Eran aproximadamente las doce de la noche de un viernes. Yo volvía del barrio de Belgrano al cual tenía que volver al día siguiente. Se me ocurrió ir a dormir al viejo departamento desabitado en Palermo de una tía, antes que cruzar toda Capital para ir a mi casa de Avellaneda.
Baje del bondi en Santa Fe y Scalabrini Ortiz, camine una cuadra y media por un oscuro Scalabrini hasta el depto. Abrí la puerta del largo pasillo húmedo. En penumbras avancé hasta llegar a la escalera del fondo que te lleva al primer y único piso del inmueble.
El lugar estaba semivacío y un tanto deteriorado. Una vez adentro uno perdía la noción del tiempo. No había televisión, ni nada que te demuestre que corrían los fines del siglo veinte, solo un par de camas, un ropero, una vieja radio AM y colecciones de revistas Selecciones. Las paredes amarillentas y descascaradas denotaban la falta de mantenimiento y el posterior abandono de un sitio que había sido habitado por una persona mayor.
Hasta aquí una descripción visual de la situación, ahora paso a describir mi situación sensorial.
Llegue, encendí las tenues luces del comedor, el baño, la pieza y por ultimo la radio. Con este simple acto me di cuenta que estaba algo asustado.
La mente te juega sucio y comenzas a recordar que allí fallecieron los abuelos y una de las tías, ¡¿y que tiene que ver?! me respondía nervioso a modo de autodefensa, pero ante cualquier ruidito me sentía inmerso en la peor película de terror.
-¡Para que te haces el valiente si después no te la bancas!- decía mi mente entre paranoias y explicaciones racionales. La radio cumplía la función de tapar cualquier ruido extraño pero al ser un aparato viejo y en desuso no sintonizaba bien sumando a la situación interferencias y voces fantasmales que se entremezclaban en el éter, peor el remedio que la enfermedad, pensé.
-¡Bueno basta!- me dije a forma de reto, cortemos con esta gilada.
Apague la radio las luces y a dormir. Confieso que por más terrorífica que sea la situación cuando yo duermo, duermo. Por más que tenga que pasar una noche en el castillo de Drácula a la hora de dormir nada me detiene.
Los primeros rayos del sol se filtraban por las hendijas del postigo de la ventana cuando unas profundas ganas de mear me despertaron. Semidormido llegue al baño hice lo mío y volviendo a la cama veo una revista sobre un viejo radiador en desuso, sobre la misma un gran y extraño insecto mirando hacia la pared.
-¡A la puta!- exclame.
Era un bicho raro realmente. No me la doy de experto pero miro muchas documentales de alimañas y un poco clara la tengo, pero este monstruito era muy extraño. Tenía el culo gordo y rayado como una abeja, las patas largas y estilizadas como una araña, un tamaño bastante considerable, un par de largas alas y colores muy vivos, casi artificiales a pesar de la penumbra. Mi sangre se helo de solo pensar que dormí toda la noche junto a lo que a esa altura se había convertido en semejante monstruosidad.
Me quede inmóvil pensando que carajo hacer, en esas situaciones la quietud es fundamental no baya a ser que ante el más mínimo movimiento la bestia se esconda y nos invada el terror de lo que no se ve. Si se ve terror, si no se ve terror, un cagon todo terreno. Mire de reojo a mi alrededor sin moverme del lugar con el fin de encontrar algo con que atacar al bicharraco. Tome un elástico que había rodeado las revistas Selecciones y estaba tirado en el piso. Apunte usando mi dedo índice de la mano izquierda adelante como punto base de eyección y la mano derecha estirando hacia atrás para una vez apuntado el objetivo serrando el ojo derecho, soltar causando el disparo, ¡va le tire un elasticazo!. Ante el impacto solo giro pegando un saltito y se quedo mirándome fijamente.
-¡Estoy hasta las bolas!- me dije. Urgente plan B. Fui hasta el comedor, ya no me importo mantener mi quietud, ¡mi vida peligraba! Tome un diario, lo enrolle y fui a la lucha cuerpo a cuerpo. Encare hacia el radiador y avance sin pensar, ya no me importaba nada. Le pegue un diariazo, choco contra la pared y de ahí pego contra los pies de la cama para terminar rebotando contra el piso. Si no hubiera estado en patas lo pisaba para impedir que reviviera como ocurre siempre al final de las películas de terror, pero a cambio del pisotón reitere los golpes de diario.
-¡Que raro!- pensé, no reventó ni largó el típico juguito que largan los bichos aplastados. Prendí la luz, me acerco y veo de qué se trata. Estuve luchando contra un viejo prendedor que usaba la tía en las solapas. Se preguntara el lector: ¿y por que ante el impacto del elástico giro pegando un saltito?, simple física, cualquier objeto que choca con otro produce modificaciones a su postura original.
Ya no me volví a dormir. Tome unos mates, salí y cruce el Parque Botánico para ir a tomar el colectivo. En el trayecto me pareció que un insecto revoloteaba sobre mí. No le di bola.
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