Amiga Numeritos, corazón de alcayota, pensamientos embadurnados en almíbar, región edulcorada para los sentimientos más puros y nobles. Respiras poesía, inhalas poesía, duermes en octavas y algunas aleatorias endecasílabas te despiertan por la mañana.
Supe que un bisturí nada de poético, rasgó tu piel para sacarte del cuerpo y del alma un mal que desentonaba con tus versos. Cuerpo rasgado, pero intacta en tus evocaciones, Numeritos, como se me ocurre decirte, aunque lo más a propósito sería nombrarte por tu victorioso epónimo, aquerenciado con las letras y con tu espíritu romántico.
Nada sabía de esta gesta hospitalaria, menos de tu convalecencia. Intuyo que tus versos están transidos de metáforas dolorosas, que algún quejido debe haberse escapado de tus labios y no eran ayes por el amor atormentado, sino a causa de las manifestaciones de una atrabiliaria herida.
Te imagino oteando las distancias estelares con tu mirada azul, te imagino ensoñada y quejumbrosa, te intuyo tan sola en tu desasosiego y, a la vez, tan acompañada de verbos que intentas calzar con rítmica armonía para continuar con tus ayes, ahora metafóricos.
Feliz restablecimiento, amiga Numeritos. Es un buen sucedáneo acompañarse de amigos que sólo laten y respiran en la pantalla; advertida además de enemigos invisibles, intentas, con cautela, levantarte de ese lecho y restablecer tu romance con las musas. Musas que te aman y te distinguen. Deidades alboradas que permanecen a tu cabecera, soplándote al oído interminables romances sin destino...
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