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Los Duendes
En una madrugada fría y húmeda, en el año de 1975, durante la época de los torrenciales aguaceros que azotaban la hermosa ciudad de Uriangato, Guanajuato. Mi padre dio un giro a su gran cuerpo y los duendes se desvanecieron por unos instantes.
Mis ojos seguían cerrados y yo aun los seguía viendo, se formaban siluetas fantasmagóricas de humo surgidas de la cobija. Lo más curioso es que cada duende estaba vestido con un sombrero y un traje de mariachi, eran pequeños y su forma era la más extraña que una mente humana pudiera imaginar. Cada duendecillo cargaba una guitarrita e inclusive tenían la tradicional panza de los mariachis mexicanos de verdad. El falsete de la malagueña, lo entonaban demasiado bien como para ser parte de una angustiante pesadilla, la canción si me gustaba, pero el miedo se imponía más. Volteaba la cabeza al lado y solo veía sus zapatos de arlequín con forma puntiaguda moviéndose al compás de la música imaginaria.
Mi padre se movió otra vez, y los duendes desaparecieron. Se reacomodo y nuevamente aparecieron. Pero esta vez la cobija dio forma a muchas figuras totalmente abstractas e indescriptibles, pensé que tal vez era algo extraído de un cuadro de Dalí o las incoherencias imaginativas de una mente narcotizada, otra aproximación a esta descripción pudieran ser las formas celulares vistas a través de un microscopio, o las extrañas nebulosas y constelaciones del universo, o también quizás alguna pintura rupestre sicodélica, pero cada una de ellas vista y sobrepuesta una sobre otra a una gran velocidad que torturaba a mi cerebro como un taladro.
En la otra orilla, se formaba un muro y ahí sentado estaba un duende con las piernas cruzadas, me observaba, en su cabeza traía puesta una capucha como la del Ku Klux Klan, sus ojillos rojos parpadeaban muy deprisa, en una mano traía una bolsa de papel y con la otra mano sacó un polvo blanco y me lo lanzó. Yo oriné del miedo y el se carcajeó con una risa mezcla entre cómica y siniestra. Lo primero que pensé fue en que ojalá mi padre se moviera otra vez y lo hiciera desaparecer, el duende pareció adivinar mis pensamientos y se puso a imitar y a burlarse de los ronquidos de mi padre. El duende se levantó y simuló lanzarse de espalda a un precipicio trazado por la cobija, desapareciendo paulatinamente al mezclarse a ella, dando lugar a una figura humana recostada. Afuera seguía lloviendo, el chipi chipi de las gotas les servia de fondo musical a los duendecillos para bailar.
Finalmente la aurora se asomo y amaneció, yo me dormí y al mediodía que desperté no supe si todo fue verdad o solo una extraña pesadilla.

Texto agregado el 18-04-2008, y leído por 230 visitantes. (2 votos)


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