Quien los viera y quien los ve, los dos tomados del brazo caminando por las calles de su pueblo natal, el pueblito que los vio crecer, y que también los vio separarse tan enojados, tanto que pasaron veinticinco años sin que se volvieran a ver, en el medio de tanta distancia algún que otro llamado telefónico cuando las cicatrices comenzaron a cerrar, algún correo electrónico esporádico cuando la tecnología los alcanzó, pero nada mas, ningún contacto físico en muchos años. Nunca hubiera yo imaginado que esto fuera posible, con todo lo que se querían esos dos desgraciados, habían sido criados para amarse hasta el final, educados para hacer el bien, siempre, a pesar de ellos mismos, alimentados y cobijados como mas de uno hubiera querido serlo, es que me resulta incomprensible esta obstinación, tanta intransigencia los dejó incompletos y los hace infelices, aunque quizá no tengan conciencia de ello.
Cada uno escribió su historia en ausencia del otro, una verdadera lástima, cuantas otras páginas mas se hubieran podido dibujar de no haber sido por semejante error, pero como pudo suceder, a qué atribuirle la ruptura… no creo tener la suficiente claridad mental para interpretarlo pero como su madre tengo la sospecha de que al haberlos tratado por igual pude haber cometido un error, es posible que no haya podido interpretar lo que cada uno de mis dos hijos necesitaba, es posible que a alguno de ellos le haya dado mas atención de la que necesitaba y a el otro le haya dado de menos, y yo que pensé que estaba siendo justa…
Pero se sabe que el tiempo borra las heridas, y aunque yo ya no pertenezca a este mundo puedo desde aquí ver con plenitud de espíritu que mis hijos son ya dos hombres maduros, y que caminan tomados del brazo, tal como lo soñé.
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