UNA REALIDAD PERDIDA
No sé si era sueño o realidad. Podría ser ambas cosas mezcladas de manera incoherente en ese burbujeo de ideas que la mente imparable en su trabajo de entretejer historias, componía sin solución de continuidad.
Estaba sola, en un lugar intensamente deseado, era la casa en que nací. Frente a la playa, frente a la pequeña isla, junto al monte Igueldo. Contemplo desde la ventana, ensimismada y en silencio, el mar ondulado en minúsculas olas que bailotean con la música del viento. Todo es paz, tranquilidad, silencio...
La casa quieta, vacía de gente, sólo yo a la espera del compañero amado. Es mi hombre, hermoso y bueno. Nos amamos tiernamente, nos comprendemos. Salimos juntos, agarrados de la mano a pasear por la playa a una hora muy temprana, cuando todavía la arena está sin huellas que hayan violado su uniforme superficie. Nuestros pies descalzos trazan las primeras marcas que, acariciadas por las olas, se las llevan a las profundidades como un castigo a nuestra profanación.
Hablamos poco. De vez en cuando él me besa, le miro a los ojos claros, llenos del azul del mar y del gris del cielo. Me siento feliz a su lado.
Volvemos a casa cuando la gente comienza a llenar con sus voces y risas aquella soledad amada. Nos esperan las tareas diarias, el quehacer prosaico de la vida, sin embargo, me siento realizada.
Nos juntamos, otra vez, para comer en compañía y salimos para reunirnos con aquel amigo sincero que guarda los secretos y ayuda en los dolores, o bien el amigo viene a casa, a visitarnos, a charlar de tantas cosas que ya comienzan a ser historia.
Al atardecer nos quedamos solos otra vez. Él y yo... con nuestras cosas. Yo en mi rincón, absorta en mis escritos. De vez en cuando, admiro el mar que veo desde la ventana. Él, lee o estudia, abstraído, en silencio, con la pipa encendida calentando su mano que permanece cerca de aquella boca amada. Cuando terminamos, hacemos la crítica de nuestro trabajo. Él me mira sonriente y dice: "¡Me gusta lo que escribes...! Y me abraza. Sus ojos siguen llenos de la luz del mar y del gris del cielo...¡Le quiero...!
Salimos a pasear por la Concha, por el Peine de los Vientos. El aire alborota nuestros cabellos. La brisa marina deja un sabor salado en nuestros labios. Abrazamos nuestros cuerpos para protegerlos del frío. Las luces de la bahía se encienden y detenemos nuestros pasos cautivados por su belleza. Nos sentimos bien, cómodos, tranquilos.
Llegamos hasta el puerto recogido en un esquinazo a cenar algo. En un Bar encontramos a un amigo, charlamos... ¡Agur! La vuelta a casa es deliciosa, ligeramente cansados todavía tenemos tiempo de asistir a un concierto y disfrutar de la música y la noche...
Más tarde, en el hogar, vuelve el silencio. Nos acostamos. Él me aprieta entre sus brazos y unas palabras resuenan en mis oídos: "¡Te quiero mucho!" En un susurro le contesto...¡Sí...! Y me duermo en el hueco de aquel abrazo escuchando el rumor de las olas rompiendo en la playa....
Ahora ya, todo eso es un recuerdo... o tal vez un sueño... |