Como todos los días, estaba llegando tarde al instituto. Siempre tenía problemas de puntualidad porque estaba en una edad un poco caliente y me masturbaba cada mañana, en la ducha, lo cual me retrasaba siempre.
Llené la mochila de libros y salí corriendo, aunque ya no quedaba ninguna esperanza de coger el autobús que me debía llevar a la escuela. Así fue, cuando alcancé la parada el autobús hacía tiempo que se había ido sin mí. Me resigné a la idea de que mi profesora enviase una vez más una nota a mis padres informándoles de mis continuos retrasos y al castigo que otra vez me iba a caer por ello.
De pronto oí como un coche sonaba su claxon. Era Roberto, un amigo de mi padre, el que me saludaba detrás del parabrisas. Roberto tiene 53 años, de complexión fuerte, mide 1,80 y tiene una barriga de las que me vuelven loco. Cuando me acerqué a su coche me sonrió, llevaba una camiseta azul que aunque no era ceñida permitía bastante bien imaginar su cuerpo, me fijé en que sus manos, que estaban agarrando el volante, eran enormes.
-¿Otra vez te llevo al instituto? - me dijo- -Me harías un gran favor. He vuelto a perder el bus.
-Anda, sube.
Mientras conducía yo miraba de vez en cuando su paquete con disimulo desde el asiento del acompañante. El me preguntaba sobre los estudios y otras cosas triviales hasta que de pronto giró la conversación hacia las chicas.
-No se me da muy bien eso de las chicas.
-¿No? No has salido a tu padre entonces. Él era todo un campeón a tu edad. Se las tiraba a todas.
-¿Y tú? -Yo también. Oye. Una pregunta, que espero que no te moleste.
Sabía lo que me iba a preguntar. Una parte de mí deseaba esa pregunta, aunque también me daba un poco de miedo la respuesta.
-Sí, soy gay.
-Hombre, pero si no te había hecho la pregunta todavia! - rió. Me puse de todos los colores. De los nervios, me había adelantado a su pregunta, si es que era eso lo que él me tenía pensado decir.
Me explicó que ya lo había notado. Con un poco de vergüenza le pregunté porqué a lo que me respondió que si no me había fijado en que se me había puesto dura nada más entrar en el coche. A decir verdad, la situación me había puesto tan nervioso que ni me había dado cuenta. No te preocupes si eres gay, será nuestro secreto me dijo, pero me pregunto si a cambio de guardarte el secreto no me darías algo tuyo que me apetece mucho tener. Me ofendió el chantaje, le respondí llorando que pidiese lo que sea, pero que no le dijese nada a mi padre.
-Tu culito. Quiero que sea mío.
Respiré aliviado. No sólo no sería ningún sacrificio, sino una gozada que mi culo fuese de su posesión. Aparcó y se bajó los vaqueros hasta las rodillas, su voz cambió y me costó reconocerla, porque ya no era su voz simpática de siempre. Se dirigió a mi de modo autoritario, ordenandome que me agachase y que le comiese la polla. Así estuve mamando un buen rato aquel rico pedazo, mientras su dedo estaba en mi culo; él lo tuvo ahí, manejandolo con movimientos circulares, hasta percibir por mis gemidos que mi excitación le iba a permitir penetrarme sin problemas.
No sé bien cómo, pero de repente tenía subido encima a todo un animal que empujaba dentro de mí un rico trozo de carne, me tapaba la boca con su mano mientras me decía al oído que disfrutase bien su verga, porque a partir de ahora su leche caliente era lo único que iba yo a desayunar cada mañana. Me cambió ligeramente de posición, con las piernas en alto. ¿Te gusta, nene?Sí, mucho. Aahh, como me haces gozar, Roberto, le dije, no pares de metérmela… sabía que te gustaría, putita. No paraba de introducirme con fuerza su polla hasta el mismo fondo de mi recto, hasta que de pronto me anunció que iba a correrse.
-Córrete en mi cara - le dije - Por favor.
Y así lo hizo. Descargó una generosa cantidad de leche sobre mis labios, que no pude evitar saborear como si de un manjar se tratase. Hubo muchas veces más a partir de entonces, pero eso es algo que dejare para otra oportunidad.
|