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La Musa
( Roberto Espada )

La tormenta sacudía la casa de campo y los parajes. El agua arrastraba esfuerzos, roía las bases y expandía las cárcavas. El viento encumbraba desgracias, arrancaba fustes, despatillaba la divergencia y tanteaba la cohesión de los ensambles mientras la vida se escabullía bajo luces fugases de estrepitosa aparición.
Cual imagen fantasmal producto de los destellos de la tormenta, la hermosa musa vestida de blanco se balanceaba de la cuerda del columpio que pendía del ciprés. La grácil figura vulnerable a la fuerza mostraba zonas de presión excesiva en parte del cuerpo, y una línea sinuosa roja en medio del pecho. El viento embarullaba su pelo y hurgaba bajo el vestido que se estiraba para tal efecto, las gotas la limpiaban, el frío la tullía y el artista la observaba desde la ventana.
Él salía cada quince minutos y permanecía pegado al vidrio húmedo otros quince buscando inspiración; el grueso pestillo no lo dejaba pasar, el cuadro, debo componer el cuadro. La musa no miraba, se mantenía firme a la soga siguiendo el ritmo de la ventisca, sin quejarse, muda, esquivando las garras huesudas y eléctricas de los rayos. Nadie me la quitará, es mi musa, en ella hasta la gracia del cuerpo se convierte en belleza.
A las campanadas de los cuartos del francés L’peé, el artista se retiraba al dormitorio, se metía a la cama, suspiraba, mirada al techo y dibujaba toroides sobre la línea del concreto con su mano derecha, mientras con la otra escrutaba recuerdos de la musa bajo el uniforme. Intentaba conciliar el sueño girando en su toro difuso y cíclico cuya superficie engendrada no era más que un pasaje donde el exiguo talento falló, las nubes se apoderaron del cielo, el vaso se rompió, y la lujuria se encargó de apagar el desprecio de la musa. En quince minutos tendría que verla nuevamente, no me mira, y su cabeza...
Despertó, recordó el rito, estará mi musa, se incorporó y camino desde su pieza al ventanal de la sala de trabajo, corrió la cortina, apoyó su rostro en el vidrio húmedo, ahí está mi musa, tengo que inspirarme rápido, pronto vendrán los cuartos. Permaneció bosquejando olas simétricas mientras duraba el vaho de su aliento en el vidrio. Nada servía para su cuadro, para componer su cuadro. Se le vino el tiempo encima. Nada nuevamente, ni un solo trazo. Se fue al cuarto. Cuando vuelva me concentraré. Qué extraña forma de columpiarse tiene mi musa. No me mira, y su cabeza cuelga de los hombros, y la sangre...
Las tenues campanadas de su reloj fino lo avivaron, estará mi musa, espero hacer algo diferente ahora, estoy harto de las olas simétricas ¡Maldito pestillo!. Ahí estaba su musa esperando la mañana para desaparecer y descansar de las obsesivas jornadas de su plaza. El artista dejó las olas simétricas y se retiro al dormitorio esquivando los vidrios del vaso que trazaba líneas rojas, y la sangre... ya no hay sangre humana, la lluvia lavó el cuerpo y la tela.
La noche terminaba, intentaría dormir los últimos quince minutos, pronto se abrirían las rejas y comenzaría el recuento matinal.

Texto agregado el 17-04-2004, y leído por 205 visitantes. (0 votos)


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