirando hacia fuera de la cerca de su casa, encontró por fin eso que de inmediato lo cautivó. Estaba seguro que le daría a su jardín los colores más lindos que jamás pudo imaginar.
Era una hermosa flor pequeña con dos pétalos que iluminaban y embellecían todo el entorno, fuera cual fuera el lugar donde se encontrara. Eran tan claros que hacían recordar el agua cristalina del mar. Se encontraba sola, detenida y con la mirada perdida y triste. El corazón de Ramiro saltaba de emoción porque creía haber hallado la luz y belleza a su huerto. Movido por la alegría se acercó a ella que estaba en medio de la pradera.
La vista de esta bella planta de vez en cuando se iba hacia la cerca de enfrente donde estaba el jardín de Jonás, otro amante de las plantas. Ramiro la saludó y le dijo que era la flor más linda y especial que había conocido. Si ella viviera en su jardín sería la más importante, brillaría con luz propia y le daría color y vitalidad a su obra botánica.
Pero ella tenía otros anhelos. Si bien agradeció las palabras de Ramiro, la flor de pétalos verdes le dijo que no iría a vivir a su jardín porque había encontrado en la cerca de enfrente, eso que ella necesitaba para ser feliz. Sentía que al huerto de Jonás le faltaba luz y una flor que fuera la más importante, a pesar de que éste jardinero tenía el talento de tratar a las plantas como ningún otro podía hacerlo, porque él sabía como podarlas. Ramiro quedó triste con esa respuesta, lo único que él quería era darle vida a su jardín y sentía que esa flor era la indicada para lograrlo.
A pesar de que la flor de pétalos verdes de todas maneras visitaba su huerto, Ramiro estaba consiente de que eso no bastaba, pero era la única forma en ese momento de darle vitalidad a su jardín aunque fuera por algunos momentos.
Jonás y Ramiro se conocían, sin embargo conservaban la distancia. Por amigos cercanos, y en común, se enteró de que Jonás sentía que su jardín estaba completo y que no necesitaba ninguna flor más. No obstante, aceptaba que todas las plantas que quisieran pudieran frecuentar su edén. En tanto, la flor más bella pasaba en la cerca de la casa de Jonás pero siempre hallaba la puerta cerrada, aunque también entraba pero sólo por instantes.
Ramiro, que ya quería tanto a la flor, supo que Jonás buscaba otros rumbos, que incluso había visto una planta cerca del mar que no descartaba llevarla a su jardín. Ramiro maravillado con esta noticia, sólo quería conquistar a esta flor. Siempre cuando podía le llevaba agua y le ofrecía tierra, además de canciones y poemas para alegrarla, ya que sólo quería estar cerca de ella. La flor, angustiada, le insistía que no siguiera porque ella se sentía apegada al jardín de enfrente; que ni siquiera todos los ofrecimientos de distintos jardineros habían podido hacerla cambiar. Hoy, Ramiro observa cautelosamente aquella flor que frecuenta los 2 jardines. La puerta de este jardinero siempre está abierta. No ha podido encontrar otra planta que iguale a esta, a pesar de que ha buscado en otros huertos pero sin buenos resultados.
Una luz se encendió para Ramiro un día cuando se dio cuenta de que en medio de su jardín había aparecido una raíz verde y muy luminosa. Por el color de la flor que tanto quería se dio cuenta de que venía de ella. La esperanza estaba latente.
¿Quién sabe si algún día esta flor de pétalos verdes podrá hacer brillar el jardín de Ramiro definitivamente?, ¿Quién sabe si Jonás tomará la decisión e irá en la búsqueda de aquella planta que se refugia cerca del mar y que conoce desde hace mucho tiempo?, ¿Quién sabe si Ramiro podrá cortar de una vez las raíces de este amargo destino que lo acecha y pueda lograr darle más luz a ese hermoso ser que cautivó su alma y pueda hacerla la flor más maravillosa. Así su jardín sería el más importante de todos los que existen en el mundo.
A los de Babilonia seguramente los comería la envidia.
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