Con el alimento en la boca
Llevábamos meses de actuación y la verdad es que los ánimos no eran de los mejores. Las cosas no estaban saliendo como se habían planificado, el dinero escaseaba y el poco que había se reservaba para el espectáculo, el que alicaído como planta sin agua, necesitaba con urgencia nuevos aires. Junto a mis compañeros llevábamos poco más de una semanas ensayando un acto que nos había encargado el dueño del circo y que por su riesgo, garantizaría las taquillas necesarias para revitalizar el show y mantener en pie nuestro sustento.
El acto en que participaba, lo realizábamos entre tres compañeros; con uno de ellos éramos amigos y primos, casi hermanos. El otro era un tipo muy parco, que nunca me calló bien y que en nada se parecía a nuestro antiguo compañero que siempre fue amable y justo con nosotros, pues este no. Siendo unos veinte años más joven que su antecesor e inexperto en su arte, mantenía una actitud siempre distante, prepotente y agresiva dentro y fuera del escenario. –Tu actitud te condenará- le dijo nuestro antiguo compañero a modo de consejo una vez que se acogió a retiro luego de más de cincuenta años de circo.
Esa tarde con mi primo estábamos muy molestos y con la paciencia agotada, ninguno de los dos quiso probar la comida que nos dieron, ya que realmente estaba muy mala y lo peor era que hace por lo menos cinco días que sucedía lo mismo, de nada servían nuestras muestras de disgusto, ni el hecho de que no comiéramos, el jefe debió prever que esta situación no daba para más y que los problemas del circo no debían afectarnos de tal manera, menos el día que estrenaríamos la rutina nueva.
Cuando llegó la hora de nuestra presentación, hicimos ingreso al ruedo mientras que nuestro compañero, que ya había ingresado momentos atrás, nos esperaba en el centro junto al dueño del circo que hacía de maestro de ceremonias y que micrófono en mano gesticulaba rimbombante nuestros nombres artísticos mientras el público hacía sonar sus palmas enfervorizadamente, cosa que en otros tiempos habría disfrutado y agradecido, pero con el estómago vació nada podía cambiar mi mal ánimo -solo un pedazo de carne tierna en mi boca aplacaría mi mal humor- pensé mientras observaba con desdén una pareja en el público que celebraba con entusiasmo mi acicalado traje a rayas.
Comenzamos nuestra rutina con viejos trucos, los que sacaron por consiguiente flojos y lánguidos aplausos que fueron animándose a medida que aplicábamos más tensión y complejidad a la rutina.
Se notaba que nuestro compañero estaba bajo la gran presión que nos imponía el jefe, el que había apostado todas sus fichas a nuestro acto pese a las advertencias en cuanto a que necesitábamos más tiempo para ensayar la peligrosa rutina. Notoriamente abrumado nos gritaba órdenes con su habitual e insegura prepotencia, a toda costa quería mantener la situación bajo su estricto control y para lograr esto vociferaba y alargaba las palabras más de lo habitual intentando ganar respeto y nuestra sumisa obediencia, la que fingíamos a regañadientes a sabiendas que era esto parte del libreto.
Una vez llegado el gran momento, el dueño del circo pidió el más absoluto de los silencios para permitir que se realizase, según dijo con voz fuerte y ronca -un acto nunca antes visto en la región y que requiere de mucha concentración y arrojo- a lo que el publico expectante obedeció de inmediato sin antes exclamar de emoción. Yo ya estaba en posición, mi primo unos tres metros por detrás de nuestro compañero, el que arremangándose las mangas se frotó la cien intentando secarse el sudor mientras mantenía su mirada fijamente sobre mis ojos intentado de alguna forma hipnotizarme o algo parecido. De pronto gritó muy fuerte rompiendo el silencion sepulcral, algunas personas del público gritaron de nervios con él, yo le respondí más fuerte aún; era la señal para que procediera y tomando un tranco decidido hacia mí, conciente del riesgo que corría, se agachó enfrente, abrió fuertemente mi quijada introduciendo con agilidad su cabeza en mi boca y yo, siguiendo un fuerte instinto ancestral y saliendome por completo del libreto; la cerré con todas mis fuerzas para evitar su fuga y comencé a engullir todo lo que pude antes que mi primo, que ya se había abalanzado, me quitase con sus garras la porción que le correspondía.
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