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EL TESORO DE JULIAN

Cada domingo era lo mismo. Igual excitación y el corazón que se salía de su pecho de pergamino. Se levantó con la prisa que le permitían su 73 años, intentando, vanamente, no despertar a su vieja compañera que masculló algunas palabras que Julián no entendió, pero que indicaban el mismo reproche de hacía tantos domingos. Vistió su traje regalón para ocasiones especiales y, sin desayunar, hurgó en el fondo del ropero y sacó una caja de cartón, de tamaño mediano. Se quedó unos instantes acariciando su tapa desvencijada y teñida de manos ansiosas. Con un gesto que quiso ser una despedida se encaminó hacia la puerta de calle. La mañana estaba soleada y un poco fresca, pero prometía ese calorcillo que a él tanto le agradaba. Enfiló sus pasos decididos hacia el parque cercano.

En algún momento de los últimos años Julián se dio cuenta de que su memoria comenzaba a fallar, cada vez con más frecuencia, aún cuando el resto de sus facultades se mantenía bastante bien para su edad. Eso le provocaba una gran amargura y una angustia que anidaba en su estómago. ¿Qué más riqueza que sus recuerdos? Entonces decidió que no permitiría, por ningún motivo, que su mente quedase en penumbras. Consiguió una gran cantidad de pequeñas bolas de plástico, huecas, de colores diferentes, y cada vez que atrapaba un recuerdo lo guardaba en una de ellas. Color verde para aquellos hermosos, que le hacían sonreír o suspirar y que paladeaba hasta la saciedad. Bolas negras para los dolores y fracasos que, sin ser sus preferidos obviamente, no dejaba de lado. A veces se cruzaban recuerdos sin importancia, que no habían incidido mayormente en su vida, y éstos los dejaba dormir en bolas de color anaranjado, tonos de celeste y blanco. En la vieja caja de cartón, constituían su tesoro.

En un principio se conformaba con guardar el hecho en sí, frío y anecdótico, pero luego comenzó a agregar olores, sonidos, tonos y matices, luces, sombras, reflejos, el ambiente, la temperatura, etc., todo cuanto podía recordar. Así, su caja se llenó de colores.

Buscó su banco favorito bajo un enorme pino, frondoso y aromático. Gustaba de ese lugar porque enfrentaba el sector de los juegos y, más tarde, se llenaría de niños. Se quedó largos minutos con la caja sobre las piernas. Una ansiedad que no podía ocultar aceleraba su viejo corazón. ¿Qué sensaciones le deparaba este día? Tembloroso, abrió su tesoro. En un principio cogía una bola de acuerdo a su estado de ánimo o la fortaleza de ese día, pero durante los últimos meses había agregado una variación al juego. Llegó a convencerse que al sentir la textura de las esferas, sin mirarlas, podía captar su contenido e, incluso, sentir la distinta calidez de cada color. Y pocas veces se equivocaba. Dejó que su mano navegara entre las esferas y un estremecimiento le hizo escoger una que apretó dulcemente.

Se transportó mágicamente hasta sus años juveniles. Por alguna razón Isabel insistía en aparecerse entre sus recuerdos y, en cierto modo, sentía un remordimiento por su compañera que lo esperaba en casa. Su matrimonio había sido como cualquiera, con momentos felices, la mayoría, y algunos amargos que no afectaban el total. Sin embargo, Isabel era un vano intento de llenar un vacío, de rebobinar su vida, de aplacar un arrepentimiento por las cosas que no hizo. Volvió a esperar el bus en el que sabía que ella vendría y su corazón se alborotaba al verla entre los pasajeros oscuros. Un día robó su nombre desde un cuaderno y no lo dejó de saborear hasta que se hicieron amigos. Una vorágine de recuerdos lo envolvió. Y se amaron brutalmente con la ansiedad de los veinte años donde cada día era infinito. ¿Qué será de ella? ¿Alguna vez pensará en mi? Un dolor le hizo devolver la esfera a la caja.

Se quedó unos minutos con la mente en blanco y la mirada borrosa. Las risas y gritos de los niños que jugaban le volvieron a la realidad. El sol se derramaba generoso sobre el parque revelando formas y tonalidades.

Por un momento quiso buscar otro recuerdo, pero la emoción había sido demasiado fuerte para ese día.

Como un misil, desde la altura bajó una pelota, golpeó su caja y las esferas se desparramaron por el suelo, en todas direcciones. Muchas cayeron en una alcantarilla. Julián quedó petrificado. Un niño cogió una de las bolas y sintió un temblor extraño. Pero no comprendió absolutamente nada.

Texto agregado el 16-04-2008, y leído por 216 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
18-10-2009 Todos tus escritos tienen algo especial y te atrapan de algun modo, porque te hacen estar pendiente de cada palabra por leer, de cada concepto, de cada frase. De modo que, te pones en la piel de protagonista y haces tuyas cada una de sus vivencias, sus emociones...¡¡ME ENCANTO!! juanirenata
05-01-2009 me facino, muy buen escrito felicidades lograste llevarme a momentos que mi mente gozo muy mercidas ***** guero
 
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