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Primera

Gira el volante, acelera y se mira en el espejo: cabello revuelto y largo, corbata fuera de lugar. Arnulfo regresa la mirada al frente y pisa más hondo el pedal para burlar el semáforo en amarillo. Un anciano despierta en la banca de la esquina, con impulso de resorte se pone de pie y extiende el dedo. El microbús frena, el claxon del camión formado detrás, protesta.
Aferrándose a la manija con una mano, en la otra carga un vaso de plástico, el anciano va entrando.
-Con cuidado, señor, no se me vaya a caer- dice Arnulfo, mira cambiar de amarrillo a rojo y, por el retrovisor: el conductor que está detrás levanta el codo y aferra las manos contra la parte de en medio del volante.
Termina de subir, y parado junto al asiento del chofer busca monedas en el bolsillo del saco. Encuentra algunas, las cuenta varias veces hasta que tiene cinco en la mano, Arnulfo las recoge y le devuelve otra. Verde. El arranque agita el vaso de plástico. Gotas de atole le caen en las piernas
-No pasa nada- dice el anciano.
Arnulfo lo mira caminar entre las bancas. Toma la franela y se limpia el pantalón. Se da cuenta de que las gotas también han caído en la foto, detenida sobre una base metálica a la izquierda del asiento. Busca al anciano que se empina el vaso en la boca, lo tira y cierra los ojos; intenta dormir en la última fila. Lugares adelante una pareja discute y un joven, en el asiento siguiente al del conductor, se esfuerza por leer a pesar del zangoloteo.
Una punta del trapo seca la mancha de atole. Ella sentada con el niño entre los brazos, él de pie: La foto de sus padres descansa junto a la figura de San Cristóbal, un clavel de plástico, la cajita forrada de terciopelo negro que hace rato compró, para regalársela a su esposa en sus veinticinco años de casados y los botones que controlan las puertas. El nicho está debajo de la ventanilla.
Arnulfo conduce la última vuelta del día, pronto estará en su casa


Segunda

El camión recorre calles alejadas del centro de la ciudad. La noche enfría.
-Junto al poste, por favor- dice el joven, cierra el libro y se levanta. Por el espejo Arnulfo lo mira, más atrás el viejo duerme y la pareja ahora se besa. Reduce la velocidad al acercarse a la base del espectacular, enfrente está un portón: entrada de fraccionamiento.
Frena. Arnulfo observa al joven bajando, los zapatos deportivos van pisando los escalones. Al segundo intento logra acomodar la palanca de velocidades; a punto de acelerar voltea: Un pie suspendido en el aire, el talón del otro no está bien asentado. Resbala. Escucha impactar la cabeza contra el pavimento. Adentro el viejo duerme y la pareja sigue besándose en un largo abrazo.
Empieza a acelerar poco a poco, la pierna le tiembla. Levanta la vista, distingue por el retrovisor al joven tirado en la calle entre un mancha roja que crece. No hay nadie más.

Tercera

Al dar una vuelta frena totalmente y dice con voz suave:
-Hasta aquí llego.
Los pasajeros no escuchan. Grita:
-Hasta aquí llego
El viejo cruza a la esquina y espera otro microbús. La pareja entre risas sigue caminando en la avenida.
Por un momento Arnulfo recarga la frente en el volante: piensa. Luego endereza el cuello y detiene la idea de regresar con el peso de la mano sobre la rodilla que sigue temblando. Se apoya del recorrido mental de amigos que pagan sentencia en la cárcel. El microbús sigue.


Cuarta

Arnulfo cree que ya deben de andar buscándolo. La llantas van rápido; quiere salir de estás colonias nuevas en donde es más fácil encontrarlo. Reconoce lugares por los que ya ha avanzado. Se desespera y empieza a confundir el sentidos de las calles. En las esquinas da vuelta al sentido contrario de la que dio antes, no encuentra las salida. Se estaciona junto a un terreno baldío y baja.
Camina y sus ojos recorren cualquier movimiento: Algunos coches, dos persona que caminan adelante, luces que se enciende en las ventanas, y un policía que baja o sube la pluma de algún fraccionamiento y al encontrar su mirada habla por el radio. Da vuelta y regresa corriendo. Sube y el microbús es impulsado por una pierna que se hunde. Tres esquinas adelante el periférico.


Quinta

La camisa se pega al cuerpo por el sudor. Arnulfo clava sus ojos en la línea blanca, los automóviles rebasan y sigue armando posibilidades en el camino, piensa en desviarse dos retornos adelante

Texto agregado el 18-04-2008, y leído por 95 visitantes. (1 voto)


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