El infierno es un galpón ardiendo al sol
a 40 grados,
y vos ahí,
cocinándote por unas monedas.
Sin escape, sin tregua.
El infierno es una mujer furiosa,
gritando demasiado fuerte o demasiado tarde.
El infierno es la mañana y el sueño
o la falta de él,
y el coche que no arranca
y la vecina diciendo:
“¡Buen día!”
y vos mirándote los pies, intentando entender... en vano.
El infierno es un reloj eternamente ¡SIEMPRE TARDE!
y
SIEMPRE temprano para rajar del infierno.
El infierno es la poesía de los Grandes Poetas
y las revistas boludas que muestran su pueril fortuna.
Y mil hojas llenas de palabras vacías,
negligentes,
frígidas,
mal cogidas.
El infierno es el rostro en el espejo,
idiota en su repetición.
Envejeciendo,
enmudecido,
auto censurado,
estropeado.
El infierno es un subterráneo
(¡en verano!)
Y el ventilador en el anden que
incendia la conciencia,
la paciencia,
la fe en el ingenio humano.
El infierno es un trabajo de veinticuatro horas
sin vacaciones,
ni hora del almuerzo,
ni cerveza fría.
Y ver mil idiotas sonriendo
a las 8: 15 de la mañana
rumbo a la vida
o la muerte,
con sus miradas bobinas
totalmente indiferentes.
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