Caminaba de madrugada, mientras los primeros rayos del alba sólo podían acariciar la línea púrpura del horizonte. Llevaba la sonrisa etílica agarrada a la cara, la celebración fue impresionante, todas sus amistades acudieron a la fiesta, y pasaron la noche entera bebiendo como si las mañanas de resaca no existiesen. Y claro, ya no pudo volver en su coche.
Así pateaba la calle de vuelta a casa, con un trotecillo zigzagueante y feliz, bailando al son de la música que aún resonaba en su mente y que solo él escuchaba, hasta que se lo topó sentado sobre la barra del paso a nivel del tren. Alto y larguirucho, el tipo vestía como los “raperos”, pantalones anchos cuajados de bolsillos amplios y una sudadera gris de cremallera, con la capucha echada, de tal modo que no pudo distinguir más rasgos que una barbilla sin afeitar y los cables de unos auriculares que se perdían en la oscuridad del rostro embozado.
Las vías cortaban el asfalto produciendo la sensación de que aquel lugar aún no pertenecía a este siglo, sino que la encrucijada permanecía en varios tiempos diferentes a la vez. Un poco más allá el camino se bifurcaba en las familiares callejuelas que formaban una orquilla, de manera que ambas corrían paralelas y llevaban prácticamente al mismo punto, a casa.
A pesar de la sensación extraña que le cosquilleaba en la nuca, continuó su caminar ignorando al joven y conservando su buen humor intacto, se dispuso a cruzar. El tipo encapuchado alzó una mano como una garra y la clavó en su hombro, deteniéndolo en seco sin siquiera levantar la cabeza, que seguía inclinada y cabeceando con suavidad al son de su música.
-¡Eh!- le apartó el brazo de un empellón – me has hecho daño, tarado –
El golpe de viento lo lanzó hacia atrás y calló sobre sus posaderas, mientras el tren pasaba como una bala, envuelto en el estruendo de la velocidad y la estridencia de la bocina.
Intentó recuperar algo de dignidad mal peinándose mientras se incorporaba y masculló un “gracias” hacia el rapero con más dosis de perplejidad y ofensa que de auténtica gratitud.
-Escucha- La voz emergió de la negrura de la capucha, el timbre grave desprendía la sensación de que lo que el joven decía, merecía ser escuchado.
-¿Qué camino tomarás, amigo?- Sin volverse, señaló la bifurcación con el pulgar.
-¿Y a ti qué más te da? Oye, ya te he dado las gracias, ¿qué quieres?
-Las elecciones siempre son importantes.-
-Vale… no sé, por donde siempre.
-No lo hagas, por hoy, toma la otra calle.
-Ya, ¿y se puede saber por qué?
-No.
-Bien, bien, gracias por el consejo, buenos días… “amigo”- la palabra sonó como encajada con un calzador.
Y emprendió de nuevo la marcha, despejado ya por el susto y avergonzado por un cualquiera. Unos pasos más allá lo llevaron a las callejas gemelas, titubeó un momento: qué se habría creído aquel extraño, solo faltaba eso, prestarle atención al tarado de turno. Decidido y tranquilo, se volvió a casa por la calle de siempre.
DESTINO se giró y miró desde la oscuridad de su capucha al hombrecillo que se adentraba por la ruta que le sugirió no tomar. La abuela del segundo A estaba regando las plantas de su balcón unos metros más al fondo de la misma calle.
DESTINO escuchó el silbido de la guadaña casi antes de ver la regadera escurriéndose entre los dedos de la anciana, y desequilibrando el enorme macetero que hizo ceder el metal de la sujeción para precipitarse como un obús sobre la cabeza del hombre.
MUERTE podría ser poco popular, pero era tremendamente puntual.
El joven encapuchado se levantó y echó a caminar, tarareando a los "Rage Against the Machine".
- … Listen something you can’t understand… How could I just kill a man…-
Dijese lo que dijese la gente, no tenía tanto poder como ellos pensaban.
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