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Sólo Tierra.


Juan Luis defendía una de las últimas casas de Belchite. Los fascistas avanzaban rápido y cada vez los oía más cerca. Ya casi no quedaban soldados republicanos por aquella zona. Los tiros eran la única garantía de que aún la muerte rondaba cerca y de que rondaría hasta encontrar a todos los de un bando o todos los de otro para luego callar su voz de fuego.
Juan Luis cruzó la calle, rápido, rápido como se cruza la vida. Llegó al quicio de una puerta y la inercia que llevaba le hizo reventarla y caer al interior de una estancia blanca. Una mesa, una silla, un brasero aún caliente o quizás sólo más caliente que su alma. Juan Luis corrió hacia la puerta, la cerró de una patada y respiró hondo. Sólo serían segundos, sólo serían segundos, se decía. Sólo necesito un poco de aire para volver a salir y echarlos. Se sentó en el suelo debajo de una alacena en la que antes había buscado un poco de comida, no había, sólo vasos y copas, grabadas con nombres y con fechas ya vividas. Pasó su dedo ennegrecido y agrietado por los grabados de las copas. Que lejanas quedaban entonces las manos de los que las habían grabado. Quizás eran las manos de los de fuera, de los de los tiros, quién sabe de qué bando, quién sabe cómo un grabador de copas toma un fúsil pero lo toma. Juan Luis se levantó, apenas entraba luz en la casa, así tampoco entraría la muerte, pensó. Se dirigió hacía una estantería, prácticamente descolgada de la pared y con un travesaño de madera para colocar más copas y frascos. Se fijó en un grupo de frascos. Era extraño que en un pueblo de tiros aún estuviesen intactos. Los tocó con curiosidad y le pareció que estaban llenos de tierra hasta la mitad. Todos parecían iguales, apenas se distinguían matices entre ellos. Su curiosidad podía más que su instinto de soldado y los fue tocando uno a uno. Pese a la poca luz pudo distinguir que contenían unos pequeños cartelitos con nombres. Estuvo un rato leyendo los nombres: Barcelona, Burgos, Madrid, Segovia, Badajoz. Juan Luis sonrió, que bonita idea, él también lo haría si la muerte que le gritaba a tiros le dejaba volver a casa. Visitaré ciudades, tierras y provincias y pondré la tierra en distintos frascos, después la miraré, abriré un poco el frasco, la tocaré y volverán a mi los recuerdos de aquellas tierras, de aquellas gentes. Juan Luis seguía leyendo los nombres de las ciudades en las que una vez había estado la tierra que ahora estaba atrapada en Belchite. Al repasar los nombres, tocar las tierras, una tras otra, Juan Luis recordaba escenas vividas en prácticamente todas las ciudades cuya tierra estaba allí aprisionada, las unas le hacían casi reír, las otras casi llorar pero todas le hacían sentir. Recordaba las manos de Milagros al tocar el bote de Córdoba. Veía con nitidez el rostro de su padre al tocar el frasco de Sevilla, El de su madre al rozar el de Badajoz. Recordaba a sus compañeros en la fábrica, que lejos quedaba la fábrica, al tocar el bote de Barcelona.
Tomo los frascos Madrid y Burgos, que iguales parecían, casi no se distinguían tonalidades entre la tierra que contenía. Los puso hacia la luz que entraba por las rendijas de la puerta y en ese momento esta se oscureció y se abrió con fuerza. La luz que ahora entraba gritando cegó a Juan Luis y éste levanto los botes para taparse los ojos. Los botes se rompieron partidos por las balas y Juan Luis cayó ensangrentado hacia delante.
-Mi teniente –gritó un soldado-. Aquí había un rojo que parecía tener dos granadas. Le he pegado dos tiros, ya no podremos interrogarlo.
-De acuerdo Arillo registradle por si lleva papeles y seguid hacia la carretera.
Dos soldados entraron despacio, la muerte ya no gritaba, sólo susurraba al oído de Juan Luis que pronto se irían juntos.
-¿Pero que coño tenía este tío en la mano Arillo? -preguntó el soldado más joven.
Arillo se arrodilló junto al cuerpo de Juan Luis y tomo en sus manos un puñado de la arena de los dos botes que no había quedado ensangrentada.
-No lo sé ostias, no lo sé, parece tierra, simplemente un montón de tierra que estaba en un bote, venga vamos que el teniente nos espera –dijo acabando de rebuscar en los bolsillos de Juan Luis.
Los dos soldados salieron rápido de la casa, si se hubiesen girado, hubieran visto que Juan Luis aún cubierto de tierra roja parecía sonreír.

Manuel Armayones Ruiz /armayones2
armayone@copc.es

Texto agregado el 12-08-2002, y leído por 580 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-01-2003 Una excelente historia amigo Armayones2, no entiendo porque tienen miedo a votarla, para mi tienes 5 estrellitas!! williemay
04-10-2002 Una historia muy buena. Lhuna
04-10-2002 Un relato muy intenso. ROSER ROSER
 
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