Pensaré en la historia triste de la llovizna entre su boca y la mía. Pensaré el junio desesperado sin el artificio del fuego rodeando nuestra piel. Ahora tal vez pueda intentar comprender esta suma de escombros y lagunas tibias con inexplorables alturas de nervios ópticos. Los escarabajos vuelan y se hacen tiempo, las alas se les caen y me hacen mirarla desde los linderos del mundo. Qué tenía ella de especial para inquietar mí espíritu y robarse mis palabras, mis temblores de lluvia y mis suspiros. Los monstruos en mi cabeza son esas palabras y esos suspiros que a esta hora no me dejan vivir. Solo son días, no hay porque titubear ante la ausencia de su cuerpo o su mente. Aún no estoy segura de que sepa que le amo, aunque me he encargado -cuando duerme- de sembrarlo con mis ojos por toda su piel... ella sabe que le miro, cuando despierta de súbito me asusta las manos y ya no la puedo tocar.

P.S. No me gusta extrañarle.