La soledad es el miedo,
la sombra que me sigue
cuando llego a mi cuarto oscuro
y encuentro sólo el silencio,
y en la penumbra, los recuerdos que pasaron
en aquel colchón de mi alcoba.
La soledad es charlar, cantar,
reír y llorar con alguien,
y no encontrar a nadie
a quien gritar la terrible ansiedad
de compartir la monotonía
de mí diario vivir, de mí existir.
Es salir, caminar sin sendero alguno,
que me mueva a un destino, a un punto
que me haga olvidar el lóbrego pasado y el presente
del abismo rutinal, que días y noches
para mi son afín, se viven igual,
mientras tenga por compañera, la maldita soledad.
La soledad es más que una estúpida palabra,
es el mismo infierno terrenal que turbia el alma,
el espíritu de aquel, que por ella se deja atrapar.
La soledad es mi eterna compañera,
que al paso de vivir días y noches enteros con ella,
le voy hurtando el gusto, temiendo terminar,
completamente atado y enamorado de ella,
es el castigo de las imágenes de culpa
en el espejo de mi propia soledad.
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