El anunció sorprendió por el ánimo de soltura con el que fue realizado: las Fuerzas Armadas argentinas prestarán servicios de logística y apoyo técnico a la policía de la provincia de Buenos Aires. El argumento sostenido: disminuir el alto nivel de inseguridad que, por estos momentos, azota a la región de mayor densidad poblacional del país y verdadero motor económico de la nación. De esta forma, y tras superar a otros intentos desarticulados por la oposición generalizada, el cuerpo militar vuelve a ocupar el rol de partícipe activo en asuntos que sólo forman parte de la esfera civil.
Ante tal medida política, hubo quienes cuestionaron la posible eficacia de tan sospechosa habilitación, mientras que otros, por el contrario, argumentaron que las Fuerzas Armadas ya contaban con la madurez suficiente como para intervenir en conflictos internos. Por fortuna, una amplia mayoría rememoró, con suma fidelidad, las atrocidades cometidas por los bloques castrenses tanto en épocas de dictadura como en procesos democráticos. Atrocidades que no hicieron más que confirmar la perpetua incompetencia que distingue a las milicias argentinas. Las prácticas de terrorismo de Estado, la aplicación sangrienta de un modelo neoliberal, de cuya implementación hoy el país paga las consecuencias, y un sistema de corrupción corporativa, son algunos de los preceptos que muchos se encargaron de reactualizar al conocer el anuncio oficial. Preceptos que ciertas minorías olvidaron al celebrar, con triste infantilismo, las erróneas propuestas de “mano dura” que ciertos dirigentes impulsan continuamente con el objeto de paliar a una delincuencia que los tiene, sin lugar a dudas, como fuente de origen.
Es allí donde puede apreciarse al huevo que dio origen a la serpiente: el Estado. Un Estado que integramos todos, pero que a veces simula ser propiedad de tan sólo unos pocos. Una estructura que malgasta sus recaudaciones en eternas prácticas electorales y estrategias de asistencialismo indiscriminado, para evitar de esta manera asumir un compromiso ineludible: brindar educación, salud y trabajo a la población del país. Dicho de otra forma, implementar las medidas que son inherentes a toda nación moderna. Por el contrario, se continúa con la política obsoleta y oportuna de atacar al enfermo en lugar de combatir a la enfermedad. Así, se pueblan las calles de policías, se quita el seguro a las armas, y se entretiene a una opinión pública doblegada por el miedo y la confusión.
Finalmente, ahora son incorporadas las Fuerzas Armadas a este poco feliz carnaval de desaciertos. La pregunta es: ¿Cruzada argentina contra la inseguridad o maniobra gubernamental para evitar el descrédito? Esta problemática, además, permite descubrir otro punto oscuro: las alianzas de poder. Ante una mediática “depuración”, realizada hace muy poco tiempo, de los cuerpos de seguridad nacional, ahora llega el momento de las compensaciones. Porque nada es gratuito en este mundo, y porque los golpes de Estado no representan una rareza en la historia de la Argentina. Por consiguiente, se pasa a retiro a cientos de militares y policías pero, simultáneamente, se permite que los cargos vacantes sean ocupados por lugartenientes de aquellos que han sido desplazados. Así, en lugar de “depurarse”, las instituciones armadas se fortalecen merced a la continuidad de una infinidad de linajes que las han transformado, durante décadas, en reductos que sólo dan cobijo a la deshonestidad, y la ausencia de toda ética y profesionalismo.
Planteada de esta manera, la inseguridad se devela como un juego perverso de ventajas y desventajas. De oportunismo y preocupación, pero todos en el campo de lo económico-político. Hoy las Fuerzas Armadas otorgan su apoyo a la policía. Las voces beneficiadas sostienen que sólo se trata de helicópteros y camiones, pero a veces hay que hacer el esfuerzo y ver más allá de lo explícito. Leer entrelíneas. Estar alertas y no confundir a la tranquilidad con el sueño. Porque sino, de manera imprevista, una noche puede despertarnos, como en otros tiempos, un sonido seco y persistente: el que emiten las culatas de los fusiles al intentar derribar una puerta cualquiera a las 4 de la mañana. Y el pasado, ese desgraciado film de horror, volverá a proyectarse en nuestras pantallas corporales en búsqueda de desbarrancar, sin contemplación alguna, a todo atisbo de futuro.
Patricio Eleisegui
El_Galo
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