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Linea 2...

Son las cinco y cuarenta y cinco de la mañana, me despierto como siempre sin ganas de vivir, y sin haber nunca encontrado el coraje para no vivir. Me miro al espejo y veo ese rostro triste que hace tantos años me mira insípido a traves del cristal. Y hoy, que ando un poco mas amargo que de costumbre, me sonrio con apenada ironia y no sin algo de rabia.
Me ducho rapido, me visto, me tomo un triste café instantáneo y salgo falsamente raudo de mi casa. Afuera, el viento gelido y cortante que acompaña las primeras luces del alba me recibe casi cordial en su incordialidad. Camino agachado y con la nariz congelada y seguramente algo roja, y no solo por el frio sino que tambien por el vodka barato de anoche. La ciudad esta despertando, y como cualquiera que despierta, esta sucia y desordenada. El viento fuerte de la noche pasada continua haciendo volar cartones, papeles y las hojas otoñales de los arboles centenarios y simétricos en su posición ciudadana que creo me observan tristes. Estoy en el paradero esperando mi bus. Y es este el peor momento, cuando pienso con desespero que aunque me endeude debo comprar un auto. El linea 2 me esta matando.

Estoy en el bus, hoy tuve suerte ya que encontre un asiento vacio. De mi lado una mujer simple esta sentada, vestida con el tipico uniforme feo de quien trabaja en una AFP. Seguramente atiende el telefono y gana una miseria, y seguramente tambien debe haber estado dichosa y feliz cuando recibio el primer uniforme. Feliz como yo estaba cuando entre a la fabrica.
Estoy sentado al lado del pasillo, la secretaria en la ventana, fingiendo mirar pero no viendo nada ya que el vidrio esta empañado por completo. A mi otro lado, apretándome bastante y casi cayendose encima mio a cada salto y frenada brusca que dan el bus y el chofer respectivamente, hay un hombre humilde que lleva dos enormes sacos con papas. El hombre es viejo y no muy alto y talves sea por ello que se ve particularmente incomodo con el brazo levantado al cielo y la mano empuñando aquel pedazo de tubo sudado en el que los pasajeros apiñados como reces deben apoyarse para no caer unos encima de los otros. Y la masa compacta de personas que eramos, solo aumenta su densidad en cada parada del bus. Y el bus esta cada vez mas lleno de sudor, fetidez y hacinamiento humano. De pronto escucho un sonido que me perturba una enormidad. Pienso que es gutural y milenar. Pienso para no escuchar y pienso para no oler y no imaginar. Pero es imposible. El viejo ebrio sentado al final esta vomitando dentro del bus.
Ahora llueve copiosamente afuera, lo que hace casi imposible abrir alguna ventana y todos a bordo siguen apretándose mas y mas. Cierro los ojos y espero llegar luego a mi trabajo. Y con los ojos cerrados pienso diariamente en la desdicha del estar, y cuestiono con seriedad clerical la ausencia de piedad del dios de todos nosotros. Del porque no nos priva de estas pesadas jurisprudencias cívicas de quien vive confinado en la ciudad, del vivir corrompidos no por el verbo y si por la ausencia de este, del no tener coraje para salir, pero tenerlo en exceso en la forma de insípida aceptacion cotidiana, de sumisión, de vida desperdiciada. De dolor del alma y rencor del cuerpo por las malas comidas diarias. Del diario llanto triste y desesperado de cuando estamos ebrios, y del rencor vigoroso de cuando recordamos sobrios ese llanto penoso y nos avergonzamos simplemente de haber sentido con autenticidad. De haber estado por pocos minutos vivos y tristes y sabiéndonos muriendo de ebria lucidez. De conciencia barata y perdida por que no sirve para nada. Y nunca sirvio.

Y es todo eso lo que pienso. Y a veces es mucho mas y generalmente es mucho menos. Pero siempre mientras tomo café. Sintetico e instantáneo café, que al final, cuando miro el fondo del vaso plástico, solo me recuerda que debo avanzar pesadamente hacia mi cubiculo de operario que toma decisiones que a nadie afecta. Y por eso ausente de orgullo y ahogado en profundos océanos de ego herido.

Tengo un jefe que no hace nada, el parece estar enfermo. Y de hecho es un secreto a voces que el se trata con medicamentos. No se si aquellos remedios son buenos o malos, solo se que el repite todos los dias con una supuesta crueldad de destino penitenciario las palabras “coco” y “lacto” todas las doce horas legales y solo a veces, alterando el ritmo. Solo para hacer la tortura mas rebuscada.

Y todo ese placer diario solo es posible gracias al Linea 2, que invariablemente me lleva a mi trabajo todos los dias. Y es ahí, en mi trabajo, donde a diario enfrento en fiera disputa diplomático/sicológica desde el guardia hasta la bruja menopausica que me traba el sueldo todos los meses solo porque le caigo mal y porque probablemente no recuerda hace mucho el vacio post-coital y mucho menos el olor agrio pre-coital que supongo su entrepierna seca de soltera idiota tanto debe anhelar.

Mi trabajo no me gusta, estudie cinco años para nada y no creo tener muchas posibilidades de que sea diferente y es esa certeza incierta la que me hace enojar. Me enojo y todos los que viven conmigo en la pension lo padecen, padecen mi rabia y mis frustraciones, mis pesares y mi resentimiento. No quiero desmoronarme pero veo difícil que no ocurra.

Y compre drogas y compre un arma y compre tiros y compre cana. Perdi el control y dispare una y otra vez repitindole a mi jefe el “coco” y el “lacto” a cada disparo. Grite como un loco y como corri riendo a entregarme y hoy escribo desde la carcel, desde el infierno en vida que para mi es menos infernal que mi vida anterior. Y solo me duele hoy el no haber tenido el coraje para usar una sola bala, directa contra mi sien. Pero ya paso. El Linea 2 me mato en vida.





Texto agregado el 17-04-2004, y leído por 719 visitantes. (0 votos)


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