Después de enterarme de que a principios del siglo XX había una especie de droga, el Welsh Rarebit, -en realidad se trata de comida que provoca sueños particulares -muy popular entre los irlandeses y muy apreciada por Winsor McCay, (inspiradora de “Dreams of a Rarebit Fiend”) me estuve informando para profundizar sobre el tema.
Buscando en Internet, hallé y leí la breve historia de la interpretación de los sueños.
Copié estas interesantes consideraciones que vienen al caso:
“Los sueños conscientes ocurren cuando el soñante se da cuenta que sueña en medio de su sueño. La mayoría se despiertan una vez que se dan cuenta que sólo están soñando. Otros, han desarrollado la habilidad de permanecer en el estado consciente de soñar. Pueden incluso llegar a ser participantes activos en su sueño sin despertar. Los límites sólo son los de su imaginación.
Los sueños lúcidos, además les ayudan a llevar sus sueños en las direcciones que les satisfagan, disfrutar aventuras fantásticas. Los soñadores lúcidos pueden emplear deliberadamente el potencial natural de la creatividad para resolver problemas o lograr inspiración artística. Hay varios métodos de inducir los sueños lúcidos. El primer paso, independiente del método, está en desarrollar habilidades para recordar sus sueños hasta que pueda recordar por lo menos un sueño por noche”.
Esto me motivó a pensar que estaba ya en condiciones, programarme y controlar el desarrollo de un sueño; decidir como y cuando soñar. Aquello que me preocupaba es que no sabía cuál podría ser ese sueño.
La gran tentación o la gran curiosidad son la que me indujeron a probar.
Después de copiar y traducir la receta de esta famosa comida, le pedí a Natasha, la cocinera del hotel, que me preparase para la cena la “Santa Bárbara”, (así rebauticé los populares bocadillos Irlandeses).
Esa noche me comí dos porciones, tomé una gaseosa y soñé...con mi trabajo.
El resultado fue que gracias a esta pesadilla debería revisar unos cálculos de los cuales dudaba despierto, cada vez eran mas reales y de compromiso.
Esa mañana, cuando me senté a desayunar en el comedor, vi a Natasha saludarme con una amplia sonrisa desde la ventana de la cocina.
Sacó la cabeza por la abertura y me gritó:
- Buenos días, mi más sentido agradecimiento por sus buenos consejos.
Con sólo verla entendí todo; había comido la “Santa Bárbara” y le hizo efecto.
Ayudado por el diccionario ruso-castellano y armado de enorme paciencia deduje que había tenido un sueño fantástico-erótico. Traté de explicarle que a mí, por el contrario, me había producido una pesadilla y dudas atroces. Fue entonces que le pregunté:
-¿Cuántas comiste?
-Dos, con cuatro vasos de vodka -cuando se sumergía nuevamente en la cocina y volvió a gritarme, con una carcajada en la boca - gracias por la atención... pase una buena noche, mañana será otro día.
Esa misma noche en la cena, bajo el severo control de Natasha, me espiaba desde la ventana de la cocina, me comí dos porciones abundantes de “Santa Bárbara” y me tome cuatro copas de vodka. Tuve alguna dificultad en llegar a mi habitación, en el primer piso.
Cuando abrí la puerta me sorprendí, me encontré con un gran salón blanco.
Desde el amplio ventanal que miraba hacia el este se filtraba un sol radiante y ante mi sorpresa, un grupo de gente, que me pareció conocida y me saludaba afectuosamente.
Sin haber salido de mi asombro, miro hacía la entrada y veo un señor mayor, de anteojos, que también me resultaba conocido.
-¡Bons dias els meus benvolguts poetes! -cuando oí su voz y la relacione con su imagen, me di cuenta que se trataba del pintor catalán Joan Miró, al que admiro desde siempre.
Después de calurosos intercambios de saludos, sin darnos mayores explicaciones, pidió que nos sentáramos, en cuclillas, sobre una gran paleta de pintor que se encontraba dentro del salón en este orden: Vivian – Victoria – Magdalena –Adriana - Marcela y yo cerrando el círculo. A Neison le pidió que se sentase en el centro y a Emilio, que se parase dentro de una palangana junto a la paleta.
-¿Para qué che? -preguntó Emilio intrigado, sin recibir respuesta.
-Señor Miró, según leí, soñamos en promedio de una a dos horas por noche y en distintas etapas ¿Cómo haré para poder vivir este sueño completo y como sé que éste es realmente un sueño? -pregunté enfatizando mis dudas.
-Debe soñar que éste es un sueño mi querido poeta: los sueños viven en la cuarta dimensión y los dos sabemos que es sólo allí donde el tiempo no es una constante -con una sonrisa en los labios, agregó -aquí el tiempo es una variable y depende si usted decide o no seguir soñando. Si sueña que está volando libre como un pájaro, significa que está satisfecho con todo lo que tiene, que conoce los objetivos en su vida y sabe cómo realizarlos. Entonces volará muy alto, por encima de los obstáculos normales de esta vida y encontrará la felicidad. Es por eso que en su sueño está en compañía de sus amigos poetas. ¡Todos los poetas tienen alas, son capaces de soñar despiertos! -¡Ahora a tomarse de las manos! -dijo el maestro, luego, dio un golpe de palmas.
Casi inmediatamente comenzamos a transformarnos en pinturas al óleo de distintos colores. La palangana se llenó de pintura negra.
-El púrpura: (Vivian) simboliza poder, nobleza, lujo y ambición. Sugiere riqueza y extravagancia. El azul: (Victoria) es la lealtad, la confianza, la sabiduría, la inteligencia, la fe, la verdad y el cielo eterno. El verde: (Magdalena) representa armonía, crecimiento, exuberancia, fertilidad y frescura. El amarillo: (Adriana) es la luz del sol, representa la alegría, la felicidad, la inteligencia y la energía. El naranja: (Marcela) es el símbolo del entusiasmo, la creatividad, la determinación, el éxito, el ánimo y el estímulo. El rojo: (yo) es el color del fuego y el de la sangre, por lo que se le asocia al peligro, la guerra, la energía, la determinación, así como a la pasión, al deseo y al amor. El blanco: (Neison) es la bondad, la inocencia, la pureza y la perfección. Y el negro: (Emilio) representa el poder, la elegancia, la formalidad, el misterio, la autoridad, la fortaleza y la intransigencia -explicó el Maestro, mientras nosotros, ya bastante viscosos, lo escuchábamos con mucha atención. -El valor de cada uno de ustedes no depende del color que les he asignado, depende de las emociones que transmiten sus poesías -reafirmó Miró ante nuestra aceitosa mirada de protagonistas satisfechos -en el Renacimiento, los pintores buscaban el equilibrio de los colores, pero en el período Barroco descubrieron el juego del valor de los colores. Y el juego de esos valores, si es armónico, es pintura, es música, es poesía -mientras el maestro nos hablaba, de los ojones emocionados de Victoria escapaban dos lagrimones densos.
-¡Que lo parió!...ergo mutis. -sentimos murmurar a Emilio, dentro de la palangana.
Fue entonces cuando vi sobre una larga mesa, vecina al ventanal, se acomodaron en fila (no sé de dónde aparecieron) veinte cuadros vírgenes, esperando ser pintados. Miró, sentado en un alto taburete, de frente a ella nos dijo:
-Ahora ustedes pintaran estos veinte cuadros.
-¡Nosotros somos poetas, no pintores, Maestro! -dijo Neison tímidamente.
-Sí que lo son -continuó Miró -les dije que la pintura es poesía, por lo tanto la poesía es pintura. A mi pedido, saltará cada uno de ustedes de la paleta a las telas y las recorrerá como su imaginación les ordene, mejor dicho, como su inspiración les ordene. Deberán viajar por ellas sin detenerse, como si estuviesen escribiendo los versos de un poema. Cuando crean que han dejado sobre la tela todo aquello que pudiesen transmitir con sus corazones, vuelvan a la paleta. -¡Salta Negro! -ordenó el maestro.
Emilio no se hizo esperar, prácticamente se zambullo en las telas. Las caminaba con pausa, seguro de sí. A su paso vimos que dibujaba rayas paralelas, puntos grandes, puntos chicos, asteriscos, ojos incompletos, pestañas sin ojos y un sin fin de símbolos que nos resultaban incompresibles. Los desparramó por todas las veinte telas.
-¡éste me parece que está en pedo! -me dijo Adriana en voz baja.
Tomó un descanso (o una ginebra para inspirarse) y se sumergió nuevamente en los cuadros. Ahora dibujaba líneas curvas, parábolas, sinusoides que unían esa serie de dibujos, comenzaban a asemejarse a collares con dijes extraños. Cuando terminó, saltando de uno en uno, fue dejando manchas grandes, medianas y chicas por todos lados. Agotado volvió a la palangana y se quedo dormido.
-¡Muy bien! Cuando pinto cuadros en serie, lo hago de esta manera; primero dibujo serenamente en negro aquello que me inspira el corazón, luego descanso hasta el otro día y comienzo a trabajar muy temprano, a la salida del sol -dijo Miró satisfecho de los poemas pintados por Emilio -Ahora le toca el turno a los primarios.
Victoria, Adriana y Yo no nos demoramos, nos metimos en las telas y comenzamos a viajar, a pintar, a escribir o a soñar. Yo no estaba seguro de estar soñando dormido o soñando dormido, era todo confuso y satisfactorio.
Todo fue muy veloz y el resultado magnifico, la serie comenzaba a tener vida.
-Los secundarios, ¡Al trabajo! -ordenó el maestro.
Tampoco Vivian, Marcela y Magdalena se hicieron esperar, paseaban por las pinturas, algunas veces solas, algunas veces de la mano, salpicaban por aquí y por allá. Antes que ellas terminaran su camino, el Maestro le pidió a Neison que saltara al el primer óleo.
Cuando, Púrpura, Naranja y Verde terminaron sus poemas, se sentaron junto a nosotros sobre la paleta a contemplar la magnífica y sutil poesía de Blanco. Le daba los toques de luminosidad a la serie de cuadros y no conforme, desinhibido, comenzó también él a saltar de uno en uno dejando manchas cerca de Negro, Rojo y de Amarillo, para darles un soplo divino. La obra, nuestras poesías pintadas con la colaboración del Maestro Miró, estaba terminada y era sencillamente maravillosa.
-¿Qué titulo les ponemos? ¿Se les ocurre alguno en particular? -preguntó Marcela.
-Me vienen títulos de tangos -dijo Emilio, desperezándose después de la siestita.
-Son demasiado alegres y coloridas para ser tangos -comentó Magdalena.
-¿Y si le ponemos títulos de cuecas? -preguntó Vivian, no muy convincente.
-Me permiten amigos poetas. Siempre los títulos a mis cuadros se los pongo cuando ya están terminados, ellos mismos me los sugieren -acotó el maestro compartiendo nuestra alegría -esta serie de óleos me sugieren “Veinte poemas de amor”.
-¡Esos ya los escribió Neruda che! -intervino Emilio.
-Exacto, es por eso que me lo sugieren, están pintados por poetas.
Fíjense, son armónicos, no podrían apreciarse observándolos de a uno, hay que verlos todos, comenzando por el primero. A pesar de la belleza de cada uno de ellos como unidad, nos invitan a apreciarlos en conjunto. Son como los poemas de Pablo, leemos el primero y no paramos de hacerlo hasta leer los veinte, sin saltear ninguno, como si fuesen las cuentas de un rosario. Ellos, “los Veinte poemas”, nos pasean de la mano por la belleza y los recorremos como en un sueño -dijo el Maestro.
-¿Y la “canción desesperada” -preguntó la curiosa Vivian.
-La “canción desesperada” ya la pintó mi amigo, el otro Pablo, Picasso y se llama ”Guernica”. Recuerdo cuando le pregunté porqué había empezado por la última poesía; me contestó que había leído a Neruda en árabe y porque además el asesino del color era él. Excentricidades de ese pintor genial -agregó sonriendo el Maestro.
Absortos ante sus respuestas y tanta belleza nos volvimos a convertir en humanos y vimos como Joan Miró se encaminaba hacía la puerta de salida.
-¿Donde va Don Joan? Quédese a tomar unos amargos con nosotros -dijo Emilio
- ¡com on vaig, a la taberna a beure una copa de cava del penedés! ¡els meus estimats amics poetes, adeu,fins al proximo somni!
Me desperté feliz, satisfecho; era un día de semana y no tenía alternativas, debía levantarme para ir a trabajar, no me era posible quedarme en la cama haciendo fiaca y gozarme el sueño. Grande fue mi sorpresa cuando me miré en el espejo del baño.
Vi cinco besos repartidos por mis mejillas, cinco pares de labios pintados de naranja, amarillo, verde, azul y púrpura. También vi pintadas sobre el espejo las palmas de dos manos saludando, una blanca y una negra.
-¿Será el efecto del vodka? -me pregunté semidormido, mientras me lavaba la cara.
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