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LA SÍLFIDE AZUL



Guardo como un predilecto regalo de cumpleaños, un hermoso poema que me dedicó, hace unos días, (ahora ya va a cumplirse un año), un amigo muy querido. Termina con un bello y profundo verso...”Voy hacia la eternidad”, y después como colofón, el dibujo de una sílfide azul abrazando, mejor sería decir intentando abarcar con su dulce cuerpo, una bola también azul que representa este mundo en el que vivimos.
La etérea sílfide me produjo una inmensa sensación de ternura sin conocer muy bien el motivo. Verla con sus pequeños y frágiles brazos sujetando ese redondel en el que me ha tocado vivir, su cuerpo tenue cubierto por suave túnica azulada rememorando una campánula. Sus lindas piernas de las que pendían unos pies laxos, abandonados... La melena larga, enredada sobre el mundo y unas alas semiplegadas, con unos bordes deteriorados, daban la sensación de un agotamiento total.
Y me pregunté por el dibujante: ¿qué sentía en el momento de perfilar sobre el papel aquella linda y desmadejada sílfide? Todos acostumbramos a realizar las cosas por alguna razón. Y pensé en el estado de ánimo de aquel dibujante anónimo.
Podía ser un jovencito en un momento en los que la vida comienza su dura enseñanza. Intentaba recuperarse de una primera decepción amorosa y en esa dejadez del sutil cuerpo de la sílfide, expresaba su primera experiencia de lucha. O bien alguien ya en la madurez de su vida. Cuando los sucesos se amontonan sin dar tiempo a colocarlos ordenados en los anaqueles de la mente para darle, poco a poco, la prioridad que a cada uno le corresponde, y aquel barullo mental, toma un respiro emborronando una pequeña sílfide azul extenuada sobre un mundo en el que es tan difícil mantenerse firme, alegre y dispuesto a seguir en el camino. ¿O sería tal vez un anciano? La experiencia en cada poro del cuerpo, en cada arruga de la piel, en la mirada cansada, en ese paso lento que ya no tiene prisa para nada; cuando en el anochecer, la luz que se extingue es la compañera de sus sentimientos, cuando la actividad del día, le obliga a unos momentos de quietud para recuperar unas energías que cada vez huyen con más facilidad. Con sus manos deformadas por la artrosis, recuerda la tersura de aquella piel que una vez fue joven y que desapareció con una sorpresa al mirar, un día, unas manos, una cara, un cuerpo que, de pronto, no reconoció como suyos. En el papel dejaba muertas, entre los pliegues azules de la sílfide dormida sobre el mundo, todas sus esperanzas, sus ilusiones rotas, los desprecios acumulados, las tristezas... la falta de amor.
Volví a leer el final del poema... “Voy hacia la eternidad” y no pude evitar unir el pensamiento del poeta al del dibujante. Entonces comprendí. Quienquiera que hubiera sido el ilustrador, también como el juglar, en aquel momento estaba pensando en la eternidad. El mundo es eterno. No sabemos ni de dónde viene ni a dónde va, ni cuando empezó ni cuando terminará... ni lo sabremos nunca. Somos sílfides azules que juegan a saber, revoloteando por este mundo en el que nos ha tocado vivir, y de tanto volar unas veces alrededor, otras en los entresijos de su interior, entre los árboles de los bosques, entre las arenas del mar, elevándonos hasta el cielo con pensamientos amorosos o hundiéndonos en los abismos oscuros que nadie sabe donde acaban con nuestros odios y rencores, vamos dejando a jirones, pequeños trozos de azules y transparentes alas. Sin embargo, no queremos parar, no queremos pensar. Caemos y volvemos a emprender el vuelo, con un pequeño rasguño aquí y otro pequeño deterioro allá, pero seguimos en este mundo que es una bola pintada en un papel como dibujo de niño. Creemos que todo está aquí, el pasado, el presente y el futuro.... la eternidad. Sin saber que todo lo que tenemos, todo lo que vemos, todo aquello que en nuestro vuelo azul alrededor del globo observamos y creemos nos pertenece, no es más que un préstamo y podemos tomarlo como diversión o como deber... depende de nuestra aspiración, pero siempre, siempre, acabaremos como la sílfide azul del final del poema que un querido amigo me dedicó: Agotados, exhaustos por la búsqueda de algo que ni siquiera sabemos qué es. Volando alrededor de este redondo mundo hasta caer sobre él en un intento de abarcarlo por completo con nuestros frágiles brazos. Insensatos, no sabemos que esto no nos pertenece, somos etéreas sílfides azules perdidas en el universo que vamos hacia una eternidad desconocida....
Volví a leer el poema y pensé que estaba muy bien escogido el dibujo final. Formaba una simbiosis con el texto y el título...”Un día más”.
Perdón por la divagación de un momento cualquiera del día que he querido plasmar en un papel, como el dibujante de la sílfide azul. El que quiera leerlo, que lo lea. Quién sabe si le dará un momento de respiro en la lucha diaria...o tal vez le ayude a cambiar el rumbo de su vuelo.

Texto agregado el 14-04-2008, y leído por 145 visitantes. (0 votos)


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