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El autobús de la EMT

Manuel comenzaba como todos los días su jornada laboral en la Plaza de Legazpi de Madrid. ¿Su profesión? Conductor de autobús en la Empresa Municipal de Transportes (EMT).

Eran las 7:55 hs y tocaba colocar el autobús en la parada para salir con puntualidad a las 8:00 hs. Subió al autobús, colocó el cambio de dinero en su sitio, encendió el motor, rellenó la hoja de ruta, tomó nota de los contadores de los canceladores de metrobús y colgó su radio portátil en un saliente de la ventanilla, su pequeño capricho. Tras breves instantes y después de haber comprobado visualmente que todo estaba en orden, realizó la inspección del autobús, se sentó nuevamente en su asiento y se dispuso a mover el autobús hasta la parada......otro día acababa de empezar.

Manuel llevaba varias semanas acusando un cansancio fuera de lo normal, achacable, según él, a la rutina diaria, al cumplimiento obsesivo de los horarios y a la falta de comunicación que no pasaba mas allá de preguntas repetidas y respuestas harto conocidas. Últimamente hasta la repetición diaria y sistemática de caras le empezaba a resultar agobiante. En las últimas dos semanas se notaba desconcentrado y abstraído, tal es así que unos días atrás se le habían colado dos chavales por la puerta trasera y de no ser por un pasajero, no se hubiera dado ni cuenta, menudo problema si sube un revisor, ¡había puesto en juego el bono de productividad!

Mientras la gente subía y cancelaba su metrobús visualizaba como sería su jornada y una pequeña sonrisa apareció en sus labios: ¡Era miércoles!, día de comida con los compañeros, partida de mus hasta las 19:00 hs y partido de “champions” a las 20:45 hs....¡Un día redondo!. Un señor mayor interrumpió sus ensoñaciones diciéndole, al mismo tiempo que le extendía un billete de 5 euros: - Buenos días, Joven, me puede cobrar por favor -, solícito Manuel procedió a darle su billete y el cambio, contestándole con el diligente y clásico: - Aquí tiene -

A las ocho en punto arrancó y repasó la ruta mentalmente, Paseo de las Delicias, Glorieta de Atocha, Paseo del Prado, Cibeles, Paseo de Recoletos, Colón, Gregorio Marañón, Nuevos Ministerios, Plaza de Lima, Plaza de Cuzco, Plaza de Castilla, Antigua ciudad deportiva del Real Madrid, Hospital de Ramón y Cajal, fin, descanso y vuelta a empezar en sentido contrario. Tras unos segundos se fundió en su rutina, colocó el autobús en el carril bus y la ruta empezó a discurrir con normalidad, mientras de forma mecánica miraba espejos, controlaba el tráfico, los semáforos, los avisos de parada, etc, etc, etc, en definitiva su trabajo diario. Manuel lo había esquematizado, procesado y visualizado miles de veces en los últimos 4 años haciendo el mismo recorrido, lo que le permitía pensar en sus cosas.....y ese día tocaba la partida de mus y el partido del Madrid, lo que lo ensimismaba aún más.

Por suerte ese día poca gente pagaba en efectivo, lo que daba mas tiempo para pensar en sus cosas. En la parada de Plaza Colón un pasajero le recriminó haberse detenido fuera de la plataforma de la parada, lo que le devolvió a su realidad de conductor por unos instantes, como era habitual no dijo nada y en paz, hasta eso era parte de la rutina. Espejo de puerta trasera, ok, cerrar puerta, espejo retrovisor derecho, izquierdo, arrancar, acelerar, .....a la partida de mus.

Pero ese día resultó que a la altura de la parada que existía frente al Ministerio de Defensa, inmediatamente después del Santiago Bernabeu, parada en la que muy pocas veces subían pasajeros, se dio cuenta casi de forma inconsciente que una persona le indicaba que parase. Instintivamente miró por el espejo retrovisor e intentó aminorar la marcha pero la velocidad que llevaba no le permitió detenerse debidamente en la plataforma, superándola en unos cuantos metros.

Una vez el pasajero subió al autobús le espetó de muy mal grado:

- ¡Oiga!, ¿acaso soy transparente?. Un respeto por los mayores ¡Válgame Dios! Que una no tiene edad para estos sobresaltos y sofocos, menudo susto me ha dado Ud.

Manuel sin contestar esperó a que terminase de refunfuñar, contó hasta diez y le dedicó a la pasajera un seco – Buenos días también tenga Ud. señora

La señora en cuestión lo escudriñó un momento para decidir si le estaba tomando el pelo o no y le dijo:

- ¡Ahora se espera a que me siente!, solo falta que además me caiga por su culpa.

Manuel tragó saliva y volvió a contar hasta diez, observó la reacción del pasaje y esperó a que la señora se sentara. Para su pesar, se sentó en el primer asiento doble a escasos metros de él. A partir de ese momento no fue capaz de volver a su partida de mus, la rabia contenida no le permitía pensar, la situación y el personaje se ajustaban al típico numerito del imprecador profesional y se temía lo peor: los comentarios eran inminentes.

Pasados unos segundos, empleados por la señora para acomodarse en su púlpito, echó un vistazo a su acompañante de asiento y se lanzó:

- Hay que ver como van los jóvenes por la vida, ¡Hala, a la bartola!, Se creen que los viejos no valemos para nada. Ya le digo a mi nieto que estudie para que no acabe como este pobre hombre.

Para mayor pesar de Manuel, el acompañante de la señora, un señor mayor con aspecto de jubilado profesional, no solo asintió sino que además echó abono sobre el discurso de la señora:

- Diga que si, señora, que esta juventud no respeta nada. ¿Me lo va a contar a mi, que estoy todo el día en la calle? ¡Una vergüenza! No sé adonde vamos a parar
- Se creen que por conducir un autobús son alguien. Si querían ser alguien tendrían que haberse puesto a estudiar una carrera....pero claro no todos valen para estudiar. Hay que tener espíritu de sacrificio y no ser un vago de tres al cuarto.
- Pues, lleva razón. En mi época de chaval, al acabar la posguerra, no era fácil estudiar aunque valieses, pero si querías aprender, aprendías un oficio y al mismo tiempo echabas una mano en casa, que falta hacía.
- Es que no han pasado necesidad como nosotros y se lo han encontrado todo hecho y calentito.


Manuel, se inflamaba por momentos y su rostro cambiaba de color como lo hace el hierro en una fragua. Hizo un último gran esfuerzo para no entrar al trapo e intentó recuperar su rutina primero y sus pensamientos después. Las diatribas dialécticas de la pareja de ancianos continuaban pero ya apenas las oía, entendía palabras sueltas que le indicaban que habían llegado a la parte de: “que antes se vivía mejor”.... “con mas respeto, mas seguridad, adonde vamos a parar”.......vamos…, que habían llegado al tópico que termina uniendo a los desfasados temporales a base de valores cuadriculados y rancios.

Poco a poco recuperó la calma y los colores, se miró al espejo retrovisor y su rictus nervioso había dejado paso a su cara impersonal de “autobusero”. Todo normal se dijo, prueba superada.

Parecía que la extraña pareja de nostálgicos perdía fuelle cuando llegó a sus oídos que la señora volvía a retomar el hilo de las descalificaciones personales hacia el. Todo volvía a empezar. Miró el reloj para calcular cuanto tiempo le quedaba de sufrimiento hasta llegar a la cabecera de línea y no llegaban a cuatro minutejos de nada. Decidió anestesiarse, no valía la pena. Aunque los insultos resultaran injustos, gratuitos, extemporáneos, y un sin fin de calificativos mas, se dijo que estaban incluidos en el sueldo. ¡Dios…., el bendito sueldo!.

Algo dentro de el se disparó como si se tratase de un flashbacks y se vio sonriendo en su pueblo extremeño, felizmente casado y con un empleo “normal” como administrativo en una fábrica de jamones. La vida le sonreía hasta que su hijo pequeño comenzó a tener problemas de salud y con ello su peregrinar por hospitales, médicos, diagnósticos y tratamientos que no atajaban la enfermedad. Después llegó el traslado a Madrid para que lo vieran en el hospital Ramón y Cajal donde lo ingresaron y dieron con el tratamiento actual que obligaba a desplazamientos constantes y a permisos laborales imposibles. Después llegó la necesidad de venirse a Madrid, de buscar trabajo y casa, de replantear la vida familiar y dar prioridad a la recuperación de la salud, luego ya se vería. A poco de llegar a Madrid con mas necesidad que ilusión, un amigo le aconsejó echar la instancia en la EMT, daba la casualidad que buscaban conductores y el estaba habilitado para ello por haber llevado durante un tiempo autobuses turísticos de alquiler. La suerte le sonrió y pudo entrar en la EMT y hasta elegir recorrido. No lo dudó y eligió uno con cabecera en el Hospital Ramón y Cajal para poder ir a ver al chaval los días que estaba ingresado, que eran muchos. Mas de una vez le habían ofrecido una rotación de línea pero siempre la rechazaba con el mismo argumento. Su supervisor conocía su caso y no le ponía pegas, simplemente corría el turno otro período.

Sin recordar conscientemente que había sucedido durante su ensoñación Manuel aproximó el autobús a la plataforma del Ramón y Cajal, dando fin al recorrido, y con la cabeza ya puesta en subir a planta a ver a su chaval.

Se giró para ver como desalojaba el pasaje el autobús y vio que la pareja de ancianos aún continuaban allí poniéndose en pie para descender. Con una media sonrisa Manuel se puso en pie y solícito cogió a la señora del brazo para ayudarla a bajar, diciéndole:

- Tenga cuidado señora con el escalón y ….por cierto, le agradezco que me haya puesto en mi lugar. Me ha hecho recordar porque soy conductor de autobús….

Texto agregado el 17-04-2008, y leído por 1054 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
27-05-2008 Al inicio parecía una reflexión de la rutina robotizada en la que suelen caer los transportistas urbanos, hasta que emerge el factor humano y el drama de Manuel. Felicitaciones. ollitsak
16-05-2008 Muy real, muy triste y definitivamente muy bueno. 5* kone
14-05-2008 Bueno, a veces escribes parábolas, mas que cuentos. Saludos. nomecreona
09-05-2008 Excelente relato, en cuanto a forma y contenido. Y muy vívidos detalles sobre el recorrido, calles que solía transitar a diario. walker
26-04-2008 Excelente tu texto Alejandro, tiene mucha realidad, me me dio pena por ese pobre hombre antes de saber siquiera los motivos de su profesión, esa señora pacata y su compañero de asiento deberían pensar que todos los trabajos son honestos y que detrás de cada persona hay una historia. Este chófer no era maleducado ni grosero, estaba inmerso en un trabajo rutinario y peligroso. Me gustó mucho, un texto para reflexionar sobre nuestras propias actitudes. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
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