ALMAS GEMELAS
Por Víctor H. Campana
Cada día me sentía más atraído por el ambiente agradable, activo, hospitalario y prometedor del Valle del Silicio. Las otras ciudades del Área de la Bahía de San Francisco eran similarmente atractivas. El clima era simplemente maravilloso. Los largos días del verano me causaron un efecto saludable tanto física como emocionalmente. Quédate aquí, sé uno de los nuestros, diviértete, era el mensaje que recibía de las personas con las que me reunía, ya sea en las ciudades o en las playas a lo largo de la costa desde San Francisco hasta Monterrey. Pero debía irme. No tenía otra alternativa, ¿o si la tenía?
Después de una semana de permanencia en San José, visitando a familiares y amigos, decidí continuar mi viaje de retorno a San Antonio, Texas, lugar de mi residencia. Dos meses antes, el último día de mayo, había cargado mi van Aerostar con todo lo que creía indispensable para una aventura a través del país. Inicié mi trayecto tomando la carretera Ínter Estatal Diez, con dirección a Nueva Orleáns, Luisiana. Fue un viaje encantador que me llevó a lo largo de la costa atlántica hasta Boston y de ahí a Montreal, Canadá. Crucé el territorio canadiense hasta llegar a Vancouver, B. C. Para regresar a los Estados Unidos tomé el ferry que lleva a Victoria en la Isla Vancouver, donde permanecí un día. Luego tomé el transbordador con rumbo a Seatle en el Estado de Washington. Después de un par de días en Seatle y Pórtland, Oregón, salí para California.
El día en que salía de San José, a las nueve de la mañana, antes de entrar a la carretera Ciento Uno rumbo al sur, me detuve en un supermercado para comprar algo de tomar y comer durante el viaje. Mientras iba por los pasillos de la tienda mirando los estantes, choqué mi carretilla de compras con otra empujada por una mujer. Le pedí disculpas por mi descuido y ella dijo:
—No se preocupe. Fue mi culpa porque yo me atravesé en su camino.
La amabilidad con que me habló dio lugar para establecer una conversación cordial. Minutos después de intercambiar ideas acerca de comestibles, me presenté,
—Me llamo Écktor, Écktor Bell, a sus órdenes—, le dije extendiéndole mi mano.
—Yo soy Karmina, Karmina Santos. Mucho gusto en conocerte, Écktor —respondió ella, apretando mi mano
Desde el primer momento en que nos miramos hubo algo así como un reconocimiento entre los dos. Tuve la impresión de que ya nos habíamos visto antes, pero no podía ubicarla donde. Cuando le dije que me estaba yendo a Texas, luego de hacer mis compras, su faz se iluminó y exclamó,
—¡No me digas! Esta es una coincidencia fantástica, porque yo salgo también para San Antonio pasado mañana.
—¿Tú eres texana? —le pregunté.
—Sí —respondió, y poniendo de vuelta en el estante el paquete de pan que tenía en las manos, mirándome a los ojos y sonriendo, me preguntó— ¿Podrías llevarme contigo como pasajera?
Solo me llevó un par de segundos para decidir, era algo que no podía rehusar.
—Me sentiría más que encantado tenerte como compañera de viaje —le dije.
Entonces terminamos de hacer nuestras compras, salimos de la tienda y fuimos a la casa de la familia donde ella estaba de visita. Luego de informar su cambio de planes, llamó a la compañía de aviación para cancelar su reservación, arregló su equipaje y en menos de dos horas desde el momento en que nos encontramos, estábamos viajando juntos hacia Texas. Así, la última etapa de mi aventura en carro a través del país, lo hice con una compañera inesperada. Aunque nuestro encuentro era a todas vistas casual, un extraño pensamiento se metió en mi cabeza para decirme que ella había estado esperando por mí en la tienda.
De la carretera Ciento Uno tomamos la Ciento Cincuenta y Dos para llegar a la Ínter Estatal Cinco con dirección a Los Ángeles. Cinco horas después tomamos la Ínter Estatal Diez hacia Texas, cruzando Arizona y Nuevo México. Tomábamos turnos para manejar y hacíamos ligeras paradas para tomar combustible, estirar las piernas y comer algo. Para amenizar las largas horas de viaje, Karmina elegía la música que quería oír de mi colección de música espiritual, romántica, flamenca y clásica. Y hablábamos. Ella más que yo. Karmina era una magnífica conversadora, inquisitiva y llena de humor. Y así supimos quienes éramos.
—Me gusta ayudar a la gente —dijo—. Es por eso que elegí mi carrera de enfermera y trabajar en un hospital. También estudié yoga, una disciplina que practico diariamente.
—A mí me gusta también ayudar a la gente —respondí—. Y por eso me hice profesor. Enseño en una escuela primaria en San Antonio. Es en verdad sorprendente que nos hayamos conocido en forma tan singular, que vivamos en la misma ciudad y que tengamos los mismos intereses. Yo también estudié filosofía oriental y practico yoga.
Aunque vivíamos en la misma ciudad y trabajábamos en lugares de la misma área, no recordaba haberla visto antes. O tal vez la había visto y su imagen se gravó en mi subconsciente. Esto explicaría la impresión de haberla conocido que tuve cuando nos encontramos en el supermercado.
—Tengo una amiga que tiene dos niños que van a tu escuela. Probablemente la conoces, se llama Primavera.
—Claro que la conozco. Primavera y yo somos buenos amigos. Y tú y ella, ¿son amigas de confianza?
—Nos llevamos muy bien. Hablamos mucho en confianza, secretitos de mujeres, tú sabes; cosas de familia, y de vez en cuando algunos chismes.
Con esto me di cuenta que ella sabía de mí más de lo que yo le había revelado. Me causó alguna preocupación y también curiosidad, pues quería saber cuánto sabía ella de mí por intermedio de Primavera. Me quedé por un largo rato en silencio pensando como obtener esa información sin revelar mi relación personal con Primavera, cuando ella preguntó,
—¿Qué pasó, qué tienes en tu mente?
—Nada importante —le dije—, es solo el pensamiento de que mis vacaciones están terminando y pronto habré de volver a mi rutina de trabajo.
—Lo mismo pienso yo —dijo ella. Y la conversación cayó en el tema del clima y del paisaje que estábamos atravesando.
Cuando salimos de Nuevo México y entramos en Texas, nos sentíamos realmente cansados y decidimos tomarnos un largo descanso antes de continuar nuestro viaje. Estaba oscureciendo y Karmina sugirió que saliéramos de la carretera, tomáramos un camino secundario y nos estacionáramos en un lugar desolado para pasar allí la noche tranquilamente. Así lo hicimos. Nos llevó cerca de una hora para encontrar el lugar que nos pareció apropiado. Estábamos en campo abierto y el terreno plano se extendía por millas alrededor de nosotros. Era una inmensa pradera cubierta de hierbas altas y algunos árboles. La luna llena estaba en el horizonte en un cielo sin nubes y su luz cayendo sobre las altas hierbas proyectaba sombras que se movían como seres vivientes. Caminamos alrededor del van varias veces en un círculo grande para estirar el cuerpo y gozar de la fresca brisa nocturna que refrescaba el ambiente después de un caluroso día de verano. Nos sentamos en el suelo, sobre la yerba, a meditar por un rato antes de irnos a dormir en el van. Karmina durmió en la única cama que había y yo en una bolsa de dormir. Fue una noche agradable y fascinante que pudo haber sido romántica.
Antes de dormirme, recordé todo lo que había acontecido desde el momento que me encontré con Karmina en San José. Examinando los hechos, me di cuenta que después de más de treinta horas de estar juntos, hablando de todo lo que se nos venía a la mente, Karmina continuaba siendo un enigma para mí. Ella tenía un buen sentido del humor y su risa contagiosa le salía del corazón. Era bien educada y tenía buen conocimiento de la filosofía oriental. Su maestro favorito era Milarepa, el santo y poeta tibetano del siglo once. Cuando habló de sus sentimientos, dijo,
—Me encanta bañar mi mente en la sabiduría del Bhagavad-Gita, y cuando escucho el diálogo entre Krishna y Arjuna, me siento como una Gopi, adoradora de Krishna.
También estaba familiarizada con Kabir, el poeta místico hindú del siglo dieciséis y recitó de memoria algunos de sus poemas.
Karmina tenía una personalidad magnética y una peculiar belleza física. Era alta y esbelta, con pelo negro, piel blanca, ojos verdes y una sonrisa a flor de labios, de unos labios carnosos y sensuales. Parecía tener unos 35 años, pero pensé que podía ser mayor, tal vez de unos 42 años como yo. Se miraba muy saludable y todo su ser irradiaba una energía que simplemente me cautivaba.
Al mismo tiempo que analizaba su personalidad, trataba de encontrarla en algún sitio de mi memoria, pero no pude hallarla en ninguna parte de mi vida. Y el pensamiento de que ella había estado esperando por mí en la tienda se convirtió en el presentimiento de que nuestro encuentro no era accidental. Aún más, sentía que nos habíamos conocido antes y que existía una íntima relación entre los dos, pero nada podía definir claramente. Tal vez estuvimos juntos en una vida pasada; esto daría una explicación lógica a mis sentimientos. De una sola cosa estaba seguro: ella sabía que Primavera y yo éramos amantes. Mi análisis de Karmina también me hizo ver que me sentía profundamente atraído hacia ella. Mi atracción era amorosa, pero no como estar enamorado de ella.
Primavera era una mujer casada a quien conocí en la escuela durante una reunión de padres de familia. Nunca conocí a su esposo personalmente, pero, por referencias de ella, supe que era un agente viajero. Nos reuníamos en mi casa con frecuencia, usando la mayor discreción posible, y nuestra relación era un secreto entre los dos, por lo menos así lo creía hasta que me encontré con Karmina.
El sol ya estaba alto cuando nos despertamos la mañana siguiente. Habíamos dormido profundamente y nos sentíamos muy descansados. Salimos del van y caminamos por unos veinte minutos disfrutando del ambiente fresco y agradable de la pradera. Como no teníamos prisa para llegar a nuestro destino, decidimos quedarnos por un par de horas más y tener un picnic que lo tomamos como desayuno y almuerzo. Luego de comer y poner todos los utensilios en el van, tendimos una colcha bajo un árbol y nos acostamos a reposar y charlar. El cielo, totalmente azul, claro y brillante, parecía una gigantesca cúpula descansando sobre una superficie verde. Miramos alrededor nuestro y vimos que estábamos exactamente en el centro del círculo delineado por el horizonte. Nos sentamos tomados de las manos y gradualmente nos fundimos en la calma y el silencio que nos envolvía. En este estado de profunda tranquilidad, me vi como parte integral del universo, y al mismo tiempo vi que el universo estaba contenido dentro de mí. Y sentía el silencio como ondas de sonido vibrando en cada célula de mi cuerpo. Estaba experimentando el sonido del silencio y la eternidad.
* * *
Era ya el medio día cuando volvimos de nuestro estado de meditación y decidimos continuar nuestro viaje. Seguimos el camino hacia delante seguros de encontrar una salida a la carretera principal. Media hora después llegamos a un punto donde el camino se bifurcaba hacia el este y oeste. Obedeciendo a mi sentido de orientación, viré a la izquierda y fui hacia el este. Íbamos casi en silencio cuando repentinamente dije, “A lo mejor vamos a encontrar algunos cowboys en esta parte de Texas”, y tan pronto como lo había dicho, vimos una nube de polvo moviéndose rápidamente hacia nosotros. Pocos minutos después tuvimos que detenernos porque cuatro hombres a caballo nos estaban bloqueando el camino. El que parecía ser el jefe del grupo era un hombre grueso de aspecto amenazante, con piel bronceada oscura y unos bigotes como los de Pancho Villa. Todos vestían trajes de vaqueros y llevaban sendos revólveres a los costados de la cintura. Físicamente, no se diferenciaban mucho entre sí. Cuando el jefe del grupo se acercó al carro, Karmina me dijo al oído, “Este hombre es Calvin y es el marido de Primavera”.
—Yo mando aquí —dijo Calvin—. Bájense del carro.
Sin decir palabra obedecimos sus órdenes. El se desmontó y fue a inspeccionar el interior del carro. Sonriendo, como satisfecho de lo que había visto, llamó a sus hombres, les ordenó que abandonaran sus caballos y luego dijo,
—Súbanse al carro, todos.
Calvin tomó el volante y ordenó que nos vendaran los ojos. Un hombre se sentó junto a Calvin, Karmina y yo en el asiento del medio y los otros dos hombres en el asiento posterior. Por un rato fuimos en silencio cuando los dos hombre detrás nuestro comenzaron a hablar y Calvin les ordenó que se callaran. Como una hora después oí que un carro venía en dirección nuestra. Hubo un chirriar de frenos y el carro se detuvo bruscamente. Karmina y yo nos quitamos los pañuelos que nos cubrían los ojos y vimos que estábamos bloqueados por dos carros de policía. Cuatro guardabosques armados de rifles estaban detrás de los carros y usando un altavoz ordenaron que nos bajáramos del carro con las manos en alto. Una vez afuera y por la investigación que siguió, supe que la policía texana andaba detrás de Calvin, “El Bandido”, y finalmente lo habían encontrado. Al igual que los bandidos, Karmina y yo fuimos esposados y llevados a la cárcel en mi propio carro. Había oído hablar antes de “El Bandido”, un personaje que ya era famoso, pero ni en sueños lo relacioné con Primavera.
Las largas horas de incómodo viaje bajo un calor sofocante en un camino polvoriento, nos volvió sedientos. Pedí que nos dieran algo de tomar y los policías nos ofrecieron sus cantimploras a Karmina y a mí. Bebimos abundantemente un líquido que tenía sabor a cerveza con alto contenido de alcohol. Unos minutos después me sentí mareado y me quedé dormido. Cuando desperté era la mañana del siguiente día y estaba solo, acostado en una cama en una celda. Me levanté y vi que la puerta estaba sin llave y que no había guardias alrededor. Volví a la cama y me acosté para pensar en todo lo que había sucedido. Mi mente no estaba clara y todo me parecía un sueño. A poco rato de estar reflexionando, la semioscuridad de la celda se tornó en luz brillante y comenzó a pasar delante de mi vista, en vívidas imágenes, todo lo que había sucedido desde el primer momento en que me encontré con Karmina. En lugar de aclararse mi mente, me sentí más confundido que antes, no podía discernir si todo era realidad o simplemente un sueño. Se me hacía inconcebible que me hallara en la celda de una prisión. Cerré los ojos y me dispuse a dormir con el deseo de despertarme en una realidad física, de preferencia en San José.
No llegué a dormirme porque al poco rato el sonido de pasos en el corredor vacío llamó mi atención y volví a la penumbra de la celda. Cuando los pasos se detuvieron frente a la puerta, me puse tenso y se me detuvo la respiración al notar que la puerta se abría y casi di un grito de asombro al ver allí a Primavera entrando lentamente.
Parada delante de mí, Primavera se miraba como una visión, etérea y bella. Fascinado, contemplé su alta y esbelta figura. Sonriendo y extendiéndome la mano, dijo,
—¡Hola! ¿Cómo estás, Écktor? Te sorprende verme, ¿verdad? Bueno, vine a rescatarte y a ofrecerte mi amor, como siempre.
—¿Cómo llegaste? —le pregunté.
—Luego te explico —respondió, y se metió en la cama junto a mí. Comenzó acariciándome la cara, luego puso su cuerpo sobre el mío y me besó en la boca suave y cariñosamente. Como por milagro, mis preocupaciones se desvanecieron y lo único que existía era Primavera y yo. Y nos entregamos al amor como lo hacíamos siempre, dulce y apasionadamente.
Primavera era una mujer delicada, amable, pronta a la ayuda, rica y respetable dentro de la comunidad. La conocí hace unos dos años cuando vino a mi escuela a una reunión de padres de familia y profesores. Podría asegurar que nos enamoramos a primera vista. En cuanto nos vimos comenzamos a hablar y nos hicimos amigos. Por una semana almorzamos juntos todos los días en distintos restaurantes, hasta que aceptó venir a comer en mi casa una comida que preparé especialmente para ella. Fue entonces cuando nos convertimos en amantes. Desde el comienzo me dijo que estaba casada y que Calvin, su marido, trabajaba como agente viajero para una compañía de Dallas, lo que le mantenía fuera de casa la mayor parte del tiempo. Nos sentíamos felices en nuestra relación romántica clandestina. Y como yo era soltero, estaba siempre disponible para ella. Hacíamos una pareja atractiva, especialmente porque contrastábamos físicamente: ella era rubia y yo trigueño con pelo negro.
Cuando estábamos reposando luego de hacer el amor, Primavera explicó que las autoridades le habían notificado del arresto de Calvin y su banda en la que estábamos incluidos Karmina y yo. Entonces se había apresurado en venir a rescatarnos. La policía le había dado todas las facilidades para que me visitara privadamente. Todo lo había hecho con la ayuda de “un buen abogado”.
—Va a ser muy fácil probar que tú y Karmina son inocentes—, dijo.
Dos horas después de haber llegado, Primavera tenía que irse. Me dio un beso de despedida prometiéndome que pronto volveríamos a vernos en mejores circunstancias.
Viéndola salir y al cerrarse la puerta detrás de ella, instantáneamente recordé cómo nuestra relación se había desarrollado. Casi desde el comienzo, habíamos llegado a un tácito acuerdo, considerando nuestras distintas personalidades. Yo, por naturaleza, era un amante apasionado, posesivo y celoso, y como tal, quería estar en control y dictar cómo sería todo entre los dos. Primavera tenía una personalidad independiente y fuerte, una mentalidad penetrante y actuaba con determinación. Además, se sentía segura y orgullosa de sí misma. Como amante, era dulce, cariñosa y ardiente. Y estaba tan enamorada de mí como yo de ella. Aunque la entendía perfectamente, yo seguía creyendo que era simplemente natural y lógico que ella se rindiera completamente a mí. Ahora veo que egoístamente quería dominarla. Pero resultó lo contrario. Fui yo quien se rindió a ella. Su actitud receptiva, amorosa y generosa, y su mentalidad abierta, triunfaron sobre el egoísmo mío. Había mucha sabiduría en Primavera y ella supo entenderme muy bien.
Un día, durante uno de nuestros encuentros regulares, en forma cariñosa y directa, ella definió los términos de nuestra relación sin dejar lugar a dudas. Esto fue lo que dijo: “Soy lo que soy y nada ni nadie me va a cambiar, de modo que nunca pienses que debo ser 'de esta manera o de esta otra manera', porque eso sería una ilusión tuya y una falta de comprensión de lo que en realidad soy. Yo te amo de verdad y me entrego a ti libremente. Puedes tener de mi todo lo que yo pueda darte. Estás dentro de mí como yo estoy dentro de ti. Acéptame como soy así como yo te acepto tal y cual eres. Si alguna vez encuentras dificultades en nuestra relación, tómalas como experiencias que debemos vivir, pues son peldaños hacia un nivel más alto de entendimiento y felicidad. Calvin, mi esposo, es parte de mi vida y, como tal, sirve un propósito. No puedo prescindir de él. Puede parecerte extraño, pero él contribuye al equilibrio de mi vida. Sin él, nuestra relación no sería posible. Simplemente míralo como un aspecto mío”.
Lo que me dijo fue un bocado difícil de tragar. Se había formado en mi mente la idea de que algún día nos íbamos a casar. Tuve que atravesar un período doloroso de auto análisis que me llevó al descubrimiento de mí mismo. Gradualmente eliminé, una por una, las actitudes negativas que me impedían aceptar nuestra relación bajo los términos que ella había descrito. Finalmente logré un claro entendimiento de esta admirable mujer y pude ver en toda su magnitud la indescriptible belleza de ella. Este triunfo sobre mí mismo me infundió sabiduría, hizo que la amara más y me hizo sentir inmensamente feliz.
La repentina aparición de Primavera en mi celda no fue, en realidad, algo sorprendente, excepto por el halo que la envolvía. Estaba ya acostumbrado a sus apariciones inesperadas ya sea en la escuela o en mi casa. Hasta podría decir que esperaba verla. Luego de que ella salió, me levanté y me apresuré a seguirla. Fui por el largo corredor que terminaba en una escalera que conducía al piso superior. Allí, casi al final de la escalera, estaba Primavera hablando con un hombre que yo asumí era el abogado del que ella me había hablado. Cuando me aproximé a la escalera, vi que el hombre trataba de abrazarla, ella lo empujó violentamente y corrió hacia la salida del edificio. Subí corriendo la escalera, le empujé también violentamente al hombre que bajaba, salí a la calle pero no vi a Primavera por ningún lado.
Parado en media calle, no sabía para cual lado ir. Miré alrededor y vi que había salido de un edificio de tres pisos que ocupaba una manzana completa de la ciudad. El edificio estaba rodeado de jardines con fuentes, estatuas, flores y árboles. El aspecto de la ciudad, con un diseño arquitectónico impresionante, inspiraba respeto. Parado allí en mitad de la calle, en un lugar que parecía de otro mundo, me sentí completamente desorientado; no sabía en qué ciudad del Estado o del mundo me encontraba. La estructura de los edificios, que en realidad eran palacios, tenía una mezcla de romano y griego con fachadas plateadas. Las calles estaban adoquinadas y tenían un brillo gris metálico. Las fuentes eran de mármol de varios colores y las estatuas que eran de plata, descansaban en pedestales de mármol blanco.
Desde el momento que desperté en mi celda, sentí que todo lo que me rodeaba era extraño a la percepción de mis sentidos. Era como despertar en un sueño. Y ya afuera, con asombro y temor, estaba casi cierto de que por quien sabe cómo, había entrado a otra dimensión. Había gente caminando por las aceras de la calle y me causó alivio ver que todos eran seres humanos como yo. Después de caminar por un largo rato sin ningún rumbo, me senté en una banca frente a una estatua ecuestre, más que para admirar el paisaje, para esperar lo que iba a acontecerme luego.
Permanecí sentado allí por largo rato sin pensar en nada, sintiendo únicamente las vibraciones de mi cuerpo, cuando una mano se posó en mi hombro derecho. Era Karmina. Su presencia me trajo a la realidad del momento. Se miraba agitada y preocupada y sin ningún preámbulo me dijo,
—¡Vámonos de aquí, pronto!
Me levanté y prendido de su mano la seguí. Mientras caminábamos me informó que Calvin se había enterado de mi relación con Primavera, que había escapado de la prisión y que ahora me andaba buscando para matarme. Como en el caso mío, a Karmina la habían alojado en una celda sin ninguna guarnición de la que simplemente había salido para averiguar qué era lo que estaba sucediendo. Cuando fue a mi celda y no me halló, salió a buscarme en la calle. Íbamos por una calle poco trajinada y en la primera esquina viramos a la derecha para entrar a una amplia avenida con más gente con la que nos mezclamos.
Karmina me estaba protegiendo; parecía estar familiarizada con la ciudad y que sabía a donde iba. Me dijo que había hablado con el juez quien le había informado que estábamos libres, pero que debíamos aparecer en la Corte al siguiente día. El abogado que trajo Primavera había hecho bien su trabajo.
—No tenemos que preocuparnos por lo que va a pasar mañana —dijo Karmina, y poniendo su brazo izquierdo alrededor de mi cintura, agregó, —Hoy nos olvidaremos de todo para gozar de nuestra compañía de la mejor manera imaginable.
Caminamos por varias cuadras como dos jóvenes alegres, tomados de las manos, comentando burlonamente de lo que nos había acontecido y riéndonos de nosotros mismos. Salimos de la avenida principal y cruzamos varias calles estrechas para llegar a otra avenida donde encontramos un hotel. Aún tomados de las manos, entramos y fuimos directamente al restaurante y elegimos una mesa junto a una ventana con vista a la calle. Permanecimos en silencio por unos momentos, observando el lugar. Era un establecimiento sobrio y elegante, con muebles de madera fina y pesada que parecía caoba por su color y pulidez, y artísticamente labrados. El amplio zócalo de las paredes era de la misma madera. Nos atendió un hombre muy amable de mediana edad, alto, con piel blanca y cabello gris, vistiendo traje negro, camisa blanca y corbata plateada de lazo. Ordenamos una comida completa vegetariana y dos vasos de vino blanco. Mientras esperábamos que nos sirvieran la comida, Karmina dijo,
—Vamos a gozar de una noche maravillosa aquí, en este hotel, y mañana comenzaremos una nueva vida.
La noche en el hotel
Karmina y yo resultamos ser similares en muchos detalles. Nuestros sentimientos y deseos, la percepción de nosotros mismos como seres espirituales, el entendimiento de la vida y nuestra visión del universo y de Dios, eran iguales a pesar de los distintos puntos de vista: femenino y masculino. Y vimos que, como seres humanos, éramos la manifestación física del Espíritu Divino. Karmina era del signo Sagitario, como yo. Habíamos nacido en la misma fecha, ella una hora después que yo. Y cuando nos dimos cuenta de esta identidad, nos reconocimos como almas gemelas.
Nuestra noche en el hotel fue una serie de experiencias que nos unió física, emocional y espiritualmente. Después de hablar por un par de horas, entramos en un estado de quietud y contemplación. Estábamos estrechamente abrazados, sintiendo con placer la cercanía de nuestros cuerpos, el palpitar de nuestros corazones y el ritmo de nuestra respiración, cuando, como despertando en un sueño, nos encontramos en un mundo hecho de luz, color, música y amor. Era nuestro mundo idílico y privado. En este mundo, Karmina era la expresión o manifestación total de mi amor. Estábamos unidos en un poderoso abrazo que también era dulce y tierno, y nuestros cuerpos, como un bote en el océano, iban sobre olas de múltiples colores. Todo en este mundo idílico, nuestros cuerpos y las olas de luz y color, danzaban al ritmo de una música celestial. Mi cuerpo vibraba con inmensurable y profundo placer, un placer que, surgiendo de lo más íntimo de mi ser, se expandía como una gigantesca rosa abriendo sus pétalos en sucesión rápida e interminable. Era un infinito orgasmo, no explosivo, sino como el constante fluir de un río en el océano.
Esta deliciosa experiencia hizo que nuestra conciencia alcanzara una dimensión más alta. Fue como despertar de un sueño en otro sueño, en el que continuaban las imágenes del anterior. Aquí, en este nivel, el placer erótico se tornó en placer divino. Fue la experiencia de Dios en el cuerpo y en el alma. Y entonces pudimos ver el aspecto femenino dentro de mí y el aspecto masculino dentro de ella.
Desde el punto de vista de mi cuerpo físico, contemplé la nueva dimensión en que me hallaba. Era como mirar hacia arriba, desde las plantas de mis pies hasta mi coronilla y luego la visión en dirección opuesta, la que va del plano espiritual al plano material. Miraba todo el espectro de mi conciencia y allí se manifestaban mundos nunca imaginados antes. Entonces comprendí que era posible tener la experiencia de Dios a través de la mente y del cuerpo. Fue el amor intenso de mi corazón que hizo posible esta experiencia como el más bello y placentero de los sueños, donde la dualidad del mundo material se fundía para convertirse en una realidad neutral. Y vi a Karmina, la mujer, como el símbolo del amor; el placer erótico como la expresión de la vida, y la visión de mi alma, como la manifestación del espíritu cósmico.
Viaje hacia el pasado
Era pasado el medio día cuando dejamos el hotel después de haber almorzado y nos dirigimos al edificio de la Corte de Justicia. Como Karmina lo había dicho, nuestro problema con la ley estaba resuelto. No había cargos contra nosotros y estábamos en total libertad. Nuestro siguiente paso era recuperar mi van Aerostar y continuar viaje hacia nuestro destino. Una vez en el lote de estacionamiento donde estaba el carro, Karmina me sorprendió al preguntarme,
—¿A donde quisieras ir?
Luego de pensar por un momento le respondí con una pregunta,
—¿Qué tienes en mente?
Y ella me lanzó otra pregunta que me confundió,
—¿Quisieras volver al sitio donde nos encontramos por primera vez?
Pensé que su pregunta no tenía sentido, ¿por qué iba a querer regresar a San José? Pero tuve la impresión de que ella quería enseñarme algo que yo no sabía; mi curiosidad se despertó y le respondí,
—Vámonos a donde tú quieras. Creo que no quieres volver a San José. Dime en qué dirección debo ir.
—Dame las llaves. Yo voy a manejar —dijo, y tomó el volante.
Eran como las tres de la tarde cuando salimos de la Ciudad de la Plata, así era como se llamaba este lugar. La carretera se extendía derecha a través de la pradera. Treinta kilómetros después alcancé a ver la silueta de una montaña que reflejaba una pálida luz dorada bajo un cielo azul y claro. Apuntando con su mano hacia la montaña, Karmina dijo,
—Tenemos que tramontar esa cordillera para llegar al país donde nos encontramos por primera vez. Fue hace mucho tiempo. Cuando lleguemos allá lo recordarás.
Luego de otros diez kilómetros de recorrido tomamos un camino sinuoso hacia la cima para luego descender a un valle. Esta parte del país era diferente del ambiente cálido y seco que dejamos atrás. Aquí el clima era delicioso. Una brisa suave y fresca traía la fragancia de la floresta. La vegetación era exuberante con hierbas altas, flores silvestres y frondosos árboles, muchos de ellos cargados de fruta. Una miríada de pájaros cantarines y multicolores hacía más esplendoroso el paisaje.
Nos detuvimos donde el camino se tornó en un sendero estrecho.
—Desde aquí tenemos que caminar —dijo Karmina.
Nos bajamos del carro para continuar a pie. Karmina tomó la delantera. La luz brillante filtrándose a través de los árboles producía reflejos iridiscentes. El rumor de la brisa combinado con el chirrido de insectos y el cantar de las aves, producía una orquestación delicada y dulce. Cruzamos el valle en silencio, absortos en la belleza del ambiente. Ningún pensamiento se cruzó por nuestras mentes.
El sendero terminó al pie de una colina. Nos detuvimos y nos miramos. Estábamos felices de estar juntos en este lugar idílico. Momentos después comenzamos a subir la colina. Karmina, delante de mí, iba abriéndose paso a través de las hierbas que nos llegaban hasta las rodillas. Fue una subida no muy larga, fácil y vigorizante. En la cima de la colina que resultó ser una meseta, decidimos tomarnos un descanso y nos tendimos en el suelo sobre la hierba. Minutos después nos levantamos y pudimos apreciar en toda su magnitud el fantástico panorama frente a nosotros. La vegetación del valle que habíamos cruzado, peinada por la brisa, parecía un río de agua verde fluyendo entre dos montañas. Tomados de las manos fuimos hacia el extremo opuesto de la meseta a unos doscientos metros. La vista desde ese lado de la colina nos quitó el aliento. Estábamos parados al filo de un acantilado que se elevaba unos doscientos metros sobre una planicie de tierra anaranjada con rocas del mismo color. Mirando hacia el fondo del precipicio sentí vértigo y tuve que sostenerme del brazo de Karmina para no caer.
Desde el momento que dejamos el carro, la comunicación entre Karmina y yo había sido casi enteramente telepática. Nos cruzamos pocas palabras y nuestras acciones tenían un mutuo y silencioso entendimiento y así, nos sentamos bajo un pequeño árbol. La planicie se extendía aproximadamente por un kilómetro desde la base del acantilado hasta la orilla de un ancho río y continuaba interminable desde la orilla opuesta. Había mucha quietud en el ambiente, tanta, que me adormecía. Estaba contemplando el distante río cuando la visión de éste se hizo intensamente clara, como si estuviera mirando con un larga-vista. Y lo que vi después no lo podía creer.
El río que fluía de derecha a izquierda se tornó vasto como un océano. Miré hacia mi derecha y vi una isla en la distancia. Gradualmente esta isla se acercaba y se hacía más grande y de pronto estaba frente a nosotros. La isla flotaba como un barco en el mar y se iba perdiendo en la distancia. Volví a mirar hacia la derecha y vi otra isla que luego pasó ante nosotros, y después otra y otra más. Eran islas grandes como un continente y parecían deshabitadas. Cuando la última isla se perdió de vista, pregunté a Karmina, no estoy seguro si verbal o mentalmente, ¿cuándo íbamos a continuar nuestro viaje? y ella dijo que teníamos que esperar hasta que llegara nuestro país. Como una hora después vino otra isla, pero ésta era un continente poblado y con grandes ciudades.
—Ese es nuestro país. Ahora tenemos que hallar el camino que lleva al mar —dijo Karmina.
No tuvimos dificultad para encontrar el sendero que en suave declive llegaba a la planicie que en realidad era una playa. Como dos alegres muchachos corrimos hacia la orilla donde encontramos un bote, nos embarcamos en él y comencé a remar con rumbo a nuestro país.
La Ciudad de la Luz
El liviano bote se movía rápido sobre las tranquilas aguas empujado por la fuerza de los remos. No había estado en un bote de remos desde cuando era muy joven y vivía en una ciudad costanera, pero aún tenía la habilidad para remar. Karmina estaba sentada frente a mí, sonriendo al verme remar tan eficientemente y yo le devolví la sonrisa. Estaba realmente excitado de pensar que pronto habría de confrontarme conmigo mismo en circunstancias extraordinarias. A medio trayecto, mi imaginación me envolvió en una serie de especulaciones acerca de lo que me esperaba, y concluí que en el momento que ponga mis pies en suelo continental, rompería la barrera del tiempo y del espacio para entrar definitivamente en el pasado.
Una nube negra que de pronto cayó sobre nosotros, me sacó de mis pensamientos. La atmósfera era pesada y oscura como en mitad de la noche. Continué remando pero no oía el sonido de los remos golpeando el agua. No oía ningún sonido. Era como si me hubiese vuelto completamente sordo. Después de largos minutos salimos de la nube y finalmente llegamos a nuestro destino. Desembarcamos en una playa blanca de cuya arena saltaban reflejos de luz como chispas azules, doradas y plateadas. El cielo era de un azul profundo y la luz intensamente brillante. El aire era fresco y tenía una fragancia que nunca antes había percibido. El olor del aire me hizo recapacitar que el agua del mar no tenía el olor peculiar del agua marina; era inodora. No podía decir si el agua era salada o no porque no la probé, pero el aire, definitivamente, no era salino. Todo el ambiente vibraba bajo un zumbido agradable que lo llenaba de vida.
Karmina y yo, tomados de las manos cruzamos la enorme playa y llegamos a un sendero que conducía a la cima de una pequeña colina. Cuando llegamos al tope, vimos que delante de nosotros se extendía una enorme ciudad rodeada de una muralla alta, multicolor y con muchas entradas. Esa era la ciudad donde Karmina y yo nos habíamos encontrado por primera vez. La ciudad de la cual no tenía memoria. La ciudad que esperaba por mí nuevamente. La ciudad que guardaba el misterio de mi origen. La ciudad que me abría sus puertas como los brazos de una madre ante el retorno de su hijo. La ciudad cuyo nombre estaba escrito en el firmamento: Arhirit. La ciudad capital de Saguna Lok donde viví antes de nacer.
Antes de entrar a la ciudad, le pregunté a Karmina,
—¿Hace cuánto tiempo que nos encontramos?
Vaciló un momento y luego dijo,
—Oh, hace millones de años.
—¿Cuántos millones? —insistí.
—Alrededor de cien millones —respondió.
Entramos por la puerta más cercana y llegamos a una avenida flanqueada por dos canales de agua luminosa que abrillantaba la ciudad. Jardines llenos de flores se extendían a lo largo de la avenida entre los canales de luz y los edificios. Estos edificios eran palacios gigantescos con fachadas de plata y oro, adornadas con piedras preciosas. Al fondo de la avenida, a varios kilómetros de distancia, entre dos montículos, se levantaba un templo inmenso. Este templo, todo de cristal, tenía la forma de una persona sentada en la postura de loto y era la residencia del Regidor de este mundo, Saguna Brahm.
La gente, todos jóvenes y bellos, vestían túnicas blancas, entraban y salían de los palacios, caminaban grácilmente charlando y cantando. Un grupo de hombres y mujeres vino a darnos la bienvenida y nos invitaron a ir con ellos a su residencia. Entramos a un palacio a través de un patio frontal en cuyo centro había una fuente de perla y lapizazuli y llegamos a un salón circular con cúpula catedral. El piso parecía ser de esmeralda y las paredes de ópalo y jade. Cuando mi atención volvió hacia mí mismo, me hallé solo, en el centro del salón y vistiendo una túnica blanca. Me sentía lleno de gozo y tranquilidad y el reflejo de mi persona en una de las paredes enseñaba a un hombre joven, un adolescente. Había vuelto a mi hogar de origen.
Minutos después salí del salón para reunirme con la gente congregada en el comedor. Con ellos comí delicados pasteles y bebí un néctar servido en copas de cristal con incrustaciones de oro. Todos estábamos unidos como miembros de una familia, pero no teníamos ningún parentesco entre sí. Luego salí al jardín y vi una muchacha joven, como de mi edad, sentada en una mecedora en el centro de un mirador octagonal, vistiendo una túnica blanca como la mía y leyendo un libro. Antes de que se percatara de mi presencia, la miré detenidamente admirando su prístina belleza y queriendo saber quien era ella, pues no la había visto en el grupo del que yo venía. Cuando llegué frente a ella, levantó los ojos, sonrió y señalando con su mano derecha una banca de madera me invitó a que me sentara. Luego de una pausa y anticipándose a mí, dijo,
—Me llamo Karmina y estoy aquí para atenderte.
Mirando mi expresión de sorpresa se adelantó a la pregunta que estaba en mi mente y explicó,
—He sido designada para ser la constante compañera tuya.
Y eso fue por mucho tiempo, mi constante compañera. Estábamos siempre juntos, día y noche, haciendo las labores diarias para nuestro mantenimiento personal, estudiando, caminando por toda la ciudad, visitando regularmente el templo y aprendiendo las enseñanzas de nuestro Regidor y Maestro. Un día le pregunté,
—¿De dónde vienes tú?
—De ninguna parte —respondió—. Este es mi país de origen. Yo sé que tú vienes de Atma Lok, el Plano del Alma que está sobre este mundo en que estamos hoy. Nací cuando tú llegaste.
Nos tomamos de las manos y nos miramos a los ojos intensamente. En ese instante supimos que nos amábamos. Poco tiempo después, cuando le dije que deberíamos casarnos, ella respondió,
—Está escrito en los libros del Templo que los dos estamos unidos para siempre, como todas las parejas que viven aquí. Nuestra residencia y condición son temporales. Cuando llegue el momento ya destinado nos llamarán y se sellará nuestro destino.
Mientras tanto, esperamos y esperamos por un tiempo indefinido de cuyo paso no teníamos noción alguna, gozando mutuamente de nuestra compañía e identificándonos más entre los dos. No sentíamos ninguna urgencia de casarnos. Estábamos ligados por una relación bella y pura y nos sentíamos felices. Finalmente nos llamó el Regidor. Nosotros no éramos la única pareja. Cuando llegamos al Templo, miles de parejas estaban ya congregadas allí. Todos estábamos contentos y ansiosos de saber lo que nos esperaba.
Karmina y yo estábamos sentados en una banca en uno de los jardines del Templo y cuando oímos la voz retumbante de Saguna Brahm nos paramos instantáneamente y corrimos al inmenso anfiteatro en cuyo centro estaba el trono del Regidor sobre una alta plataforma circular y giratoria. Nos hallábamos bajo una cúpula de cristal de por los menos un kilómetro de diámetro que reposaba sobre ciento veinte columnas también de cristal. La luz del templo era sumamente brillante y me parecía como si estuviera dentro de una gigantesca bombilla eléctrica.
Cuando el Regidor habló, nos estremecimos. Su potente voz era armoniosa, cautivante e inspiraba amor.
—Ustedes han sido elegidos para salir de este mundo —fueron sus primeras palabras. Luego de una pausa, continuó: —Ustedes son parejas unidas ya por el amor, pero aún separadas entre sí. Vuestro enlace final habrá de consumarse cuando el uno se funda en el otro, dejen de ser dos entidades separadas y se conviertan en un solo ser integral. Este enlace final no es algo que yo pueda ejecutar sobre vosotros. Yo me atengo a una mediante Ley superior. Esta Ley dice que cada pareja debe ganar la integridad del ser, perfeccionándose individualmente a través de trabajo, amor, entendimiento y aceptación. Cuando hayan llegado al punto donde las dos conciencias individuales se convierten en una sola, lograrán la integridad del ser. Entonces, como almas perfeccionadas, entrarán al Reino del Puro Espíritu. Hoy día serán enviados al mundo de la materia, espacio y tiempo, debajo de este mundo. Para sobrevivir allí, habrán de nacer en un cuerpo físico que se ajuste a las condiciones de tal mundo. No tendrán memoria clara de vuestras vidas en el mundo presente. Aunque permanecerán juntos dondequiera que estén, no podrán reconocerse fácilmente, y cuando tal reconocimiento ocurra, vendrá a la conciencia de ustedes la visión de la vida aquí, Saguna Lok. Entonces comenzará el viaje de retorno a vuestro hogar de origen. Mientras tanto, deberán permanecer en los mundos inferiores por tiempo de vidas innumerables. Esa es la Ley. Mientras más comprendan y se atengan a la Ley, más temprano habrán de volver. No importa cuánto tiempo les lleve en regresar, yo estaré aquí para darles la bienvenida, porque habrán de pasar por aquí para llegar al mundo superior que les corresponde. Así sea. De aquí serán conducidos al lugar de partida. Adiós. Que las bendiciones sean para todos.
La extática masa de gente reaccionó con las últimas palabras del Maestro, como si despertara de un estado hipnótico. Todos comenzamos a hablar al mismo tiempo que nos dirigíamos a una plaza a un costado del Templo. De ahí entramos a un edificio donde había ascensores que acomodaban a unas cien parejas cada uno, para ir a la planta baja donde estaba la estación de partida con muchos trabajadores ocupados en la tarea de enviar almas a los mundos inferiores.
Como otras parejas, Karmina y yo fuimos colocados en una cápsula vertical de cristal que se movía en un transportador rodante para luego entrar a una caseta donde la cápsula se ponía en posición horizontal y era lanzada al espacio. La velocidad a que íbamos era mayor al de la luz y pronto perdí el conocimiento. Supongo que lo mismo le pasó a Karmina. No tengo la menor idea de cuánto nos demoramos para llegar a nuestro destino; además, el tiempo y la distancia no tienen ninguna importancia ahora.
Retorno al Hogar de Origen
La voz de Karmina trajo mi atención de vuelta al mundo de la realidad física. Estaba susurrándome al oído,
—Écktor, Écktor, ¿dónde estás?
Abrí los ojos, la miré y mentalmente puse la misma pregunta en ella. Luego, leyendo mis pensamientos, dijo en voz alta,
—Estoy de vuelta, mejor dicho, estamos de vuelta.
Como al despertar de un largo y complicado sueño, me llevó mucho rato para fijar en mi memoria las imágenes que había visto y las experiencias que había vivido. Miré a Karmina, reconocí definitivamente su identidad al igual que la verdadera identidad mía, y oí dentro de mí una voz inconfundible que decía, "Cuando tal reconocimiento ocurra, vendrá a la conciencia de ustedes la visión de la vida aquí, Saguna Lok. Entonces comenzará el viaje de retorno al hogar de origen". Esas palabras contenían el total significado de mi sueño.
El cielo azul, límpido y brillante que parecía una cúpula gigante, estaba aún descansando sobre la inmensa pradera verde. Karmina y yo estábamos aún en el centro del círculo que formaba el horizonte. Todo se miraba igual a lo que vimos cuando nos acostamos a reposar bajo este mismo árbol, luego de que desayunamos hace no mucho rato. Solo faltaban el silencio y la quietud que nos envolvieron antes de dormir. Una suave brisa que peinaba las altas hierbas esparcía la fragancia y la miríada de sonidos de la pradera.
Karmina, sonriente, me miraba con aire de sorpresa como si estuviera frente a una cara nueva y como si estuviera leyendo mi mente. Mis ojos también la vieron distinta, no porque hubiese cambiado físicamente, sino porque mi percepción de ella era diferente. Y en ese instante mi corazón se abrió como las puertas de una represa y el amor comenzó a fluir inconteniblemente. Era un amor que no lo había sentido antes. Aunque sentía que fluía de mi corazón, sabía que yo era solo un conducto para este amor que era amor divino.
—Dime, ¿fue en realidad hace cien millones de años que nos encontramos por primera vez? —pregunté a Karmina.
—¿Lo dudas? —respondió.
—No, no lo dudo. Estoy simplemente fascinado con la experiencia que tuve hace pocos minutos. Me va a tomar algún tiempo para comprender todo lo que vi y viví en mi viaje a través del tiempo y el espacio.
—¿Qué es lo que viste? Dímelo, por favor. Quiero oír la impresión de tus experiencias.
Comencé haciendo un recuento de nuestro encuentro con Calvin y el despertar en la Ciudad de la Plata, pero ella me interrumpió y dijo,
—Eso ya lo sé. Recuerda que viajamos juntos. Lo que quiero saber es qué pasó luego de que nos lanzaron al espacio en esa cápsula de cristal. Hay un gran vacío en mi memoria desde ese momento hasta cuando me encontré contigo de nuevo en este mundo.
—Al poco rato de que nos lanzaron perdí el conocimiento. Seguramente lo mismo sucedió contigo. Cuando volví en sí, me encontré nadando en aguas profundas. Estaba en el cuerpo de un pequeño pez, en medio de una multitud de peces de varias formas y tamaños, desde unos más chicos que yo hasta unos gigantescos.
—No tengo memoria de eso. Dime, ¿cómo te sentiste en el cuerpo de un pez? ¿Te gustó?
—Ser un pequeño pez es una de las situaciones más precarias de vida en este mundo. Y es también la condición más apropiada para desarrollar el instinto de conservación. Durante mi vida como un pequeño pez, mi constante preocupación era evitar ser devorado por un pez más grande que yo. Aprendí a sobrevivir devorando a otros peces más pequeños que yo. Devorar a los pequeños era tarea fácil, pero era difícil evitar ser devorado por los grandes.
—¿Tienes una idea de cuánto tiempo viviste en el mar?
—No. No podría decirlo. En el proceso normal de la vida, un día fui devorado por otro pez y permanecí en limbo por quien sabe cuánto tiempo hasta que me reencarné en el cuerpo de un pez más grande que el anterior. Durante este proceso que se repetía innumerables veces, mi instinto de conservación se hacía cada vez más fuerte. Este instinto hacía que me reencarnara en una criatura más grande y fuerte cada vez. Pero llegó el tiempo en que ya no quise ser un pez y me reencarné en el cuerpo de un animal terrestre.
—Tampoco tengo memoria de eso, continúa, por favor.
—La vida en la tierra no es tan fácil como la vida en el mar. Como animal terrestre tuve que aprender a pelear para sobrevivir. Mi vida era una constante lucha no sólo con animales de otras especies, sino también con los de mi misma clase. Y mientras más peleaba, más fuerte me hacía. Y al igual que antes, mi fuerte instinto de conservación hacía que me reencarnara cada vez en el cuerpo de un animal más grande y más fuerte. Finalmente, llegué a la cúspide. Me reencarné en el cuerpo de la criatura más grande y fuerte de la tierra, en el cuerpo de un dinosaurio.
—Tampoco tengo memoria de esto. Sigue, por favor.
—Ser un dinosaurio fue la culminación de un largo y difícil proceso evolutivo en el cual, mi instinto fue la fuerza determinante. Era simplemente maravilloso ser un dinosaurio. Ser, literalmente, el más grande y más fuerte da un sentido de supremacía. Caminaba sobre la faz de la tierra con la seguridad y confianza de quien la posee. Ya no temía a nadie. La vida era fácil a pesar de las continuas riñas con otros seres como yo. Viví muchas vidas como dinosaurio, deambulando libremente por siglos y siglos en esta parte del mundo que es conocida hoy como Norte América. Pero un día ocurrió algo que está más allá de mi entendimiento y desaparecí. Por quien sabe cuánto tiempo permanecí en limbo hasta que me volví a reencarnar, esta vez en el cuerpo de un ser humano.
—Tengo una visión de eso —dijo Karmina—. Cuando eso ocurrió, yo comencé a despertar. Después de muchas vidas mi conciencia se puso al nivel de la tuya. Y desde entonces he vivido esperando que te percataras de mi presencia dentro de ti, de que me reconocieras. De todos modos, quiero oír tu percepción de la vida como ser humano. Continúa.
—La vida para un ser humano es más difícil que para cualquier otro ser viviente sobre la faz de la tierra. Como ser humano descubrí que, además del instinto de conservación, tenía conciencia y facultad para elegir. También descubrí que tenía enorme capacidad para destruir y devorar, y al mismo tiempo que era presa de otros destructores y devoradores como yo.
—Mi reencarnación como ser humano fue el arribo a la cúspide en el proceso de evolución inconsciente. Fue mi instinto que me hizo evolucionar reencarnándome en criaturas de diferentes especies. Cuando logré la forma humana, comenzó mi evolución consciente. A medida que mi conciencia se expandía en el conocimiento de mi propio ser, me reencarnaba como un ser más desarrollado. Mejor dicho, la constante expansión de mi conciencia hacía que me desarrollara cada vez más.
—¿Recuerdas dónde viviste desde cuando te reencarnaste como ser humano?
—No completamente. Sé que viví en varias partes del mundo y que pertenecí a diferentes razas. Una vez nací como un samaritano durante el tiempo de Jesucristo.
—Si, esa fue una gran experiencia —dijo Karmina—. Tu atención se concentraba tan profundamente en Jesucristo que casi me oblitera. ¿Qué recuerdas de esa época?
—Aunque conocí a Jesús sólo por referencia de sus actividades, me gustaba y lo admiraba. La única vez que lo vi en persona fue al momento de su crucifixión. Mientras observaba los eventos de ese día entre centenares de espectadores, me sentía profundamente conmovido y también confuso. No podía comprender cómo alguien era capaz de infligir semejante castigo y muerte a un hombre como Jesús. Él era un hombre cuya espiritualidad trascendía las palabras y se esparcía como fuego a través de la tierra, y también se manifestaba como un aura blanca alrededor de su persona. Ese día, parado junto a mí estaba un hombre que se veía tan conmovido como yo. Impulsivamente me dirigí a él para preguntarle,
—¿Conoces a este hombre llamado Jesús?
—Sí—dijo él—, lo conozco. Éramos vecinos.
—¿Qué puedes decirme de él? —le pregunté.
—Era un hombre con una misión definida y su muerte es la culminación de esa misión —respondió.
Cuando se disponía a irse, sosteniéndole del brazo, le pregunté,
—¿Puedo volver a verte? Me gustaría ser tu amigo.
Mirándome profundamente en los ojos, con una voz que parecía una promesa, dijo,
—Por supuesto. Ten la seguridad de que nos volveremos a ver.
Entonces se fue y se perdió entre la multitud.
—Tú sabes quien era ese hombre, ¿verdad? Ese hombre es ahora nuestro mejor amigo —dijo Karmina.
—Si, yo sé quien es. Lo sé ahora. Como tú, él ha estado siempre junto a mí, pero yo no estaba conscientemente percatado de ello. Él es nuestro guía.
—¿Y qué pasó luego de que él se fue?
—A fuerza me abrí paso entre la pesada masa de gente y llegué lo más cerca que pude a la cruz. Mis ojos se fijaron en el cuerpo de Jesús, clavado en una cruz en la cima de una colina, bajo un cielo limpio y claro. Y vi algo que parecía increíble. Jesús, a pesar de la dolorosa condición física en que se hallaba, no estaba sufriendo. Tampoco estaba gozando con su muerte, pero definitivamente, no estaba sufriendo. Su paz interior, su inmenso amor, su profunda compasión, y su total desligamiento del cuerpo físico, se manifestaban claramente en su aura. Mi percepción de Jesús como Cristo durante los últimos momentos de Jesús como hombre, me llenó con un sentimiento de amor y gratitud. Mi tristeza se tornó en gozo porque supe que Jesús había aceptado todo con gratitud y que su muerte no era dolorosa.
—Aquella experiencia fue el punto cardinal en tu desenvolvimiento espiritual —dijo Karmina—. A partir de ahí nuestra relación comenzó a manifestarse. Aunque no estabas consciente de mi presencia, nos manteníamos en una íntima y constante comunicación. Yo estaba siempre en tus sueños, en tus sentimientos y en esos pensamientos que tú los llamabas intuición. Gracias a esta forma de comunicación, yo actuaba como tu ángel guardián porque estaba siempre pendiente de tus acciones. Podría decir con detalle los eventos de las vidas que tuvimos después de ser samaritano. ¿Recuerdas cuando vivimos en el norte de África, en España y en Francia?
—No detalladamente. Pero recuerdo muy bien cuando era un árabe a fines del siglo dieciocho y fui un enviado diplomático en la Corte de Austria. Algunas personas con las que me relacioné entonces, viven actualmente, unas son amigas y otras parientes.
—Claro. Te refieres a los maestros espirituales Lindsay y Paúl, y a tus sobrinos —confirmó Karmina.
—Karmina, dime, ¿cual es tu opinión de Primavera y Calvin? —le pregunté cuando mis pensamientos retornaron bruscamente al presente.
—Ellos son la pareja eterna, inseparables como los dos lados de una moneda. Representan la vida misma, Primavera es el lado positivo y Calvin el lado negativo. Yo los amo por igual, porque los dos se complementan —respondió Karmina, tomándome de las manos y acercándose más a mí.
—Bueno, después de un tiempo en Latino América, estamos aquí, finalmente unidos para siempre en el conocimiento de lo que en realidad somos —dije, abrazándola.
Karmina se levantó, abrió los brazos y saltando giró su cuerpo tres veces en el aire, como una bailarina liviana y ágil. Yo me puse en pie también de un salto y luego nos abrazamos. Fue un abrazo estrecho, cálido, infinito.
—Estamos por siempre unidos en el amor —dije.
—Sí —respondió Karmina—, ¡y es tiempo de volver a nuestro hogar!
* * *
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