El lugar estaba tranquilo. Sobre el ambiente navegaba una mezcolanza de olores. Sonaba música Jazz que yo intentaba mezclar con un mal vino en el pie de la barra. Ahora la cuerda, ahora el saxofón, ahora la percusión. Infinidad de instrumentos se mezclaban en un torbellino de sensaciones.
Cavilaba algo cansado de mis fracasos en las relaciones que hacían de mi un mediocre escritor de poesía, de cuentos y de historias que nada significaban y a nadie importaban. Las letras fluían en mi cabeza mezclándose en orgía literaria.
Después de componer varios malos poemas mentalmente. De consumir varias copas del vino, que hacía de la soledad una mejor compañera, y de soñar despierto con futuros de otras almas, de otros corazones, me sorprendí a mi mismo observando unos rosados labios.
Esos labios pertenecían a una soledad como la mía. A una mujer de profundos ojos tristes. A una mujer de cabellos doraros que caían cual cataratas sobre sus hombros. Allí, al otro lado de la barra, se encontraba otra soledad rodeada por la misma música, bebiendo el mismo mal vino aunque diferente. En su copa había una sutil mancha de carmín, que hacía que su vino, en ese momento, fuera vino de la mejor cosecha.
Sin pensarlo demasiado me acerqué a ella y le ofrecí un cigarrillo:
-Hola- Le dije. Inútil de mi, que en esos momentos nunca tengo mejores palabras para presentarme-
-Hola- Me dijo mientras cogía el cigarrillo que le ofrecí ya encendido- Gracias-
Entonces la besé en los labios. Ya sé, ya sé… a veces no se me controlar. Después del candente beso, la abracé uniendo, de algún modo, su soledad y la mía.
Todo terminó pronto. Todas las cosas tienen un lado negativo y fatídico. Para mí, lo realmente horrible de ese beso y ese abrazo fue darme cuenta al despertar que estaba abrazando la almohada.
Ahora mi mayor anhelo es seguir durmiendo. Pero no consigo conciliar el sueño… |