“Te merecías todo lo que te hice menos esta última afrenta, aunque reconozco que nada exime más que lo que se hace en nombre de un amor traicionado.
Lo que le conté en la carta era indigno porque pertenecía exclusivamente a nuestra intimidad, y estoy seguro de que cuando buscó y encontró el lunar en el recóndito secreto que sólo yo besaba, mientras tú excitada me alentabas a hacerlo, sintió la misma frustración de quien halla el cofre del tesoro vacío con la burla de quien ya lo sustrajo.
Sé que tu amor es una pérdida definitiva y me resigno a ello, pero el secreto de ese lunar sólo a mis labios pertenece. Y cuantas veces requiera tan íntimo tesoro encontrará el vacío que queda de quien lo despojó.
Una afrenta que a mí me tiene prisionero y a él esclavo y a ti culpable, y a los tres hundidos en la desdicha porque yo te seguiré queriendo y él nunca podrá quererte del todo, y tú jamás llegarás a olvidarme, al menos mientras el lunar sostenga el recuerdo de mis besos y de mis lágrimas.”
Leo el relato que Raúl Brasca ha copilado en un pequeño volumen de cuentos breves. Y siento que yo soy la víctima de la afrenta, que siempre creo tener el mapa del tesoro pero sólo encuentro cofres desfondados. Siento envidia.
Me explico. Debo decirles, ante todo, que amo a las palabras. He intentado seducirlas, convertirlas en mis amantes. Tantas veces las he arropado con las letras exactas y las tildes en el debido lugar. Hasta las guardo amorosamente en diccionarios y enciclopedias, y ni siquiera olvido custodiar celosamente sus significados. Todo lo he intentado, colegas, pero se muestran esquivas y altaneras a la hora de entregarse, se burlan mientras se van de la mano de otro.
Releo el cuento. Bello, intenso, sutil. Supongo que coincidirán conmigo: nada sobra, nada falta. Vuelvan, por favor, sobre ese último párrafo. En cincuenta palabras nos hace saber del amor imposible, de la pérdida irrecuperable. De la eterna insatisfacción de ese trío condenado por los secretos de un lunar.
En fin, amigos y amigas, nada queda por agregar. Nunca lograré esa decena de líneas. Soy lo que soy. Soy un impotente.
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