Se le puede ver con el alma desnuda, paseando borracha de ilusión, entre jardines de algodones donde espera descansar el cuerpo pero jamás el corazón, corazón persistente de esperar, necio más que persistente; a ese buen hombre de manos tiernas, labios suaves; esa alma vagante, como la suya, que acogerá en su vida por siempre y para siempre.
¿Acaso es aquel, sin rumbo y sin posada?
¡Lo es! dice ¡Se equivoca! Pobre soñadora, pues él, se lleva a su amor donde le llevan los pies y pasado mañana no estará.
Ó ¿Será este joven cantor, que a fuerza de seducción le arrancó de un jalón precoz su castidad? Ha de ser que no, pues se fue cantando la historia de una tonta virgen que cayó en su cuento de príncipes azules.
Pero ella sabe de caer, levantar y volver a caer, a pesar de caminar tanteando el porvenir en pos de la consolidación. Así es feliz: buscando el amuleto en el fondo del mar, sin temor a ahogarse, sin temor a no volver jamás de la eterna espera; indiferente al grotesco sabor de desencanto y desamor.
No es de acá; tiene que ser de allá se va lejos a buscar. La luna, la playa, y la mar son el consuelo de volver a casa con las manos vacías, con los labios rajados. Encuentra confusión, confusión en los hombres, pero jamás en el amor
Pero el día llegará sonríe y su alma, junta a la de él o ella, se evaporará en sacrificio al amor y su recompensa, ante los ojos de los detractores.
Hoy se le puede ver errante en su andar, con la mirada lejana, perdida, buscando en el ayer la ilusión persistente de otros años, ¡Jamás volverá!
ha renunciado a ello, ha buscado y ha encontrado: el mundo soñado Del amar y ser Amada.
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