De la Sierra Madre a los Andes. (I)
Quetzal, el pájaro serpiente, emprendió vuelo una fresca tarde de abril con destino a los Andes, tierra de Cóndor, el pájaro nube.
Su trayecto, desviado por vientos del oeste, lo llevó, remontando montes y colinas, hasta las costas caribeñas, donde, sediento, bebió en las fuentes cristalinas del Yunque, tierra de Higuaca, la cotorra taína. El Yunque, montaña mágica de los Indios Taínos, albergó a Quetzal, el pájaro serpiente, por cierto tiempo. Luego, ya descansado, re-emprende su viaje, hacia América del Sur, tomado rumbo sur-oeste, hasta volar sobre Venezuela, Colombia, sierra de Santa Marta y recalar, por fin, en el nacimiento de los imponentes Andes, en tierras peruanas.
Hampatu-Gilberto, quechua por amor, arraigo y origen, abrió sus cálidos brazos y, en un encuentro casi providencial, se fundió en un abrazo de afecto y hermandad con Quetzal-Rodrigo. Abrazo que sonó y resonó hasta oírse en los confines remotos del valle de Maipú.
Quetzal y Hampatu, conversaron y conversaron sobre encuentros y cuenteros; sobre experiencias y escritos.
Quetzal y su familia, fueron agasajados de forma maravillosa por Hampatu y los suyos, gente de bien, importante y cariñosa, originarios del ombligo del mundo: Cusco.
Al calor de unos piscos y unas copas de un delicioso vino peruano, las conversaciones se hicieron largas y prolongadas, como el afecto de amistad y hermandad que, de esta reunión surgió.
Un día, por recomendación de Hampatu, Quetzal remonta el vuelo y, tras un perfecto vuelo, cae en Cuzco, Ombligo del mundo y centro del imperio inca. Ciudad de ensueño, que, con su color ocre, es una verdadera obra de arte; donde sus gentes reflejan la hidalguía e importancia de su ciudad.
Quetzal, un poco asustado por la altura, toma té de coca y dulces de coca y mastica hojas de coca, pero sin encocarse... y, en un delicioso viaje sobre el tren del Cusco, recala en Aguas Calientes, a los pies de la increíble Machu Picchu.
El encuentro entre Quetzal, el pájaro serpiente y Cóndor, el pájaro nube, es inmediato.
Quetzal, extasiado, admira toda aquella obra de Dios y del hombre-inca. Eleva el vuelo junto a Cóndor y recorre alturas, edificios y templos, cada vez más alto hasta contemplar la majestuosidad de los Andes peruanos a vista de pájaro.
Hampatu, en Lima, envidiaba este encuentro, aunque Quetzal había volado con una carta de recomendación del propio Hampatu-Sapo. (Viene en la parte II)
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