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Concéntrate,

La pequeña llama de la vela parpadeó levemente. Una gota de esperma rodó perezosamente hasta detenerse, congelada para siempre en la vela carmesí. La pequeña habitación de madera apenas daba parte de la escasa luz, casi prefería la oscuridad.
Su respiración era inaudible. Sus parpadeos, esporádicos. Toda ella parecía sumida en un sopor del que parecía que nadie la podría sacar. Del que parecía no querer salir. Sus manos descansaban sobre la mesa una sobre otra, tranquilas, pero si se les prestaba atención cuidadosamente, se podía notar que temblaban.
Su rostro no tenía expresión alguna, pero aún así, hablaba. Sólo sus ojos decían que se esforzaba, que se esforzaba muchísimo, casi al borde de sus fuerzas, pero que parecía que no podría lograrlo. Sólo sus ojos decían que sufría, casi lo inimaginable, pero que parecía que no importaba.
A nadie.

Piensa,

Parecía una muñeca de porcelana. Inmóvil, fría.
Su blanca piel reflejaba el color de la llama. Sus ojos claros brillaban, su cabello caía suavemente por su espalda con leves ondas castañas. Su boca pequeña y rosada se mantenía cerrada, sus mejillas, sonrosadas, como de mentira. Sus pestañas encrespadas.
Como una muñeca de porcelana. Frágil.
Pero la quietud terminó y bajó la cabeza, sin siquiera notarlo, con la misma expresión ausente. Con la misma expresión inexistente. Bajó la cabeza, y sus ojos sin moverse se fijaron en sus manos que reposaban, mirándolas sin verlas.
Ahora sus ojos eran turbios, decían que sus pensamientos eran complicados, más allá de sus capacidades, más allá de su entendimiento. Su boca, sin moverse, dijo que se sentía molesta, impotente. Sus falsamente sonrosadas mejillas se pusieron pálidas, diciendo que tenía miedo.
Pero a nadie le importaba.

Escucha.

El silencio era absoluto, si se ignoraba el leve crujir de las tablas de las paredes que se encogían con el frío, del suelo, que se acurrucaban bajo sus pies, si se ignoraba el insignificante rechinar del tejado. El silencio era absoluto, si se ignoraba el susurrar del viento, su chocar contra los pequeños cristales, su silbido entre las pequeñas rendijas. El silencio era absoluto, si se ignoraba el sonido del fuego consumiendo la vela roja, si se ignoraba el sonido de su propia vida dentro de aquella habitación.
Insignificantes.

Dilo una sola vez.

Cerró los ojos un largo tiempo, luego los volvió a abrir.
Ahora parecían decir que quizás estaban encontrando una salida. Que quizás el camino no era tan oscuro ni tan frío. Como esa habitación.
Decían quizás que querían, pero estaban inseguros. Que las palabras llegaban lentamente, juntándose, bailando, cambiando, ordenándose, desordenándose, volviéndose a ordenar; pero que todas querían decir lo mismo.
Sus mejillas seguían pálidas, sus manos tenían inseguridad.
Su boca que parecía eterna, irremediablemente cerrada, se entreabrió. Sus delgados labios rosados parecían querer decir algo. Toda ella parecía querer hablar, pero...

No habrá otra oportunidad.

Por fin, me habló.

Texto agregado el 20-04-2008, y leído por 230 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-04-2008 No habrá otra oportunidad, creo que leí el texto en el momento justo, sólo que no sé si hablare, buen texto, nos leemos ;) Wenl
 
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