He pensado toda la mañana en algo para decirle a tu ausencia, pero es que se me escurre el ímpetu por las manos, se me escapa como el viento y me abandona en esta soledad
He pensado en los segundos, en los visos de la falsa madera de mi escritorio, en las sinuosidades de mi piel, en mis nudillos y mi garganta, mis párpados cerrados o mi pecho marchito. He pensado en el piso, en blanco y azul, en lo pálido y oscuro, en tu cabello, que ahora es nuevo y ajeno, en las células que desconozco, en el crepúsculo de tu sonrisa. He pensado en tu cuello. Aun no logro decir nada.
Soy un solo montón desesperado con los codos sobre la mesa y las palmas abiertas sobre mi occipucio. Soy una mirada de tristeza y la puntas de mis dedos cadenciosas en un compás insoportable que golpea uno, dos, tres cuatro, uno dos tres, cuatro. Que golpea sucesivo, irrefrenable, indómito, angustiado, sobre una mente oscura, que se llena de preguntas, que no entiende lo que dice, lo que hace, lo que aplica. Soy condena y condenado, como un rayo de luz que se quiebra en el marco de la ventana y muere antes de entrar, de colarse por los ojos.
Soy caminante mustio, con la garganta seca y el aliento que le arrasa la laringe, bocanada a bocanada. Soy caminante cansado que busca una sombra tibia bajo este cielo de piedra, en donde tiemblo de frío, un temblor desamparado y desabrido. Nadie mira alrededor y yo he pensado. Busco un lugar para rendirme, para dejarme caer.
Te digo que he pensado, y no encuentro más que en mi memoria, veo tu mano extendida que cuida un trozo de agua que se estanca como en un cuenco, como en un charco, como en una herida. He pensado toda la mañana, buscando dejar de pensar, y al final siempre vuelvo a las fisuras ciegas, como hendiduras eternas, a los recuerdos que tengo de aquellos sueños por ti.
He pensado y no hago más que recordar. He pensado y no hago más que extrañarte. |