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INTIMIDADES




Lo encontré en el buzón. Era un folleto propagandístico de una Consulta de Psicología. Lo estrujé entre las manos para tirarlo a la papelera colocada debajo de los buzones de las cartas para que, los inquilinos, tuviéramos cuidado en no ensuciar el portal con toda la propaganda que llegaba y que nadie leía. Pero algo que llamó mi atención y que, en un principio no supe que era, hizo que lo recogiera de la papelera, lo extendiera y lo leyera detenidamente.
Era la propaganda de una Consulta de Psicología, sí, pero lo que había despertado mi atención era el número de Colegiado. No por el número en sí, sino porque el Colegiado no era tal, sino Colegiada. Era una mujer. Inmediatamente pensé: Iré. Con una mujer, me atrevo. Le puedo contar mis sentimientos. Sé que una mujer los comprenderá y no se reirá de ellos. Los hombres siempre te miran con ironía cuando desnudas tu alma ante ellos...No... Nunca le explicaría a un hombre, por muy psicólogo que fuera, mis sentimientos sobre José Beltrán.
¡Era tan hermoso lo que había descubierto durante aquel corto tiempo! ¿Cómo explicar a un hombre que yo, a mis 57 años, amaba a un muchacho de 22? Seguro que habría escrito rápidamente un volante y me hubiera enviado al psiquiatra para que se hiciera cargo de mi salud mental. Sin embargo, era cierto. Las palabras impremeditadas de aquella amiga con la que no me reunía desde hacía tantos años, habían sacado a la luz con la añoranza de recuerdos pasados, un enamoramiento frustrado de juventud. En la actualidad yo era una mujer algo más que madura, lo reconocía, pero también era cierto que aquel amor que acababa de descubrir estaba en el cuerpo de un muchacho de 22 años aunque, en la actualidad, el muchacho ya hubiera cumplido los 60.
¿Era ésto comprensible? ¿Razonable? Mi mente vivía un enamoramiento fuera de la realidad, sí. Era una mente que vivía en un cuerpo de persona mayor, pero sentía el afán de 35 años atrás. ¿Cómo encajar ésto? Yo no amaba al hombre actual de 60 años, amaba al chico lejano que se quedó enquistado en mi pensamiento. Un chico rubio, hermoso, de inmensos ojos azules que me miraban con infinita ternura y pronunciaban mi nombre con una dulzura jamás vuelta a sentir. ¿Cómo podía fusionar las dos cosas? Necesitaba ayuda, ayuda psicológica pero no de un hombre. Ella sí. ¡Quién sabe! Quizás ella también había sentido un amor como el mío y lo entendería. Las mujeres amamos de manera diferente a la de los hombres. Sabemos que un amor deja posos en el corazón, rescoldos entre cenizas que cualquier soplo puede aventar para que vuelva a surgir la llama. En el corazón del hombre, el amor se transforma en piedra de hielo puro..., en rencor, y olvida. Sí, iría. Y fui.
Pero era tan difícil explicar lo que sentía... Mi vida es triste, -le dije. Siempre pensé que no había sido amada por nadie. Y con el tiempo, comencé a resignarme con este amargo pensamiento: "jamás nadie te ha querido". Las personas necesitamos amor, hemos nacido para vivir en pareja. Y yo estaba sola... siempre sola... Y de pronto, amaneció un día extraño, de esos que marcan un hito en la vida. Un día escrito en las páginas del destino. Un día trascendente. Sólo por medio de unas palabras que descubrieron su identidad, se despertó en mi subconsciente dormido aquel amor profundo de años pasados, que resurgía con la misma adaptable ternura de entonces. Allí estaba, fresco como el primer día, resguardado en el corazón para que no envejeciera conmigo. Y al lado de aquella inmensa alegría por haberlo descubierto, la contrapuesta infinita tristeza por haberlo perdido.
Se lo dije a la psicóloga, se lo expliqué con detalle. Quería tenerlo otra vez a mi lado para seguir amándolo como entonces. Volver a ver sus ojos de mirada azul y oír su voz tierna murmurando mi nombre.
Me escuchó. Primero en silencio, después, sin apartar la vista de mis ojos, pronunció las tres palabras más duras que he oído en mi vida: "Tienes que desenamorarte". Mi boca se quedó muda cuando mi corazón gritó: ¡¡NO!! Nunca dejaré de quererle.
Pasaron unos días. Conseguí su dirección y le escribí sin obtener respuesta. La realidad volvió a hacerse hueco en mi vida. Quizás ya no me recordaba, yo era una anécdota en su larga trayectoria existencial. Él tenía otros amores, otros recuerdos más cercanos en el tiempo y en su corazón. Yo debía comprender. Olvidar... Nunca volvería a ver su mirada clara, a oír su dulce voz, éstas eran ya para otra mujer más cercana. Tenía que aceptarlo, resignarme.
Seguí frecuentando la consulta, seguí hablando de él. Cada día descubría un detalle más de nuestros momentos en común durante aquellos años, cada día una palabra que me hacía regresar a situaciones adoradas. Conversaciones puntuales, caricias que se hacían actuales por medio del recuerdo. Acompañamientos, invitaciones, paseos a solas los dos... un beso robado... inocente...Pero aconsejada por la psicóloga, comencé el intento de apartarlo poco a poco de mi vida. Pensaba...: él no es el centro del problema..., sólo fue un pasaje bonito de tu vida ¡él te amó! ya no podrás decir que nadie te ha amado nunca. Te basta con eso. Pero se ha quedado atrás, en el tiempo, en un hermoso tiempo pasado que ya no volverá. Eso tiene que hacerte feliz aunque las lágrimas caigan de tus ojos. ¡Quién sabe...! Quizás algún día volveré a oír su voz pronunciando mi nombre...Yo espero el milagro.

Texto agregado el 16-04-2008, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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