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La paloma sobre la mesa al lado de la cerveza de elección. El hombre de bigotes ya saturados de blanco. Su compañero, hombre sombrío de ojos oscuros mira la paloma sin oír lo que el otro dice tan apasionadamente. El. Un tipo desaliñado, huraño, podrido. Ella, que alguna vez fue bella, que alguna vez atrajo miradas, ella, que fue blanca y joven, ahora gorda...vomitiva. El hombre habla emocionado de su paloma, de cómo, durante tantos años ha sido parte de su numero. De cómo la ha pintado de Rosado, de cómo la ha sacado de sombreros, bolsillos y pañuelos de colores, de cómo su paloma era mágica y había sido la verdadera artista todos estos años en los que el se hacía llamar mago Fernandinny. Tras unos minutos de hablar, se pone de pie y se dirige al fondo a la derecha. El hombre que lo escuchaba saca de su saco una paloma y la cambia por la de la caja en la mesa. Espera que vuelva Fernandinny y se despide Feliz, ignorando una invitación a almorzar. Se retira con la paloma mágica en el bolsillo de su saco.

Lo había planeado durante años, sabía que los trucos de su amigo tenían algo raro, sabía que no era posible, que no era tan hábil, que era un maldito alcohólico. Él se iba a hacer millonario con la paloma, ahora su paloma mágica. Llega a casa, pone la paloma con los demás animales, él también era mago, Don Mago. Y toma una siesta.


Despierta. Su olor profundo se adhiere a todo. Se asquea de si misma. Toma un baño, realmente solo se moja la cara y las axilas. Recuerda haber dejado algunas sobras de comida el día anterior. Escasea el dinero. Escasea la comida. Se viste y se prepara para su número. Es sencillo, un fraude milenario, ella es bruja. Zoraida.
Se pone la peluca gris que da el aspecto de vieja sabia. Revisa sus citas. Solo tres... poco dinero de por si, pero con lo de las palomas, podrá comer. Se sienta. Espera un rato. Piensa en lo que hace. Piensa en lo absurdo que es que le crean, en lo estúpida que es la gente. Piensa que tal vez está mal jugar con ellos... -Bah! Ellos tienen la culpa, yo no-. Oye la puerta que se abre, siente los pasos sobre las baldosas amarillas, es una niña, bastante joven, tal vez quince, tal vez veinte. Se da cuenta que la ven con asco, nota que la su imagen concuerda con la que tiene la niña de una bruja sabia. Sabe que es una cliente segura, una cliente cara, una de paloma. Su negocio es sencillo. En su negocio se gana siempre. Se gana siempre engañando. Sabe que no hace nada.


Es fácil. Una paloma. Si le hubieran pedido una paloma a otra jovencita, seguro estaría en problemas, seguro tendría que franquear grandes complicaciones. No a ella, ella era hija de un mago, Don Mago. Entra en su casa cuidando no ser sorprendida por su padre, que duerme una siesta, y saca de la jaula una paloma gorda.


Al fondo un hombre de vestiduras a la moda de 20 años atrás saca con parsimonia su máquina y la pone sobre la mesita de tubos delgados. “se pasan a máquina todo tipo de documentos”.

Otro día, otro peso. Era un hombre solitario, realmente solitario. Y no solo solitario, era un infeliz. Era eso lo que decían de él todos, lo oía sin que ellos supieran. La imagen de la señora que aleja al niño del perdedor. Sentía cada minuto el miedo que todos le tenían. El miedo a que su fracasada vida fuese contagiosa. Tomó la silla de mimbre, puso sobre ella el cojín roñoso que tenía dentro veinte años de su sudor, acomodó correctamente el soporte de la máquina, se aseguró de que estuviese estable y cuando todo estaba dispuesto cabalmente, se sentó a esperar el trabajo. Al frente pasa mucha gente. Todos de prisa, todos van por su trabajo, él lo espera. Le llama la atención una mujer. Una joven, una niña. Es hermosa. Con el sol de la mañana su vestido se transparenta y ve su silueta armoniosa. La ve entrar en una casa vieja. De repente a lo lejos cree ver un amigo de sus tiempos bohemios. Esconde su rostro tras algunas hojas que había apilado previamente junto a la máquina


Entra en la casa vieja y oscura, se ve muy poco, todo está lleno de humo y de un olor penetrante, parece azufre. Es una casa muy vieja, de las buenas del centro. Las paredes tienen historias que se tratan de escapar, las baldosas amarillas resquebrajadas seguro antes fueron el universo de algún niño. Ahora todo es asqueroso. Continúa, ya un poco asustada. Al fondo vislumbra una sombra. Se dirige a ella. El olor a azufre es cada vez mas penetrante.
-ven, siéntate-
Sigue la voz, es la voz de la sombra. A medida que se acerca, la sombra adquiere un pelo gris podrido, ojos negros y una boca fétida de dientes verdes. Encuentra al frente de Zoraida, la bruja, un cojín negro y allí se sienta.
-¿Qué te trae a la morada de esta vieja rancia?
- Estoy enamorada.
- Estar enamorada es lindo, te felicito. Pero, te repito, ¿Qué te trae a la morada de esta vieja rancia?-
- Lo quiero, quiero que sea mío.
- Si, ahora te expresas claro. Esta bien. Será tuyo. Te espero mañana. Debes traer una paloma. Ahora vete. Es hora de mi meditación estelar.
Zoraida imita una convulsión y empieza a hablar de manera extraña. La niña sale rápidamente asustada y oliendo a azufre.


Y si. Dio resultado. Hoy es un día especial. Ha recibido su primera carta. Se llena de felicidad con el sobre aún es su maletín.
Se detiene en la estación del metro y lee las palabras escritas a máquina. Suspira hondo y se deja caer entera sobre las escaleras del metro. La hija de Don Mago está enamorada y el conjuro de la bruja dio resultado él también la ama.


Al fondo la voz que esperaba.
- “¿Si la consiguió?”
- “Si señora, la conseguí”
Esta bien niña, ahora si podemos empezar. La vieja canosa y mueca sale del fondo de la habitación cojeando dificultosamente y arrebata la paloma de las manos de la jovencita. Pronuncia algunas palabras extrañas, sumerge la paloma en una sustancia densa, la saca, escupe y la pone en su jaula. La niña solo ve asustada. La paloma extrañada se siente humillada. Llena de aceite de cocina, encerrada en una casa vieja con una loca rancia.
- “Ya niña. Puede irse. Ese hombre es suyo, está ligado”.
La niña paga y parte sonriente.


De repente está enamorado. Ella le parece la niña mas linda del mudo. Es increíble, siente que se ahoga cuando está lejos. No es como cuando se enamoró de la profesora, como cuando se sentía volar al verla, como cuando no podía quitarse su sonrisita estúpida de la boca. Este nuevo amor le dolía un poco. Al salir del colegio, hizo lo que había leído era lo correcto para conquistar una dama. Escribió una carta. Puso en ella el amor, puso en ella su pequeña obsesión, era su confesión. Al terminar, revisó lo que pudo, corrigió y palpó el bolsillo. Si, ochocientos pesos, eso valían las tres hojas y el sobre. Tomó el camino al parque, saludó sin ornamentos y entregó el papel al hombre de la máquina cuidándose de no tocarlo, era un infeliz. Cuando estuvo lista la carta, la puso en el sobre que el hombre le dio, la marcó y la llevó donde su amada. La entregó callado y se alejó tímidamente.


Zoraida sale de su casa. Tras ella un hombre. Lleva en su mano una canasta con tres palomas, una de ellas, la paloma mágica. Entra al restaurante, habla con el gerente, le entrega las palomas, el gerente le paga el dinero de su verdadero negocio, vende palomas en el restaurante para que las ofrezcan como pollo... “eso sabe a lo mismo, y es mas barato”, como diría él. A la salida, ve entrar a la niña que la visitó el día anterior, es extraño, está acompañada, es un muchacho hermoso, parece enamorado. Parece... parece que dio resultado. La niña al verla, guiña el ojo con malicia. Si, parece que dio resultado. Le extraña. Nunca había dado resultado. Quizá había perpetuado un hechizo real, quizá era una bruja de verdad. Quien sabe. Quizá era una paloma diferente la que había llevado la niña.


Antes, cuando podía escribir cartas de amor, era mucho mas feliz. No era un perdedor. Su reputación era famosa. Eran otros tiempos. Ahora las mujeres no necesitaban de sus versos. Ahora solo necesitan dinero. Mira la pareja de novios felices, riendo, los atienden. Recuerda el día anterior, recuerda al muchacho y su carta llena de errores, su pobre redacción, su falta de elegancia. El arregló la carta como en sus mejores tiempos. El les dio la felicidad que ahora tienen. Una lágrima parece salir de sus ojos arrugados que han visto todo lo triste y poco de lo bello.
Está en el restaurante. Solo los martes almuerza, solo los martes lo hace en este restaurante.
Es su primer día feliz desde 1983. Si, el veintiséis de mayo. Ese fue el día en que su última carta de amor funcionó. Había vuelto el hombre que le había pedido escribirla emocionado a agradecerle, sin miedo, feliz de su amor, feliz de la brillantez de él, de su escribiente.
Al fondo el mago. Lo saluda levantando una ceja. Varias veces ha redactado sus famosos clasificados: “mago Fernandinny de gira por Europa”... falacias que inventaba para adquirir reconocimiento. A su lado una caja donde guarda su paloma. Parece ver su reflejo. El mago se ha vuelto, de repente, un infeliz.


Fernandinny se extraña de la despedida rápida de su amigo, se ofende por el rechazo a la invitación a almorzar. Estudiaron juntos su arte y realmente lo aprecia, aunque a veces siente que lo envidia. Quizá por su paloma. La mira, hermosa e inmóvil en su jaula. Cuanto la ama!. Levanta la mano pidiendo la atención del mesero que está atendiendo una pareja de jóvenes enamorados. Tras ellos vislumbra el hombre del parque. El de la máquina. Responde al gesto de saludo del escribiente levantando su propia ceja.
-El infeliz ese- piensa. Se arrepiente de su pensamiento. Mira su paloma, la linda paloma mágica y piensa que sin ella sería también un pobre infeliz, un hombre de la máquina. Por fin el mesero le atiende. Pide pollo, un rico pollo para almorzar. Le llevan el pollo y lo come fervorosamente, es el pollo mas sabroso de su vida.



samot

Texto agregado el 16-04-2004, y leído por 258 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-10-2005 Me encanta tu forma de escribir, como hilvanas con retazos hasta conseguir tejer la historia compacta. No eres fácil de leer, por eso te tomo con medida, cunado necesito una buena dosis. Cuídate DDB dolordebarriga
 
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