Jamás pensé que estas palabras que escribí para nuestra malograda amiga Dana, más conocida como India, hoy serían un triste epitafio. Enterado de su fallecimiento, sólo queda recordarla en toda su magnitud e imitar su ejemplo de compañerismo, recato y dulzura, que se desprendían ante la sola evocación de su nombre:
Me nace la repentina necesidad de homenajear a la brillante India.
Si pusiéramos en la balanza su obra, sopesándola en término de vocablos, ésta cabria apenas en una mano, pero sin embargo esa mano caería dislocada por el peso de sus palabras. Es que ellas son gotas diminutas de riquísima poesía en las cuales subyace un universo de sensaciones; no es minimalismo lo suyo, es mucho más que eso, ya que en unas cuantas sílabas, se despliega en la pantalla de nuestro entendimiento una infinidad de sensaciones que se traducen en amor, nostalgia, dicha, plenitud, reposo y de paso un pasaje a una dimensión en la cual se repiten hasta el infinito los goces de una existencia avizorada por sus ojos certeros. Perfeccionista del Haiku, ha sabido impregnarse de las claves de este milimétrico arte, cerbatana dirigida a la exacerbación de los sentidos, minúsculo proyectil engarzado en fina pedrería que traspasa las membranas y explota en el centro justo del corazón.
Dana o India, exótica escritora de lo breve, en una frase logras traducir lo que otros ligeramente intentan tras cientos y cientos de páginas de sacrificio, vaya este homenaje para tu bendita abreviación:
Lápiz de seda
en tus manos mágicas
ahora es sol…
Descansa en paz, querida amiga...
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