Hace unos días trate de escribir un poema pensando en la pena que me da el haberte perdido para siempre. Es que me da mas rabia que pena porque te he perdido y yo nunca te quise. Se que no estas mas, has muerto y hay que aceptar que los fantasmas no existen. Que la vida no se detiene si quiera mientras echan tierra sobre tu féretro. No soy más que un pedazo de ser que se invalida sin tus fuerzas. Te has ido y las gentes se visten de negro y me abrazan, como si con ese gesto insípido yo fuera a construir un velero. No puedo continuar caminando, sabes que mis tobillos son frágiles.

No puedo llorar porque tú secaste mis lágrimas un domingo al almuerzo. Me he vuelto muda. Me he vuelto loca. Te andarás cagando de risa allá en el cielo. Mientras yo me cago de loca en este valle de lágrimas.

Yo te apuesto que en el mas allá a nadie corriges las faltas de ortografía y a nadie le enseñas una y otra vez como carajo se cambia una llanta, a nadie se le quema el arroz y la besas porque en la cocina es malísima. Y yo envidio a nadie porque te tiene cerca.

Me queda poca sangre en las venas, se ha salido toda buscando un cuerpo más cálido, mas vivo. Yo ya no estoy viva y en mí muere también todo. Estoy sentada sobre el desierto que es nuestra cama, estoy esperando a la muerte, seguro la muy pendeja se anda parrandeando y por eso no viene a pesar de mis ruegos, y es que por si no lo sabes me enteré de que el febrero pasado, esa mañana en que te terminaste de morir, la nombraron empleada del mes.