Conocía yo a un chico que tenía un corazón maravilloso. Era enorme, más grande que él, y hecho todo entero del más puro diamante rosa. Siendo tan grande y tan pesado el corazón, no solía sacarlo mucho, y se hizo introvertido y en palabras de sus conocidos bastante frío. Hasta que la conoció a ella. Y se enamoró locamente, y no tuvo más remedio que ir con su corazón a todas partes. Pero tanto por comodidad como por amor, decidió tallar ese enorme corazón que el tenía, con la forma de ella. E hizo una réplica perfecta, hasta en el más mínimo detalle, y se volvió menos frío e introvertido. Y fue feliz con su corazón a todas partes, tallado en la forma que hacía de su corazón una cosa viva.
Hasta que ella le dejó, y su corazón se rompió en mil pedazos.
Habiendo aprendido que sin corazón no era el mismo, recogió los pedazos que quedaban y con cuidado, se talló otro corazón. Era más pequeño, pues trozos se habían perdido, pero seguía siendo enorme. Y lo llevó consigo, y conoció a otra mujer maravillosa, y talló nuevamente su corazón en la forma de ella, capturando su sonrisa y el brillo de sus ojos. Y volvió a ser feliz.
Hasta que volvieron a romper su corazón. Y con los pedazos, volvió a tallarse otra vez un corazón. Grande aún, pero menos.
Y el proceso se repitió, hasta que conoció a la mujer de su vida. Y se puso a tallar otra vez su corazón con la forma de ella. A estas alturas, era un maestro del detalle, lo que era bueno, porque había que ser muy minucioso con el corazón que le quedaba. E hizo una obra maestra, la talla tan increíblemente maravillosa como el modelo, con esa sonrisa increíble y esos ojos que prometían felicidad con cada parpadeo, y gestos que destilaban ternura y amor.
Pero ésta, ésta también le dejó. Y su corazón se hizo añicos. Y por mucho que buscó y buscó, no quedaba nada con que tallarse otro corazón…
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