Hoy, después de un milenio, asediado por las imágenes del pasado, recapitulo y, sobre la marcha, hago acá mi Mea Culpa. Primo mío, primo intenso, fuiste el brazo armado de tanta peripecia, de tanto estropicio ideado por mí. Te recuerdo, con tu cabello de Papelucho y tus espeluznados ojos claros. Emerges en mis recuerdos, delgaducho y obsecuente a mis locuras, tres años de diferencia, me concedían todos los galones, yo era el ideólogo, el estratega y el dictador, tú, mi peón, el soldado de avanzada y la víctima propiciatoria.
¡Cuantas zurras te ganaste, gracias a mis ocurrencias! Lo peor de todo, ¡canalla de mí!, respiraba aliviado ante el fuero que me salvaba de salvajadas de ese tipo, puesto que era el nieto y el sobrino, indemne después de todas las barrabasadas. Sólo mi abuela tenía autoridad para palmotearme, pero tú, le las ganabas todas y aún así, siempre estabas dispuesto a obedecer y acatar mis desatinados mandatos.
La vida nos alejó, puso distancia entre ambos y al hacerlo, perdí a mí mejor soldado, al cómplice, al compañero, al hermano. Éramos un par de extraños personajes, a menudo, acodados sobre la mesa, leyendo historieta tras historieta hasta quedar con la mirada borrosa de tanto disfrutar de aquellas aventuras coloreadas. O nos embarcábamos en la tarea fascinante de crear nuestras propias historias y yo, por supuesto, era el creador y tú, el apasionado lector. Aunque, también intentabas emanciparte a punta de monos y rayas, embarcándote también en este barco de la creatividad.
Ha transcurrido un milenio desde todo aquello, los palacios de nuestro reino de fantasía se cayeron a pedazos, la gente se fue quedando atrás en un obituario de desapariciones y olvido, nos hicimos hombres y nuestros caminos parecieron divergir. Pero no, acá estamos de nuevo, esta vez identificándonos con otros Roy Rogers, con Supermanes de dudosos superpoderes y riéndonos de mala gana con los herederos del Pájaro Loco.
Te he visto con los ojos humedecidos por la nostalgia, te he descubierto más emotividad de la que suponía, la misma que quieres atesorar en esos recuerdos magistrales de tus escritos. Ahora, temo aparecer en uno de ellos como el tirano que fui, como el sátrapa que ensombreció tu inocencia, nada temo más que ese retrato, pese a la arrolladora persistencia de esas imágenes prístinas, cuando yo era el monarca, el Maquiavelo que sólo justificaba tus miedos y arremetía con voraz apetito en el alambique incierto de cada aventura.
Juntos, una vez más, para rememorar las travesuras y las cobardías plenipotenciarias, juntos, elevando la cometa sin timón y los sueños paridos a medias, tú, haciendo lo tuyo y yo lo mío, ambos, invocando, a cada momento, al niño que permanece aterido y azuloso en el fondo de nuestro espíritu...
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