¡ Nena, el afilador ¡, sonó estrepitoso el radio “ cassette “, rompiendo sorpresivamente la suave quietud de la mañana. ¡ El afilador ¡
La llamada de este afilador de hoy, rasura el aire seco y estridente, con el anticipo de la prisa con que, si se da, afilará el largo cuchillo o el hacha destroza costillas del carnicero.
El mecanizado hombre de los cuchillos de nuestros intranquilos días, sobresalta más que subyuga. Se mete en los sentidos, con el tono chinchorrero de la murga de un barbarismo musical incontenible.
El afilador de mi memoria infantil, hacía su presencia con una calma premeditada. Su dulce reclamo se oía, como el canto entrañable del cuclillo en Marzo, deslizado sobre el aire, desgranado en un abanico de armonía de notas cercanas, sugestivas, de falsa lejanía.
Me he acercado al puesto de periódicos, al lado de la carnicería. Mientras el viento colea tras la puerta, la carnicera me ha confiado con su particular filosofía que, el viento lo levanta el destemplado reclamo del afilador, como siempre y cada vez que él, hace su aparición; será coincidencia dice resignada.
Es cierto. Este mes de Julio, sigue también metido cabezón en un tiempo desapacible. Por pocos días espero.
Al retornar de mi corto paseo de nuevo he contemplado, en contraste con el claro azul del cielo, el color ocre de las viejas tejas. La eternidad seguía quieta sobre el zaquizamí.
El origen en su sitio, inmutable, a pesar de las nuevas apariencias, es decir, a pesar de la no verdad, sigue poniendo algo de sosiego dentro de nuestra atribulada alma, algo inmejorable que se resiste a cambiar; nuestra paciencia.
Robert Bores Luís
P de A. Julio de 1993
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