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LA MUJER EQUIVOCADA.
(Cuento corto)
Por: DANIEL JOBBEL.


Hace un par de semanas atrás tuve la intención, vaga por cierto, pero intención al fin, de ir a buscar a Yago al colegio, y así registrar la vuelta conmigo. Una lancha, en el lago, o un juego a la pelota en el parque sería la excusa, sin que su madre se entere, obvio. ¡Sí! Usted podrá decirme que deliro. Que no corresponde. No puede ser. Es falta de ética. Quiere que le diga. La obstinación me puede. La pasión me mata. Tropiezo dos veces con la misma piedra. Pongo siempre la otra mejilla. Creo en una nueva oportunidad. Me doy de nariz contra el suelo. Sin embargo es la matriz del olvido la que me sentencia.
Cuando estuve en su casa la otra vez, con los ojos irritados por la tarde de ciber y jueguitos en la compu, me beso cariñosamente y me hizo acordar a mi hijo, ya adolescente. Y sentí como si se me acercaba un ángel. Luego, se sentó muy juicioso frente a mí y con robusta adultez me preguntó que era lo que escribía. No pude decirlo y escondí el secreto como el viejo pirata Jack Sparrow, quién guarda un tesoro en una isla desierta.
Hasta el fin de mi vida estaré convencido que Yago es la única personita -por decirlo así- que me comprende. Claro, me comprende de modo visual, por lo que yo hago, por lo que él ve. Somos compinches por decirlo así. Pero no por la procesión que se instala en mi interior y que retuerce hasta las más infinitas tripas.
Cuando lo miro jugando tranquilamente sobre ese mosaico gastado y él me mira, y ve, como creo yo que ve, de su carita casi perfecta se desprende una especulación más o menos conciente acerca de lo que sucede. Ese ángel de niño que sabe algo. Intuye algo. "Te prometo que no se lo diré a mami..."dice. Con sonrisa cómplice de oreja a oreja juega con la escuadra, manotea una y otra vez la birome, le hinca los dientes al capuchón como una ardilla que roe un madero y dibuja. "Dale Dany decime..." Pero no se lo digo. No hace más preguntas. Despreocupado traza unos garabatos sobre el papel. Sin embargo, algo no está claro para Yago.
De pronto lo asimila de diferente manera, pero no pregunta. Raro en él porque es oportuno y preguntón. O si pregunta su infantilismo conmueve de inmediato por la forma inteligente y estilizada de una propia inocencia. Típico "hinchapelotas". El tipo no se conforma así porque sí. Y es para mi la que sigue marcando la diferencia de antaño. Esa única excepción que a veces rompía con los esquemas ya prefijados por su madre: el triciclo, sus juguetes, una manzanita rallada, una caricia en su melena y un beso de las buenas noches.
Me acerco a Yago y esa diferencia se estanca en lo mismo, su madre con una inocultable y profunda felicidad lo sume a los caprichos sin ataduras. Sabe que lleva las de ganar, inteligente manda en el terreno de los besos para que los caprichos deseados se cumplan. Y sino los gritos y los planteos digno de algún adulto. Sabe manejar los tiempos de su madre, y las palabras. A veces se torna insoportable que Sasha Knox le dan ganas de matarlo. Pero es ella la que se mata por él con sufrida paciencia.
En tanto, Yago hecha unos largos pucheros con las manos cómicamente pedidas en los bolsillos de la bermuda, para luego llevarse el dedo gordo, a la boca, simulando consolarse para siempre enojado. Todas esas prolongaciones de vida alegre que el nene imprime, figuraban como insignificantes diferencias cotidianas para mí. Diferencias de lo parco o aburrido que soy, a lo impecablemente gracioso y dulce.
Pero también pienso, en que va a llegar el día que deje de comprenderme. El día que su inocencia emprenda fuga obligada cuando adolescente, y descubra la problemática de esto es así o asa, empezando a auto convencerse por su propio ingenio de los valores de la vida y lo que le brindó su madre en desdicha y en felicidad. Lejos de esos valores consumistas que le ofrecieron otros. No, no lo culpo al Yago por ser como es. Tampoco usted Sra. madre lo culpe. Que no se culpe a nadie por esto. Por ser como es. El triunfo del hombre surge de las cenizas del error, dice el poeta. Habrá que orientarlo y corregirlo pero no culparlo.
Me sentí cobarde, impotente, y me fui cargando de culpa por anticipado; "Le estoy escribiendo a mamá...", le dije en ese momento que uno tiene de pavo o idiota. Eso, sin dudas, no era una mentira empedernida, pero tampoco la verdad toda. Tan solo un ingenuo recurso que ciertos individuos como yo, desengañados, sinvergüenzas, (como quieran llamarle) usan para mentirse o, lo que siempre fue peor aún, para mentirme.
Se veía claramente que nada podía hacer por salvar la situación, ni siquiera sabía si podía hacer algo por mí mismo. Sin embargo había un sentimiento supersticioso, religioso, por decirlo así, o no sé que mierda que me reprochaba la idea de abandonarlo todo; al mismo tiempo quedarme significaba también la culpa de mi impotencia y del deseo de que Sasha Knox, actriz porno, modifique su proceder con nuestra relación.
Parte de la vida Sasha está cruzada por una violencia verbal y física explícita, historias de sexo, amor, droga y muerte en las que desde niña cuenta de qué manera su hermano asesina a la madre de ambos, y ella, una bailarina de striptease sueña con ser madre ejemplar de su primogénito, aunque ya no pueda quedar nuevamente embarazada debido a la cantidad de abortos que se ha hecho en su vida, y mientras describe su paso de gloria por los escenarios de los cabarets, intercala escenas en las que su ex novio narco asesina prostitutas con una sierra eléctrica mientras les hunde la cabeza en montañas de cocaína.
¿Como decirle al chico que su madre estaba en serios problemas? ¿Que los alcalóides, la noche magra y el alcohol la estaban destruyendo?
Quise preparar el espíritu para ese cambio en mi manera de actuar. La verdad es que mi preocupación por lo que estaba sucediendo era tan grande que no podía evitar mortificarme constantemente con esas preguntas que no podía responder. No quería hacerle daño a Yago, no tenía culpa. Al mismo tiempo sentía necesidad de hacer algo concreto, sin poder definirlo; presentía que había allí más cosas para dilucidar que las que yo veía, y más cosas para hacer de las que me parecían posibles. También me hacía sentir malhumorado. Había ocupado los momentos precedentes en moverme a impulsos emocionales; pensé que había llegado el momento de parar la pelota y proceder racionalmente...
Pero mi cerebro estaba dominado por la pereza, y se movía con lentitud. Además me faltaban puntos de referencia. Lo único que se me ocurría era la misma opción entre dos líneas a seguir: o bien se lo decía, o callaba para siempre. Pero como le podía decir que le estaba escribiendo una carta a su madre, que no era mi esposa, que nuestra relación no marchaba y en la cuál limar asperezas era la condición obligada. ¿Cómo explicarle a un chico de ocho años que la relación con su madre tocaba fondo? ¿Qué entendería de ese dilema? ¿Los riesgos? ¿Su madre cómo lo tomaría? Imagino: "Como vas a decirle eso al chico, ¿quién sos vos para decirle?" "Acaso soy yo la madre, quién tenga que decírselo", "A mí me lo tendrías que decir, no al chico". ¿Cierto? Cierto. Me costó gran esfuerzo imaginar una tercera línea: combinar las dos posibilidades anteriores, en un avance que incluyera un concepto práctico, equidistante, sin necesidad de herirlo.
La piadosa mentira sobrevolaba un te quiero absoluto. No podía decirle que su madre fue mi amante. Ella era el te quiero comprometido que invente en mi vida. No solo por lo que su madre es, sino por lo que soy cuando estoy con ella. Un te quiero conservador que no podía gritárselo al nene. El me veía como un verdadero amigo, como si fuera de su edad. No me dí cuenta de lo peligroso que puede ser un hombre que sueña. Jamás ella se acercó demasiado. Jamás me propuso nada que no fuera compartir una mesa de café, una charla esclarecedora de nuestra relación, sin profundizar en demasía las cosas. Fui yo el que la inventé. Inventé que mi mirada la electrizaba, que sus ojos me parecían hermosos. Inventé que cuando me decía (como quién dice algo y se despide) "chau, nos vemos", estaba pidiéndome una cita. Una cita que yo inventaba.
Inventé que cuando estuve afuera unos meses, Sasha Knox me extrañaba como loca. Que se morías por verme. Aunque Sasha no se llamara Sasha, simplemente inventé que Sasha Knox o como se llame, esperaba esas cartas cuál le escribí. La que estoy escribiendo aún. Que las esperaba contando los minutos y las horas, y al recibirlas las leía sin leerlas. Las hacía un bollo y al cesto. Sasha no se ha reído de todo esto, quizás por respeto, porque no es de las que se ríen de las personas. Y yo tampoco puedo reírme, porque si en algo nos parecemos es en inventarnos el amor, las historias, la princesa, el príncipe y ocho cuartos, el caballo blanco, el unicronio azul, el cofre de los piratas. Esa manía de confundir los diamantes con los vidrios rotos, añicos, esparcidos por el suelo.
Quizás eso signifique ser más que un amigo Sasha Knox ... ¿Qué digo? No, no podría ser amigo porque me dá un escalofrío.
Existe un luto con el olvido ¿Qué culpa tiene alguien de aparecer en el sueño de otra? ¿A que se lo compromete? ¿A que se lo obliga? Hace de cuenta que no te conté nada y ahí queda la cosa. Buscaré un credito para la felicidad en el corazón de Yago. El me verá siempre un amigo. Juro que haré un curso intensivo para equivocarme menos, sufrir menos y ajustarme a la realidad. Claro, todo eso no podía contárselo al nene. Aunque Yago lo intuía.
No te persigas por mi causa Sasha. Para eso sirve la experiencia. No quiero poner en boca de una mujer palabras que jamás pronunció. Quizás una mujer que necesitaba quererse. No tendré en cuenta las exclamaciones, las dudas, las objeciones, las abreviaturas, las puteadas, interjecciones fuera de contexto. Sasha Knox tejió un puente con cariño y con amor, pero se dió de cara a la roca; quiere decir que en este mundo donde casi todas las citas son fallidas, y en donde tal vez todo consiste en ir a esquinas desiertas donde nadie acude, allí fue Knox a buscar otro amor.
Hacé de cuenta que nunca te soñé Sasha Knox. Oyes sin volverte a las puertas que se cierran. ¿Que armas llevas, Sasha? Sólo tu soledad. Sabes que en algún lugar alguien está esperando. Sabes que yo también estoy desnudo. Por momentos sientes las lágrimas, ves el fluir de aquellas lágrimas por la piedra oscura. Por la noche fue un pariente de Sasha a buscarme al club, a comunicarme que Sasha se había encerrado en el baño y decía solo quiero morir, que pedía solo por él. Un doctor de la prepaga al tiro, le dió unos calmantes, un día entero de cama. Ayer me entero que quiso suicidarse por ese loco narco. Supo abrise las venas, y dejar fluir su odio, su esperanza. Todo entorno efímero. Hay un viejo televisor que no funciona y un sofá hecho piltrafa. Alguien llora en alguna parte. Ves dibujos infantiles, una cuna con dos colchones, un libro ajado, ropa vieja cubierta de moho, sangre seca y polvo. Abres otra puerta. Llamas a alguien Sasha. Le dices que no llore. Es el chico. Sobre el polvo del pasillo van quedando tus pisadas y una cucaracha muerta como flor deshojada... .-

Texto agregado el 22-04-2008, y leído por 445 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-04-2013 El relato te va llevando hasta ese final, quizás abierto, quizas con un sesgo de locura. Atrapa. Buen relato. criterion
 
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