No sabía que hoy vendrías. Ha pasado tanto tiempo. Hace cuanto, 10 meses? Un año? Ya lo olvidé, o tal vez decidí olvidarlo.
Recuerdas ese día? Era un día cualquiera, te levantaste temprano, como cualquier día, te fuiste, olvidaste el beso de despedida. Ese beso que en nuestros comienzos era dulce como la miel, beso de despedida. Aunque teníamos la certeza que al terminar el día llegarías con un nuevo beso, lo dábamos con el alma, como si fuera el último, como si fuera el único. A veces bastaba ese beso para revivir toda la pasión de la noche anterior. Y no podías separarte de mis labios, de mi calor. Y olvidabas todo. Que importaba llegar más tarde, que importaban los demás, si podías quedarte pegado a mi cuerpo 5 minutos más.
No pasó tanto tiempo. Olvidamos la pasión ¿qué pasó? Se transformó en costumbre, compromiso, quizás. Pero cada mañana era nuestro ritual.
Ese día lo olvidaste. Te fuiste. No me importó. Tampoco hubo un llamado.
Llegó la noche junto contigo. Como cada noche, juntos en la mesa, juntos pero tan lejanos. Yo tratando de sacarte media palabra, y logrando sólo un cuarto. Finalmente, dándome por vencida y dejándote sumido en tu pensar, entre tus papeles y la televisión, como cada noche decidí buscar compañía. Allí, a tu lado, salí de casa y en mis recuerdos lo encontré. Como siempre, porqué él si que nunca falló. Cada vez que mi pensamiento lo buscó, él estuvo allí. Hablándome, besándome, haciendome reir, amándome.
No sabes cuanto lo siento ahora. Te miré, tus ojos perdidos me indicaron que no estabas. Me sentí con permiso de volar. Llegué a su lado, y él como siempre me esperaba. Esta vez no dijimos nada fue sólo vernos y entregarnos y en un segundo lo devoraba en un beso. Lo que vino era lo lógico, mientras las noticias te absorbían y perdían, nosotros hacíamos el amor como unos locos. Con mis ojos cerrados sentía, vivía, sufría su cuerpo pegado al mío.
Ahora entiendes por que? Puedes entender por qué cuando me hablaste y dijiste mi nombre no logré escucharte? Puedes entender por qué cuando gritaste mi nombre con furia no fui yo quien escuchó, fue él que con tu grito se asustó y trato de escapar, justo en el momento más preciado.
Qué querías que haga? Debía impedir que se vaya. Es por eso que grite su nombre, es por eso que lo llame desesperada.
Y tú, cuánto tiempo gastaste en preguntarme su nombre, cuántas noches en vela por saber sólo si existía. Cuántas lágrimas me costo hacerte creer que era sólo tu mente demente que te hacía creer que yo lo tenía.
Por que interrumpiste el momento más glorioso de mi vida? No habrías tenido que escuchar su nombre. Si yo había prometido que hasta la tumba él se iría conmigo.
Fueron horas tratando de explicar lo inexplicable. Finalmente, y como siempre, no entendiste (era tan fácil de entender).
Gritaste como un loco, lanzaste objetos al aire. Uno de ellos fue a dar justo en la pantalla y creo que el aparatito de puro susto se murió. (Me parece que no lo notaste en ese momento, yo di gracias infinitas al aparatito por dejar de existir).
Te veías tan grande, poderoso, omnipotente, gritando ante mi pequeñez. Por fin calmó tu ira. De pronto comenzaste a encoger, vi que tu cuerpo se achicaba, la anchura de tu espalda se volvía mínima, tus ojos se caían. Y de ellos comenzaba a nacer una lágrima, la que luego se volvió constante. Y finalmente tú, rendido sobre la mesa, formando una laguna con tu dolor. Tú, empequeñecido, derrumbado, envejecido, tú, sin más anuncio que anunciar, anunciaste tu partida.
Cuanto tiempo ha pasado? No lo sé.
Hoy te encuentro nuevamente aquí. Me dices que por fin lo entiendes.
Sonrío, no logro entenderlo.
Insistes, sonríes, te llenas de felicidad para decir nuevamente que lo entiendes todo.
Ya no sonrío, ahora lloro.
Mis labios sólo logran decir “no sabía que hoy vendrías”.
El silencio nos atrapa, y el eco de mi lagrima insistente rebota en las paredes.
Trato de explicar, pero mi voz no sale, trato, pero es su voz esta vez la que me llama, la que me nombra, la que rompe el silencio entre los dos.
Veo que tus ojos se inundan, te incorporas, caminas hacia la puerta. Desapareces. No vuelves tu vista atrás.
Seco mis lágrimas, acudo a su llamado y sólo logro explicar “No sabía que él vendría”.
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