Cuento-reflexión compartido con
La Columna del Miércoles [C:347758]
En el bosque de los cuentos reinaba la paz. Bajo cielo azul y nubes de algodón y albo resplandor crecían sanos los árboles de los cuentos. Los había enormes y fuertes, otros medianos y también pequeños, pero todos daban fruto exquisito porque estaban asentados en buena tierra. Sus raíces se extendían profundas y fuertes. Encontraban siempre el alimento que les hacía crecer.
Quien visitaba el bosque de los cuentos se extasiaba con el trino del ruiseñor, tal cual ocurrió al abad San Virila en la añeja leyenda que relata el padre Ramón Molina, monje-hospedero en Leyre, clásico teológico de los goces de la eternidad.
En las ramas de los árboles crecían los cuentos, se multiplicaba la poesía; fruto dulce y jugoso. El guardabosques del bosque de los cuentos veía orgulloso que todo se desarrollaba en armonía. Vivía satisfecho de su esfuerzo por preservar aquel hermoso lugar.
Mas un día brotó en aquella buena tierra la hiedra venenosa, y al guardabosques del bosque de los cuentos le pasó desapercibido. Y así, la toxicodendron radicans se fue extendiendo por el suelo igual que reptan las culebras. Fue trepando por los árboles de los cuentos y fue invadiendo sus ramas; ahogaba el fruto e inhibía nuevos brotes.
La hiedra venenosa llegó a ocupar todos los espacios y aquel hermoso bosque comenzó a decaer. Los árboles más prolíficos, los de mejor fruto, fueron blanco predilecto para depositar su irritante urusiol.
El guardabosques del bosque de los cuentos muchas veces fue advertido sobre lo que estaba ocurriendo, pero ocupado en otros menesteres, confió en que sus ayudantes, los boinas rojas, atenderían la emergencia.
Pero el guardabosques del bosque de los cuentos desconocía que algunos de tales boinas rojas habían sido transformados en una nueva especie de hiedra venenosa, la toxicodendron radicans moderatus bolitusrojitus y era la peor de todas las especies venenosas que estaban haciendo daño a los habitantes del bosque de los cuentos.
No sólo ahogaba con su tallo a los árboles de los cuentos, no sólo inhibía el crecimiento del fruto, también solapaba y propiciaba el crecimiento de la hiedra trepadora. Aprovechaba también sus facultades para presentar ante el guardabosques del bosque de los cuentos a los árboles más resistentes a su veneno como árboles incómodos que debían ser erradicados.
Y así, en poco tiempo aquel hermoso bosque fue perdiendo su esplendor. El buen fruto cada día era más escaso, en su lugar crecían hongos venenosos, el ruiseñor dejó de cantar y se escuchaban voces espectrantes entre ramas decaídas de árboles enfermos. Como la hiedra venenosa había tupido las copas de los árboles, el sol no podía penetrar y el lugar se tornó tétrico y peligroso.
En medio de tanta desolación, surgían voces que clamaban la presencia del guardabosques del bosque de los cuentos, pero la toxicodendron radicans moderatus bolitusrojitus acallaba esas voces con sus risotadas de hiena en celo para que no llegaran a su destino.
Sin embargo, en el bosque de los cuentos prevalece la esperanza por que algún día el guardabosques del bosque de los cuentos regrese a poner orden y se recupere el esplendor del otrora hermoso bosque.
* En Cancún, costa mexicana del Caribe.
|