La calma caía como una circunstancia extraña. Solamente se oía el silencio. Reposado a la izquierda de la mesa del escritorio, en la segunda balda de la roja librería, hermanado con el propio silencio, su ilusión de centinela refuerza su presencia de frío hermetismo.
No obstante que luce un bombín de color negro de estilo inglés, su cara es blanca, tan blanca como el copo de nieve de la última nevada. Las cejas colmadas de color azul destacan sobre sus blancas conjuntivas y las pupilas negras de mirar sereno, no cesan de lanzar una mirada paciente hacia la lluvia.
El mismo cerco azul aprisiona los rojos labios, igual lo hace la nariz de cereza, en un intento de sonrisa que nunca llegará a risa. Sobre la mejilla derecha aparece solitaria una mancha enrojecida. Sobre su garganta destaca un cuello de camisa de grandes dimensiones, con cuatro cuadros blancos, tres azules y dos rojizos que se desprenden del nudo de lado a lado. Igualmente luce el azul en la solapa aunque, la americana, tiene una tonalidad de zanahoria.
En esta figura se han detenido unos ojos, unos ojos que no cesan de buscar los motivos y razones de una escritura, un intento por llenar el frío papel reposado sobre la mesa. A veces, el papel, puede ser de color blanco, y en otras muchas ocasiones de un azul claro menos hiriente, no obstante que no cesa nunca de seguir hiriendo, en tanto las ideas siguen luchando cuando han decidido nacer.
A la izquierda de la mesa, situados en la segunda balda, relucen los lomos dorados de autores como son: Honorato de Balzac ( Ilusiones perdidas ) Margarite de Valois ( El heptameron ), y Paúl Feval ( Los amores de Paris), entre muchos otros. El payaso, en su intento por defender la cercana intimidad de una pequeña parte de escritores famosos, sigue apareciendo como lo que es: un escéptico payaso estático.
Otro par de ojos, adormecidos en su romántica mirada, proyectan el frío escondido en su intento creador; aquel desconocido afán que ha de llenar la página. Son los ojos del escritor que no cesan de observar el hermetismo hermanado en la contradicción de sus propios secretos, aquellos que no entendió cuando debió haberlo hecho y que, de alguna manera, ahora los comprende..
Hoy comprende que nada más las respuestas tienen sentido. Hoy entiende que sólo las respuestas tienen sentido, no las preguntas, pues al final cada uno, responde a los hechos de su vida. A veces con la fuerza de un titán, desconocido, pero gigante. Otras veces, las repuestas son de enano, diría que de cobarde escondido entre las sombras. El recuerdo impreciso, el rencor subjetivo desfigurado por el paso del tiempo, por un temor indefinido, que sin motivo, o sin razón de ser, retorna.
Una sonrisa de cielo, una sonrisa que, en su momento, no entendimos, que no fuimos capaces de creer en ella, porque no podíamos, porque una era el instante de una negra traición.
Demasiadas veces permanecemos inertes, muy a pesar de disponer de suficiente valor, sabiendo que podemos ganar la batalla, no la entendemos suficientemente digna.
Así se nos carga el alma con los plomos del olvido los cuales no llegarán a fundirse en el momento que la rítmica del sentimiento nos repite “ tu recuerdo, que ya pesa en mi olvido, todavía resuena “. Dentro del corazón, cuando todo se ha quemado, ni la ceniza no es capaz de borrar la prolongación de aquella viva imagen. Horas sin noches, días sin horas tragedia y felicidad unidas en el silencio.
Este payaso escéptico, incapaz de entender por qué razón llora cuando se ríe, no vivirá nunca un nuevo amor aristotélico en lugar de un amor de soberanía platónica.
Nada es bueno o malo, todo es como es; no es lo que esperábamos. Así, también nosotros, vestidos de payasos, despreciamos el límite de los novicios vestidos de divina inocencia. Por miedo al sufrimiento, casi siempre, por miedo a matar a aquel o a aquella, que de otra parte, nos ha querido siempre. Tu recuerdo me pesa en el olvido.
Robertboresluis @hotmail.com
15-09-2005
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