Ocasiones hay, como esta mía contigo,
como esta situación tuya conmigo,
de sentirte fuera del planeta estando en él,
en entonces vale la pena estar loco
en vez de ser poeta para poder saberte muerta
y verte viva ahora en “La Parrilla”
frente al mar -siempre el mar-
y oírte las canciones que amabas como tuyas.
Sentir que tu mano camina entre mis dedos
por la avenida Washington,
vivir que estás alegre aquí en la mesa conmigo,
comiendo esas chuletas
que en vano te pedía que no almorzaras.
Suele ser beneficioso estar loco
para hacer realidad la metáfora
de verte en este instante pintando tus caballos,
tus cielos, tus mujeres de ojos tristes
en los sin saberlo tú misma te pintabas.
Ser loco como yo para pasar
tres años suponiéndote viva
estabas en el hueso y ya casi ni en ellos
y yo creyendo que estabas en la carne,
en el pincel, el óleo, la aguada, el pastel,
en la mixtura de sombras y de luces
y formas y disformasque aliabas con tu risa
y tus libros y tus pesadas libras.
Deslibrada, libre de las libras
y presa flaccidez
me dijo July anoche que tú andabas
cuando desandabas esas calles oscuras del dolor
vertical y horizontal de esta vieja ciudad,
calles que recorriste sin zapatos,
no por falta de ellos, por falta de razón para ponértelos,
descuidando esa piel que tanto habías cuidado,
descuidda la mente que se te iba antes de irte,
exiliada del pensar y del pintar,
prófuga de la paz,
huyendo siempre a la cordura
– eso sí, desde siempre, porque tú y la ternura
nunca dejaron de temerse y rechazarse-.
Exiliada también de tus amigos,
que me han dicho que huian que huían de ti
“porque la Bueno ya no estaba buena,
porque la Mary dejó de ser un mar de verbo y fuego,
o corregían que sí, que eras un mar, pero un mar muerto”
de donde huyen raudos los peces del placer,
un mar seco de carne donde naden los huesos,
seco de aguas del arte y la pena y la alegría,
y seco hasta de angustia,
porque ida tu conciencia muy lejos de ti misma,
¿qué ibas tú a saber de sufrimiento y dolor?
Y ya sin tener lágrimas ¿con qué ibas a llorar
en ese velatorio andante que eras,
en ese entierro lento de tus pies llevándote
a la muerte sin que nadie supiera, sin mortaja,
sin féretro, sin el llanto colectivo de los que vienen
en un gesto de amistosa burocracia
a ver y echarse en hombros el cuerpo bien vestido
de quien estando ahí nos mira sin mirada desde lejos.
Por eso tus amigos se alejaron,
porque te amaban húmeda y ahora te odian seca,
y yo sin saber nada de ti,
queriendo estar contigo sin saberlo,
con lágrimas de sobra para darte
y sin haber sabido –qué dolor- que te faltaban.
En este amargo instante no me parece oírte, no, no.
Ahora oigo muy clara tu voz viva decirme
en el teléfono en que ardes de madrugada
en esa siempre falsa promesa
de dispersar tu cuerpo entre las aguas:
“Estoy de frente al mar y si no vienes me suicido,
tú decides mi vida en esta noche,
y conste que no haré caso a tu risa
ni a tu descreencia en mi amenaza,
ahora de verdad me mato,
no voy a oír tus graciosos insultos
porque nunca has creído mi pasión por la muerte,
y me llamabas sinvergüenza
por oirme tirar la paz de mi hijo Jana a las rocas de Guibia,
por jugar a morir, dejarlo solo al borde de los carros
y la impiadosa gente y la inocente violencia de las olas,
volveré a no hacer caso a tu consejo de llevar a Jana a casa
y si es de verdad que deseo matarme
regrese al malecón y muera sola.
No, no te hice caso ahora y sin saberlo yo ni tú ni Jana ni nadie,
he llegado mi noche horizontal, caída en otro mar,
el de la vida, ancho mar de cemento y gravilla
donde el pez es gusano, sin brisas que lo arruguen,
mar cuyo azul es negro y es la infinita caja que me habita y habito,
donde sopla un viento frío que ya ni es frío ni viento,
porque sólo la nada nada aquí en este mi mar
en el que sin lanzarme me ha lanzado sin que me mire Jana,
sin cuidar su inocencia,
me pierdo en esta agua que me pudren de vida,
que dispersan mi muerte.
Desde esta honda muerte
a ti, Juan Freddy, te hablo y bien te advierto
que cuando a muerte vengas tú sabrás como lo sé yo ahora
que no es la muerte quien hiede, quien apesta,
quien se pudre es la vida con su carga de muerte,
que no soy yo la muerta ni quien me descompongo,
que eres tú y tu gente y tus ciudades y tus campos
quienes sufren la infección del instante,
y sin saberlo heridos por sí mismos como el fuego,
como el fuego han vivido de su muerte…
los muertos son ustedes,
tú y tus July Monción de mano alzada
y tus Darío Tejeda danzando con un sueño,
y tus René Rodríguez de nubes fabricados,
tus Aquiles Julián de volátiles verbos,
y tus Euridice solitarias de letras y colores,
y tu cerámi Miguel de llanto y risa en manos,
y tus Santiago Rodríguez siempre inocente
y sin saber que está desnuda y sucia y que la miran,
y tus Hato Mayor de verde que perece entre los humos,
y tus países de montes y valles que están muertos,
muertos al igual que este y tus poemas y tus bóreas, tu ponto,
tu septentrión, tu caída al mediodía,
y tus islas que clandestinamente sumergen
en aguas del deshielo.
Sabrás que se cumplió, sin yo saberlo, mi promesa de morir,
promesa que no cumplí por culpa de tu voz
que siempre convirtió en risa mi dolor y mi llanto en placer
y mi amenaza de morir fiesta de la vida.
Por culpa de tu voz nunca pudo escribir el lápiz de mi cuerpo
en la página azul del Caribe mi muerte
plagiando el de Alfonsina en letras que fueran pasos,
en signos de puntuar que se asfixiaran en las olas.
Pero no,
por culpa tuya he muerto sin un estilo propio ni copiado,
sin artes ni artificios,
como común mortal que al caminar sobre la tierra sin saberlo se entierra,
se va precipitando y abrazando a esa humilde cloaca
que da la bienvenida en su lento diálogo con el pie que se hunde
en su río putrefacto de excrementos,
sin poesía, sin fama, sin leyenda,
sin morboso sabor a muerte memorable.
Yo, como sola yo,
ahora me doy mi baño en estas agua negras
que soy yo quien pone negras,
en este negro mar donde el agua y las algas y la sal y los peces
son un invento mío,
tan mío como es este poema que desde ti yo escribo,Juan,
mío, que hecha nervio y neurona me monto en ti y te hablo
como vieja metresa de impropia religión,
yo me monto en tu voz, tus letras y desde ti te hablo,
yo la que desde mi muerte hablo
y vuelvo a oírte y mirarte sin oír ni mirarte
y vuelvo a regalarte la visión y el sonido de mi risa
y mi voz y mis canciones que oyes sin oírme,
y mis cuadros que miras sin mirarlos.
Ya sabes que he quedado para siempre cenando en "Maniquí",
porque han vuelto mis manos que no existen
mi arte que ya es nada,
a tomar para siempre,
en la vuelta redonda de lo que se va y vuelve,
así incesantemente seguirá repitiéndose la escena
de esa tarjeta personal que me pasaste
y que te devolví ya vuelta obra de arte
que en azul de tinta dibujaba mi próxima sequía
que conserva tu sala,
se repite y repite sin fin aquella tarde
en que yo estaba en otro hombre
y tú en otra mujer.
Gracias por permitirme cabalgar sobre ti
y regresar un momento entre los vivos,ahora,
precisamente ahora que cumplo mis tres años
de oscura habitación donde el tiempo no cuenta ni el espacio se mide,
gracias te doy ahora que hablo con tu voz y escribo con tus manos,
ahora que he alcanzo lo que yo siempre quise:
poder vivir en ti aunque no viva en mí”.
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