Delante de ella, sus feromonas comienzan a desprenderse poco a poco de su cuerpo para hipnotizarle sin que tan siquiera se dé cuenta. Son como huellas digitales casi exclusivas de cada ser humano, que te envuelven y te enamoran sigilosamente, apartadas del resto.

En ese instante, su pequeño hipotálamo dispara unas inteligentes hormonas llamadas feniletilaminas, lo cual sube rápidamente el número de glóbulos y unos círculos rosados aparecen en sus pálidas mejillas. A su vez, se produce más glucosa a cada segundo que pasa, volviéndole más activos y despierto. Además, el corazón comienza a latirle más deprisa, acompañando esos acompasados movimientos con palpitaciones que alteran su organismo definitivamente. Por último, sus glándulas sudoríparas hacen acto de presencia en esta reacción química tan compleja como es la del amor, y comienza a sudar sin que pueda evitarlo.

Y es ahí cuando cree que es capaz de comerse el mundo y es cierto, pero también es verdad que no sabe ni dónde está. Y todo esto porque su cerebro se olvida de las magníficas serotoninas, haciendo que nos olvidemos de que nuestro sitio está en la tierra.

Pero todo debe acabar, así que su hipotálamo ha llegado a saturarse por tantas hormonas que ha ido acumulando durante el sutil enamoramiento y se hacen con el control la endorfina y las serotininas empiezan a hacerse un lugar protagonista, y sus estados de ánimo se regulan, volviendo a su aburrida normalidad. Y ahora ese amor desenfrenado y pasional, se transforma en algo más sereno gracias al efecto tranquilizador que nos regalan las endorfinas. La paz y la seguridad nos inundan poco a poco otra vez; la aventura se acabó.

Entonces, para liberar su ansiedad necesita comer algo dulce, con chocolate, que haga que la de feniletilamina suba de nuevo y se sienta llenos otra vez.