Había leído muchos libros de autoayuda -quizás más de lo que hubiera sido necesario. Lástima que tuve que optar por otros métodos... más personales.

El día que decidí comenzar mi terapia amaneció terriblemente nublado, presagiando una gran tormenta. Así que, en esa irregularmente oscura mañana de abril -ayudado por la ausencia habitual de luz-, agarré mis cosas y me puse en camino a la montaña, a este lugar donde ahora vivo, convencido de que mis ideas podían ser practicadas más eficientemente en la cima del mundo.

Pasaron los días, los meses, los años y aún sigo aquí, solo y mudo, poniendo a prueba mi terapia. Y ahora puedo decir, al cabo de tanto tiempo, que finalmente lo he conseguido: he descubierto la forma perfecta de la autoayuda. He logrado olvidar mi nombre, mi cumpleaños y la forma de mi rostro.

Mi terapia está completa: estoy al fin libre y siento ganas de empezar otra vez, si tan sólo supiera para dónde ir...