El café es ancho y luminoso,
salpicado de mesas de madera;
tiene un aire espeso y ominoso
y lo llenan los ruidos sempiternos
de un par de tragaperras.
Atmósferas crecidas de voces
chirriantes, a ratos ofendidas;
murmullos eternos por la noche,
siempre salpicando la avenida
de las malas artes del derroche.
Lo pueblan estruendosos parroquianos
y sueños de penaltys y mujeres.
Los modernos cafés, antes ujieres
de tertulias y debates, recuerdan otros años.
Otros años de amargura y esplendor
en ocasiones perdidos, ora olvidados,
tertulias de juventud añorada
o de antiguas tierras ya tragadas
por las polis modernas
que ahora abarcan, inmensas,
a pequeños cafés de mesas forjadas
en hierro oxidado, evocando pasados
que fueron mejores de lo que recordamos.
¿Tiempos mejores o sólo olvidados?
Viven los mayores, y los dejados parroquianos,
no en mejores, en otros años,
fueron por ellos educados.
Cayó quizá la terulia en el olvido
quizá porque della no naciera
más que un pasado hoy tosco y derruido
de tiempos, de ideas y de guerra.
Y hoy nuestro café y las tragaperras
recuerdan, sin tertulia,
que no tanto cambia aquesta Tierra. |