Revisó todo: cada cable, cada conexión, cada programa. Ejecutó todos los asistentes, controló las lucecitas del módem y del router.
Todo parecía estar en orden, sin embargo... no conectaba!
"Qué mala suerte", pensó... "Por qué este tipo de cosas me pasan siempre a mí" (y recalcó el "mí", como queriendo darse aliento, y no sentirse tan frustrado; como si por repetir su nombre, o mencionar simplemente su existencia, fuera a recobrar su autoestima).
Ya estaba todo casi cocinado: habían comenzado a charlar, de forma muy amena. Surgieron sonrisas, en ambos. Esas sonrisas cómplices que dejan leer entrelíneas mucho más de lo que se dice.
Y cuando todos los tabúes habían caido, cuando ya no quedaba otra cosa que fijar los detalles... zas!
Lo último que llegó a leer fue "En una hora estoy ahi, preparate eh?". Y un "Jijiji" muy expresivo. Tan expresivo que hasta vergüenza le dio sentir que su sexo se humedecía ante algo tan banal.
"A ver, pensemos, razonemos: qué hago ahora?"
Quedaba menos de una hora, y estaba casi todo arreglado.
Trató de recordar algunas frases de las que habían tenido hacía unos momentos, pero no pudo: la memoria no era su punto fuerte.
Optó entonces por revisar todo.
Recorrió el pequeño apartamento varias veces, y no notó nada extraño.
Sin embargo sentía que algo faltaba.
"Preservativos?" pensó... No, allí estaban, en la mesa de luz.
"Velas?". Tampoco: no sólo las había colocado en la mesa, sino que hasta las había encendido (y apagado luego), para comprobar que "funcionaran".
Qué faltaba, por Dios!
Cuando miró el reloj, no pudo creer que apenas faltasen 10 minutos: tenía que tranqulizarse o todo esto, por lo que tanto había luchado iba a resultar un verdadero fracaso.
Cerró los ojos, y escuchó el taconeo en el pasillo: era ella!
"Tranquilo, tranquilo" se repitió por lo bajo como infundiéndose ánimo.
Unos suaves golpes en la puerta, sigilosos, nada de timbres estridentes. Se sonrió: le gustó ese detalle.
Y abrió. Y la vio. Ahí estaba ella: radiante como siempre (aunque sus ojos ya hacía mucho tiempo que no la veían así: 7 años de matrimonio habían provocado mucho desgaste en su relación).
Ella lo saludó cortesmente, como habían pactado mientras planeaban esta "cita de fantasía" por internet. Recordaba que ambos llegaron a escribir simultáneamente "por los viejos tiempos". Y sonrió.
Ella, Dahiana, su esposa, no pudo evitar salirse del papel por un momento, y como antes que nada era madre, preguntó: "Los nenes comieron? Le diste los remedios a Joaquín? Mirá que tiene que tomarlos eh? Se acostaron temprano?".
Y lo dijo todo rápido, como queriendo cumplir con ese trámite necesario, para poder volver al "juego".
"Sí" contestó él. Y dudó. Dudó si confesarle ese extraño presentimiento que lo aquejaba de que de algo se había olvidado. No quería mentirle, pero tampoco preocuparla.
Y prefirió callar, y distenderse.
Ella siguió con el juego, ese juego de seducción de dos supuestos desconocidos que van a concretar su primera cita.
Y así se sentían ambos, era como que todo estuviera renaciendo.
Se los veía felices: se sentían felices.
"Qué prolijo está todo, caballero, cuánto esmero: se nota que es Ud. muy detallista..." (Y no pudo evitar mirarlo de reojo, porque si algo era falso, era justamente eso: el tipo de detallista no tenía nada! Era un desastre, olvidadizo... y vivía en las nubes como todo buen acuariano).
Aun así, él tomo su comentario como un elogio: ella había notado sus esfuerzos, su voluntad. Y después de tanto tiempo que llevaban discutiendo por casi todo, y echándose en cara las cosas más increíbles, este halago era miel para sus oídos.
Él, todo caballeroso, y sin decir palabra, encendió las velas, señaló gentilmente la silla con un gesto de su mano, la retiró, esperó que ella se sentara, y recién ahí comentó: "Ahora, si Ud. no lo toma a mal, voy a servir la cena. Le ruego sepa disculpar esta descortesía de dejarla abandonada por unos minutos".
Qué frase, por Dios! Ella quedó anonadada... y él lo percibió.
Y se sintió orgulloso. Todo estaba resultando a la perfección.
Ya había olvidado por completo ese "pequeño detalle" que tanto lo había alterado hacía un rato: no debió ser nada tannnnnn importante. Era parte del trato para esa noche: él debía controlar su obsesión, su manía de complicarlo todo.
Giró sobre sus talones, en un gesto sumamente elegante (y estudiado), y fue hacia la cocina.
Sacó ese vino blanco de la heladera, y se encaminó hacia el horno para servir ese "pescado a la crema de langostinos y champignons" que bien sabía que a ella tanto le gustaba.
Y ahí recordó!
Ese "pequeño" detalle.
Nunca había encendido el horno! |