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Alán el enseñador; Alán el aprendiz. Alán meditaba en el palco cómodo asentado sobre piedras grises de su cámara de recogida. Por la ventana alargada y vertical se podía contemplar la laguna clara donde las hadas lunares revoloteaban como polen persiguiendo y confundiéndose al brillar con las luciérnagas. En la distancia retirada, el mundo seguía su momento enloquecido. Aquella mañana, en ese mundo guerrero, había recibido a su discípula, con un fallo en los estudios que le tutelaba.
- ¿Su fracaso o mi fracaso? –meditaba.
Había pensado en su actuación, podía decirse que en cierto sentido fue perfecta. Impartió, explicó y aclaró cuanto vio necesario... sin embargo no surtió efecto. La duda sobre cómo transmitir lo que él sabía íntegramente y no sólo en la forma trepanaba sus pensamientos y la culpa sajaba su corazón.
- Si hubiese ido más allá de la explicación; si sólo hubiese excelido; si hubiese sido excelente ella habría sido apta, sabia, apasionada y habría ahorrado a su joven espíritu el peso de la decepción –surgían los pensamientos a media voz.
Euclides, el dragón-mariposa que Alán alimentaba, revoloteaba entre carantoñas persiguiendo un juego o un mimo de su amigo, que apenas lo veía y desde luego no era consciente de su presencia.
- Ahora ella presentará más resistencia a saber, pues se convence internamente de su falta de capacidad. ¿Cómo pudiera establecer el vínculo íntimo que necesitaba con su alumna, prueba y maestra reunida en un solo ser, para mostrarle toda la dimensión del conocimiento, la pasión qué comporta, lo sutil en sus formas y lo intuitivo aún más suave bajo ellas, la forma en que altera la visión, abre el corazón, genera nuevos sueños y permite maravillarse ante la esencia de las cosas y la del mismo juego del conocimiento? ¿Podría hacer brotar la llama en ella, la curiosidad salvaje, el deseo que en sí mismo resuelve los problemas? Cierto es que sin ellos sólo por fortuna y con mil veces el esfuerzo se pasan las pruebas.
Alán se preocupaba por él mismo, pues también era estudiante y se mostraba ante sí mismo ahora como ignorante absoluto en su materia... Saber sin transmitir es como morir sin haber vivido. Si avanzase hacia su propia excelencia, podría quizás aprender lo que ahora ignoraba, toda la dimensión de compartir, no de guiar sino de bailar con el discípulo, que pasa a enseñar más de lo que recibe y se transforma en estudiante compañero.
Lo había comentado a un alma afín: “El mundo necesita hoy excelencia, sólo los que saben cuánto ignoran pueden avanzar y sacar del loco caos y de las guerras esta tierra”. La respuesta fue negarle: “Ser perfecto es despreciable, ¿Por qué te obsesionas con mejorar, tonto y orgulloso, más allá de ser tú mismo? ¿A qué tanto esfuerzo que te olvidas los latidos? ¿Y después, que harás? ¿Acaso dirigirnos?”
Había intentado defenderse diciendo que no buscaba el final sino el camino, que no deseaba perfección sino excelencia y que no era lo mismo... vano intento. De nuevo se mostraba la incapacidad de mostrar el sentimiento que late bajo cada pulso ordenado de razón y que es en esencia un saber más puro y cierto. Ardía sin embargo de la llama de la seguridad casi apasionada y sus cavilaciones le obsesionaban.
- ¿Cómo he de resolver estos enigmas: el humano y la excelencia, el aprendiz que es maestro y mejorar sin ser perfecto?
Se sintió desamparado. En el palco anocheció en un instante. Una Luna melancólica proyectaba su imagen desde el firmamento, visible desde ella misma y un sonido de lechuzas quería orlar los perfumes del silencio. La torre, casi abandonada, se erguía en la estepa junto a la laguna en silencios de polvo de llanura y tormentas de desierto. Euclides, posado junto al reclinatorio en un pie de cetrería, todo mobiliario si descontamos un desnudo candelabro de ocho brazos, dejó caer una lágrima en el hombro de su ausente compañero.
Los primales sentimientos parecían moldear la imagen que descubrió cuando volvió de su ensimismamiento, rescatado por la lágrima y cargado en su corazón de palabras para el viento. En sus ojos, en sus manos de alquimista y hechicero, en su joven cuerpo de apariencia medianero y de espíritu muy viejo palpitaba un poema tierno.
- Quizás sea este mi camino de excelencia, se sorprendió. Quizás no sea buen maestro ni estudiante por no haber sido ni siquiera mal poeta. Puede que seamos como el agua, que debamos fluir y repartirnos por igual en la cuenca, más sin detener el movimiento que nos lleva, que llevamos. He hallado mi excelencia. Es un equilibrio en el estar un avanzar sin moverse de ese punto, pues se avanza en todas direcciones, también en las opuestas. Es henchir de pasiones el pecho; de razones la cabeza; las preguntas, de respuestas y de críticas las ciencias. Es caminar parado pensando en el camino, dejando aparte el destino, pues es la única forma de alcanzarlo. Si todos hallasen así su excelencia, qué diferentes serían nuestros problemas...
- ¿Más cómo he de hacerlo entender? De nuevo en el mismo dilema me debato. Es para que todos puedan limitarse a ser ellos mismos que es necesaria la excelencia. Es para que nadie tenga que buscarla preciso que todos la encuentren. ¿Cómo hacerlo? Debo escribir el poema.
Así es como Alán empezó a avanzar hacia su excelencia; así como descubrió que el saber no es la ciencia; fue así como inició el camino hacia la esencia de conocer: conocer en círculo. Y como el saber es corto, se vio en necesidad de educarse y por ello comprendió que debía conocer antes las formas que romperlas como ya sabía con su conocimiento pasional. Supo que sus deducciones no tenían cabida en la lógica y las encriptó primero en la estructura de las artes, rígida al principio y más tarde moldeable. Ni un solo día descuidó su cábala ni su ciencia y en ellas se iluminó con la luz de su poema sin palabras, mientras éste en su vida poco a poco se perfilaba. Acabó por entender que para la verdad no hay palabras, que las palabras son líneas con que podemos dibujarla y sin embargo, como el dibujo, no está la verdad en las rayas.
Alán vivió y enseñó y padeció y erró por muchas más veces. Su discípula pasó sus pruebas en el día en que él la tomara por pareja por ser de entre todas las cosas su más venerada maestra. Dice la leyenda que nada había en uno que no tuviese en el otro su eco, tal era la armonía de sus esencias, pues ambos, uno y otra, bailaban coordinados el camino secreto, el camino en armonía de la excelencia, que lleva al conocimiento. Habían aprendido todos los saberes, habían acumulado todos los defectos, no prestaban atención a las normas, pero las conocían y valoraban todas. Conocían al final de su vida todos los idiomas, pero hablaba por ellos la llama de sus actos y de palabras colocadas en un orden inexacto que, sin sentido, evocaba las pasiones en todos los humanos. Hablaban en verdades.
Ambos murieron y no dejaron otro poema que la música pura de sus vidas. Hoy los sensibles al vacío la recogen y la hilan en forma de leyenda, esperando la gracia dorada del mejor de los poetas que se atreva a escribir más exacta la letra de aquel poema. Pero lo cierto es que aun andan sus espíritus, su esencia, que no serán nunca perfectos ya que tienen excelencia y que viven los ecos que siente cada poeta, que viven en las pasiones de cada alma de ciencia.

Texto agregado el 30-03-2003, y leído por 591 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-03-2003 la exelencia es siempre un muy buen tema amigo...lastima ke sus poemas se prdieron...o se encontraron?? dulcilith
30-03-2003 Perdónenme la forma en tanto que resulte tediosa. Disculpen mi torpeza, la del que habla e ignora. Critiquen lo que digo, que es necesario ahora. Perdónenme las molestias, mas no sin ser el que piensa. UlisesGrant
 
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